Siervos de la justicia

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Epístola de San Pablo a los Romanos > Siervos de la justicia (45:6:15 - 45:6:23)

¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera!

¿No sabéis que cuando os ofrecéis a alguien para obedecerle como esclavos, sois esclavos del que obedecéis; ya sea del pecado para muerte o de la obediencia para justicia?

Pero gracias a Dios porque, aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de enseñanza a la cual os habéis entregado;

y una vez libertados del pecado, habéis sido hechos siervos de la justicia.

Os hablo en términos humanos, a causa de la debilidad de vuestra carne. Porque así como presentasteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y a la iniquidad cada vez mayor, así presentad ahora vuestros miembros como esclavos a la justicia para la santidad.

Porque cuando erais esclavos del pecado, estabais libres en cuanto a la justicia.

¿Qué recompensa, pues, teníais entonces por aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte.

Pero ahora, libres del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis como vuestra recompensa la santificación, y al fin la vida eterna.

Porque la paga del pecado es muerte; pero el don de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro.




Analogía tomada del matrimonio

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Epístola de San Pablo a los Romanos > Analogía tomada del matrimonio (45:7:1 - 45:7:6)

Hermanos (hablo con los que conocen la ley), ¿ignoráis que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que vive?

Porque la mujer casada está ligada por la ley a su esposo mientras vive; pero si su esposo muere, ella está libre de la ley del esposo.

Por lo tanto, si ella se une con otro hombre mientras vive su esposo, será llamada adúltera. Pero si su esposo muere, ella es libre de la ley; y si se une con otro esposo, no es adúltera.

De manera semejante, hermanos míos, vosotros también habéis muerto a la ley por medio del cuerpo de Cristo, para ser unidos con otro, el mismo que resucitó de entre los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios.

Porque mientras vivíamos en la carne, las pasiones pecaminosas despertadas por medio de la ley actuaban en nuestros miembros, a fin de llevar fruto para muerte.

Pero ahora, habiendo muerto a lo que nos tenía sujetos, hemos sido liberados de la ley, para que sirvamos en lo nuevo del Espíritu y no en lo antiguo de la letra.




El pecado que mora en mí

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Epístola de San Pablo a los Romanos > El pecado que mora en mí (45:7:7 - 45:7:25)

¿Qué, pues, diremos? ¿Que la ley es pecado? ¡De ninguna manera! Al contrario, yo no habría conocido el pecado sino por medio de la ley; porque no estaría consciente de la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás.

Pero el pecado, tomando ocasión en el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto.

Así que, yo vivía en un tiempo sin la ley; pero cuando vino el mandamiento, el pecado revivió; y yo morí.

Y descubrí que el mismo mandamiento que era para vida me resultó en muerte;

porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó; y por él, me mató.

De manera que la ley ciertamente es santa; y el mandamiento es santo, justo y bueno.

Luego, ¿lo que es bueno llegó a ser muerte para mí? ¡De ninguna manera! Más bien, el pecado, para mostrarse pecado, mediante lo bueno produjo muerte en mí; a fin de que mediante el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso.

Porque sabemos que la ley es espiritual; pero yo soy carnal, vendido a la sujeción del pecado.

Porque lo que hago, no lo entiendo, pues no practico lo que quiero; al contrario, lo que aborrezco, eso hago.

Y ya que hago lo que no quiero, concuerdo con que la ley es buena.

De manera que ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que mora en mí.

Yo sé que en mí, a saber, en mi carne, no mora el bien. Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.

Porque no hago el bien que quiero; sino al contrario, el mal que no quiero, eso practico.

Y si hago lo que yo no quiero, ya no lo llevo a cabo yo, sino el pecado que mora en mí.

Por lo tanto, hallo esta ley: Aunque quiero hacer el bien, el mal está presente en mí.

Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;

pero veo en mis miembros una ley diferente que combate contra la ley de mi mente y me encadena con la ley del pecado que está en mis miembros.

¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?

¡Doy gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor! Así que yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios; pero con la carne, a la ley del pecado.




Viviendo en el Espíritu

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Epístola de San Pablo a los Romanos > Viviendo en el Espíritu (45:8:1 - 45:8:27)

Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús,

porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.

Porque Dios hizo lo que era imposible para la ley, por cuanto ella era débil por la carne: Habiendo enviado a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne;

para que la justa exigencia de la ley fuese cumplida en nosotros que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.

Porque los que viven conforme a la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que viven conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritu.

Porque la intención de la carne es muerte, pero la intención del Espíritu es vida y paz.

Pues la intención de la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede.

Así que, los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.

Sin embargo, vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.

Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo está muerto a causa del pecado, no obstante el espíritu vive a causa de la justicia.

Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos mora en vosotros, el que resucitó a Cristo de entre los muertos también dará vida a vuestros cuerpos mortales mediante su Espíritu que mora en vosotros.

Así que, hermanos, somos deudores, pero no a la carne para que vivamos conforme a la carne.

Porque si vivís conforme a la carne, habéis de morir; pero si por el Espíritu hacéis morir las prácticas de la carne, viviréis.

Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.

Pues no recibisteis el espíritu de esclavitud para estar otra vez bajo el temor, sino que recibisteis el espíritu de adopción como hijos, en el cual clamamos: “¡Abba, Padre!”

El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.

Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.

Porque considero que los padecimientos del tiempo presente no son dignos de comparar con la gloria que pronto nos ha de ser revelada.

Pues la creación aguarda con ardiente anhelo la manifestación de los hijos de Dios.

Porque la creación ha sido sujetada a la vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa de aquel que la sujetó, en esperanza

de que aun la creación misma será librada de la esclavitud de la corrupción, para entrar a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una sufre dolores de parto hasta ahora.

Y no sólo la creación, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, aguardando la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo.

Porque fuimos salvos con esperanza; pero una esperanza que se ve no es esperanza, pues ¿quién sigue esperando lo que ya ve?

Pero si esperamos lo que no vemos, con perseverancia lo aguardamos.

Y asimismo, también el Espíritu nos ayuda en nuestras debilidades; porque cómo debiéramos orar, no lo sabemos; pero el Espíritu mismo intercede con gemidos indecibles.

Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el intento del Espíritu, porque él intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios.




Más que vencedores

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Epístola de San Pablo a los Romanos > Más que vencedores (45:8:28 - 45:8:39)

Y sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que le aman, esto es, a los que son llamados conforme a su propósito.

Sabemos que a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo; a fin de que él sea el primogénito entre muchos hermanos.

Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.

¿Qué, pues, diremos frente a estas cosas? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?

El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará gratuitamente también con él todas las cosas?

¿Quién acusará a los escogidos de Dios? El que justifica es Dios.

¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, es el que también resucitó; quien, además, está a la diestra de Dios, y quien también intercede por nosotros.

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación? ¿angustia? ¿persecución? ¿hambre? ¿desnudez? ¿peligros? ¿espada?

Como está escrito: Por tu causa somos muertos todo el tiempo; fuimos estimados como ovejas para el matadero.

Más bien, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.

Por lo cual estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo porvenir, ni poderes,

ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro.