Visita de despedida de Pablo en Troas

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Visita de despedida de Pablo en Troas (44:20:7 - 44:20:12)

El primer día de la semana, cuando estábamos reunidos para partir el pan, Pablo comenzó a hablarles, porque había de partir al día siguiente, y alargó el discurso hasta la medianoche.

Había muchas lámparas en el piso superior, donde estábamos reunidos.

Y a cierto joven llamado Eutico, que estaba sentado en la ventana, le iba dominando un profundo sueño. Como Pablo seguía hablando por mucho tiempo, el joven, ya vencido por el sueño, cayó del tercer piso abajo y fue levantado muerto.

Entonces Pablo descendió y se echó sobre él, y al abrazarlo dijo: “¡No os alarméis, porque su vida está en él!”

Después de subir, de partir el pan y de comer, habló largamente hasta el alba; y de esta manera salió.

Ellos llevaron al joven vivo y fueron grandemente consolados.




Viaje de Troas a Mileto

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Viaje de Troas a Mileto (44:20:13 - 44:20:16)

Habiendo ido nosotros al barco con anticipación, navegamos hasta Asón para recibir a Pablo allí, pues así lo había dispuesto, debiendo ir él por tierra.

Cuando se reunió con nosotros en Asón, le tomamos a bordo y fuimos a Mitilene.

Navegamos de allí al día siguiente y llegamos frente a Quío. Al otro día, atracamos en Samos, y llegamos a Mileto al próximo día,

pues Pablo había decidido pasar de largo a Efeso para no detenerse en Asia; porque, de serle posible, se apresuraba para pasar el día de Pentecostés en Jerusalén.




Discurso de despedida de Pablo en Mileto

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Discurso de despedida de Pablo en Mileto (44:20:17 - 44:20:38)

Desde Mileto, Pablo envió a Efeso e hizo llamar a los ancianos de la iglesia.

Cuando ellos llegaron a él, les dijo: “Vosotros sabéis bien cómo me he comportado con vosotros todo el tiempo, desde el primer día que llegué a Asia,

sirviendo al Señor con toda humildad y con muchas lágrimas y pruebas que me vinieron por las asechanzas de los judíos.

Y sabéis que no he rehuido el anunciaros nada que os fuese útil, y el enseñaros públicamente y de casa en casa,

testificando a los judíos y a los griegos acerca del arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro Señor Jesús.

“Ahora, he aquí yo voy a Jerusalén con el espíritu encadenado, sin saber lo que me ha de acontecer allí;

salvo que el Espíritu Santo me da testimonio en una ciudad tras otra, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones.

Sin embargo, no estimo que mi vida sea de ningún valor ni preciosa para mí mismo, con tal que acabe mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.

“Ahora, he aquí yo sé que ninguno de todos vosotros, entre los cuales he pasado predicando el reino, volverá a ver mi cara.

Por tanto, yo declaro ante vosotros en el día de hoy que soy limpio de la sangre de todos,

porque no he rehuido el anunciaros todo el consejo de Dios.

Tened cuidado por vosotros mismos y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo os ha puesto como obispos, para pastorear la iglesia del Señor, la cual adquirió para sí mediante su propia sangre.

Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces que no perdonarán la vida al rebaño;

y que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas para descarriar a los discípulos tras ellos.

Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no cesé de amonestar con lágrimas a cada uno.

“Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, a aquel que tiene poder para edificar y para dar herencia entre todos los santificados.

“No he codiciado ni la plata ni el oro ni el vestido de nadie.

Vosotros sabéis que estas manos proveyeron para mis necesidades y para aquellos que estaban conmigo.

En todo os he demostrado que trabajando así es necesario apoyar a los débiles, y tener presente las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir.”

Cuando había dicho estas cosas, se puso de rodillas y oró con todos ellos.

Entonces hubo gran llanto de todos. Se echaron sobre el cuello de Pablo y le besaban,

lamentando sobre todo por la palabra que había dicho que ya no volverían a ver su cara. Y le acompañaron al barco.




Viaje de Pablo a Jerusalén

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Viaje de Pablo a Jerusalén (44:21:1 - 44:21:16)

Habiéndonos despedido de ellos, zarpamos y navegamos con rumbo directo a Cos, y al día siguiente a Rodas, y de allí a Pátara.

Hallando un barco que hacía la travesía a Fenicia, nos embarcamos y zarpamos.

Después de avistar Chipre y de dejarla a la izquierda, navegábamos a Siria y arribamos a Tiro, porque el barco debía descargar allí.

