El autor de la salvación

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Epístola a los Hebreos > El autor de la salvación (58:2:5 - 58:2:18)

Porque no fue a los ángeles a quienes Dios sometió el mundo venidero del cual hablamos.

Pues alguien dio testimonio en un lugar, diciendo: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que tengas cuidado de él?

Le has hecho por poco tiempo menor que los ángeles; le coronaste de gloria y de honra;

todas las cosas sometiste debajo de sus pies. Al someter a él todas las cosas, no dejó nada que no esté sometido a él. Pero ahora no vemos todavía todas las cosas sometidas a él.

Sin embargo, vemos a Jesús, quien por poco tiempo fue hecho menor que los ángeles, coronado de gloria y honra por el padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos.

Porque le convenía a Dios—por causa de quien y por medio de quien todas las cosas existen— perfeccionar al Autor de la salvación de ellos, por medio de los padecimientos, para conducir a muchos hijos a la gloria.

Pues tanto el que santifica como los que son santificados, todos provienen de uno. Por esta razón, él no se avergüenza de llamarlos hermanos,

diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre; en medio de la congregación te alabaré.

Y otra vez: Yo pondré mi confianza en él. Y otra vez: He aquí, yo y los hijos que Dios me dio.

Por tanto, puesto que los hijos han participado de carne y sangre, de igual manera él participó también de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el dominio sobre la muerte (éste es el diablo),

y para librar a los que por el temor de la muerte estaban toda la vida condenados a esclavitud.

Porque ciertamente él no tomó para sí a los ángeles, sino a la descendencia de Abraham.

Por tanto, era preciso que en todo fuese hecho semejante a sus hermanos, a fin de ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel en el servicio delante de Dios, para expiar los pecados del pueblo.

Porque en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.




Jesús es superior a Moisés

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Epístola a los Hebreos > Jesús es superior a Moisés (58:3:1 - 58:3:6)

Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad a Jesús, el apóstol y sumo sacerdote de nuestra confesión.

El era fiel al que le constituyó, como también lo fue Moisés en toda la casa de Dios.

Pero él ha sido estimado digno de una gloria superior a la de Moisés, por cuanto aquel que ha construido una casa tiene mayor dignidad que la casa.

Porque toda casa es construida por alguien, pero el constructor de todas las cosas es Dios.

Moisés fue fiel como siervo en toda la casa de Dios, para dar testimonio de lo que se había de decir después.

En cambio, Cristo es fiel como Hijo sobre su casa. Esta casa suya somos nosotros, si de veras retenemos la confianza y el gloriarnos de la esperanza.




El reposo del pueblo de Dios

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Epístola a los Hebreos > El reposo del pueblo de Dios (58:3:7 - 58:4:13)

Por eso, como dice el Espíritu Santo: Si oís hoy su voz,

no endurezcáis vuestros corazones como en la provocación, en el día de la prueba en el desierto,

donde vuestros padres me pusieron a gran prueba y vieron mis obras durante cuarenta años.

Por esta causa me enojé con aquella generación y dije: “Ellos siempre se desvían en su corazón y no han conocido mis caminos.”

Como juré en mi ira: “¡Jamás entrarán en mi reposo!”

Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros un corazón malo de incredulidad que os aparte del Dios vivo.

Más bien, exhortaos los unos a los otros cada día, mientras aún se dice: “Hoy,” para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado.

Porque hemos llegado a ser participantes de Cristo, si de veras retenemos el principio de nuestra confianza hasta el fin,

entre tanto se dice: Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la provocación.

Porque ¿quiénes fueron aquellos que habiendo oído le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto con Moisés?

¿Y con quiénes se disgustó durante cuarenta años? ¿No fue precisamente con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto?

¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que no obedecieron?

Y vemos que ellos no pudieron entrar debido a su incredulidad.

Temamos, pues, mientras permanezca aún la promesa de entrar en su reposo, no sea que alguno de vosotros parezca quedarse atrás.

Porque también a nosotros, como a ellos, nos han sido anunciadas las buenas nuevas; pero a ellos de nada les aprovechó oír la palabra, porque no se identificaron por fe con los que la obedecieron.

Pero los que hemos creído sí entramos en el reposo, como él ha dicho: Como juré en mi ira: “¡Jamás entrarán en mi reposo!” aunque sus obras quedaron terminadas desde la fundación del mundo.

Porque en cierto lugar ha dicho así del séptimo día: Y reposó Dios en el séptimo día de todas sus obras.

Y otra vez dice aquí: “¡Jamás entrarán en mi reposo!”