Nos quedamos siete días allí, ya que hallamos a los discípulos. Mediante el Espíritu ellos decían a Pablo que no subiese a Jerusalén.

Cuando se nos pasaron los días, salimos acompañados por todos con sus mujeres e hijos hasta fuera de la ciudad, y puestos de rodillas en la playa, oramos.

Nos despedimos los unos de los otros y subimos al barco, y ellos volvieron a sus casas.

Habiendo completado la travesía marítima desde Tiro, arribamos a Tolemaida; y habiendo saludado a los hermanos, nos quedamos con ellos un día.

Al día siguiente, partimos y llegamos a Cesarea. Entramos a la casa de Felipe el evangelista, quien era uno de los siete, y nos alojamos con él.

Este tenía cuatro hijas solteras que profetizaban.

Y mientras permanecíamos allí por varios días, un profeta llamado Agabo descendió de Judea.

Al llegar a nosotros, tomó el cinto de Pablo, se ató los pies y las manos, y dijo: —Esto dice el Espíritu Santo: “Al hombre a quien pertenece este cinto, lo atarán así los judíos en Jerusalén, y le entregarán en manos de los gentiles.”

Cuando oímos esto, nosotros y también los de aquel lugar le rogamos que no subiese a Jerusalén.

Entonces Pablo respondió: —¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy listo no sólo a ser atado, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.

Como él no se dejaba persuadir, desistimos diciendo: —Hágase la voluntad del Señor.

Después de estos días, habiendo hecho los preparativos, subimos a Jerusalén.

También vinieron con nosotros unos discípulos de Cesarea, trayendo consigo a un tal Mnasón de Chipre, discípulo antiguo, en cuya casa nos hospedaríamos.




Arresto de Pablo en el templo

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Arresto de Pablo en el templo (44:21:17 - 44:21:36)

Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron de buena voluntad.

Al día siguiente, Pablo entró con nosotros para ver a Jacobo, y todos los ancianos se reunieron.

Después de saludarlos, les contaba una por una todas las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por medio de su ministerio.

Cuando lo oyeron, glorificaron a Dios. Y le dijeron: —Tú ves, hermano, cuántos miles de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley.

Pero se les ha informado acerca de ti, que tú enseñas a apartarse de Moisés a todos los judíos que están entre los gentiles, diciéndoles que no circunciden a sus hijos ni anden según nuestras costumbres.

¿Qué hay, pues, de esto? Seguramente oirán que has venido.

Por tanto, haz esto que te decimos. Entre nosotros hay cuatro hombres que han hecho votos.

Toma contigo a estos hombres, purifícate con ellos, paga por ellos para que se rapen sus cabezas, y todos sabrán que no hay nada de lo que se les ha informado acerca de ti, sino que tú también sigues guardando la ley.

Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros hemos escrito lo que habíamos decidido: que se abstengan de lo que es ofrecido a los ídolos, de sangre, de lo estrangulado y de fornicación.

Entonces Pablo tomó consigo a aquellos hombres. Al día siguiente, después de purificarse con ellos, entró en el templo para dar aviso del día en que se cumpliría la purificación, cuando se ofrecería el sacrificio por cada uno de ellos.

Cuando iban a terminar los siete días, los judíos de Asia, al verle en el templo, comenzaron a alborotar a todo el pueblo y le echaron mano,

gritando: “¡Hombres de Israel! ¡Ayudad! ¡Este es el hombre que por todas partes anda enseñando a todos contra nuestro pueblo, la ley y este lugar! Y además de esto, ha metido griegos dentro del templo y ha profanado este lugar santo.”

Porque antes habían visto con él en la ciudad a Trófimo, un efesio, y suponían que Pablo lo había metido en el templo.

Así que toda la ciudad se agitó, y se hizo un tumulto del pueblo. Se apoderaron de Pablo y le arrastraron fuera del templo, y de inmediato las puertas fueron cerradas.

Mientras ellos procuraban matarle, llegó aviso al tribuno de la compañía que toda Jerusalén estaba alborotada.

De inmediato, éste tomó soldados y centuriones, y bajó corriendo a ellos. Y cuando vieron al tribuno y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo.

Entonces llegó el tribuno y le apresó, y mandó que le atasen con dos cadenas. Preguntó quién era y qué había hecho;

pero entre la multitud, unos gritaban una cosa y otros, otra. Como él no podía entender nada de cierto a causa del alboroto, mandó llevarlo a la fortaleza.

Y sucedió que cuando llegó a las gradas, Pablo tuvo que ser llevado en peso por los soldados a causa de la violencia de la multitud;

porque la muchedumbre del pueblo venía detrás gritando: “¡Mátale!”