Puesto que falta que algunos entren en el reposo, ya que aquellos a quienes primero les fue anunciado no entraron a causa de la desobediencia,

Dios ha determinado otra vez un cierto día, diciendo por medio de David: “Hoy,” después de tanto tiempo, como ya se ha dicho: Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.

Porque si Josué les hubiera dado el reposo, no se hablaría después de otro día.

Por tanto, queda todavía un reposo sabático para el pueblo de Dios.

El que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, así como Dios de las suyas.

Hagamos, pues, todo esfuerzo para entrar en aquel reposo, no sea que alguien caiga en el mismo ejemplo de desobediencia.

Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos. Penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.

No existe cosa creada que no sea manifiesta en su presencia. Más bien, todas están desnudas y expuestas ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.




Jesús el gran sumo sacerdote

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Epístola a los Hebreos > Jesús el gran sumo sacerdote (58:4:14 - 58:5:10)

Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que ha traspasado los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra confesión.

Porque no tenemos un sumo sacerdote que no puede compadecerse de nuestras debilidades, pues él fue tentado en todo igual que nosotros, pero sin pecado.

Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia para que alcancemos misericordia y hallemos gracia para el oportuno socorro.

Pues todo sumo sacerdote que es tomado de entre los hombres es constituido para servicio a favor de los hombres delante de Dios, para que ofrezca ofrendas y sacrificios por los pecados.

El puede sentir compasión de los ignorantes y de los extraviados, ya que él también está rodeado de debilidad.

Y por causa de esta debilidad debe ofrecer sacrificio, tanto por sus propios pecados como por los del pueblo.

Y nadie toma esta honra para sí, sino porque ha sido llamado por Dios, como lo fue Aarón.

Así también Cristo no se glorificó a sí mismo para ser hecho sumo sacerdote, sino que le glorificó el que le dijo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy.

Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.

Cristo, en los días de su vida física, habiendo ofrecido ruegos y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído por su temor reverente.

Aunque era Hijo, aprendió la obediencia por lo que padeció.

Y habiendo sido perfeccionado, llegó a ser Autor de eterna salvación para todos los que le obedecen,

y fue proclamado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.




Advertencia contra la apostasía

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Epístola a los Hebreos > Advertencia contra la apostasía (58:5:11 - 58:6:20)

De esto tenemos mucho que decir, aunque es difícil de explicar, porque habéis llegado a ser tardos para oír.

Debiendo ser ya maestros por el tiempo transcurrido, de nuevo tenéis necesidad de que alguien os instruya desde los primeros rudimentos de las palabras de Dios. Habéis llegado a tener necesidad de leche y no de alimento sólido.

Pues todo el que se alimenta de leche no es capaz de entender la palabra de la justicia, porque aún es niño.

Pero el alimento sólido es para los maduros, para los que por la práctica tienen los sentidos entrenados para discernir entre el bien y el mal.

Por tanto, dejando las doctrinas elementales de Cristo, sigamos adelante hasta la madurez, sin poner de nuevo el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios,

de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno.

Y esto haremos si es que Dios lo permite.

Porque es imposible que los que fueron una vez iluminados, que gustaron del don celestial, que llegaron a ser participantes del Espíritu Santo,

que también probaron la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero,

y después recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento; puesto que crucifican de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y le exponen a vituperio.

Porque la tierra, que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella y produce hierba para el provecho de aquellos que la cultivan, recibe la bendición de Dios.

Pero la que produce espinos y abrojos es desechada, está cercana a la maldición, y su fin es ser quemada.

Pero aunque hablamos así, oh amados, en cuanto a vosotros estamos persuadidos de cosas mejores que conducen a la salvación.

Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el amor que habéis demostrado por su nombre, porque habéis atendido a los santos y lo seguís haciendo.

Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma diligencia para ir logrando plena certidumbre de la esperanza hasta el final,

a fin de que no seáis perezosos, sino imitadores de los que por la fe y la paciencia heredan las promesas.

Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, puesto que no podía jurar por otro mayor, juró por sí mismo

diciendo: De cierto te bendeciré con bendición y te multiplicaré en gran manera.

Y así Abraham, esperando con suma paciencia, alcanzó la promesa.

Porque los hombres juran por el que es mayor que ellos, y para ellos el juramento para confirmación pone fin a todas las controversias.

Por esto Dios, queriendo demostrar de modo convincente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento

para que, por dos cosas inmutables en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta por delante.

Tenemos la esperanza como ancla del alma, segura y firme, y que penetra aun dentro del velo,

donde entró Jesús por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.