Encarcelados en Filipos

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Encarcelados en Filipos (44:16:11 - 44:16:40)

Zarpamos, pues, de Troas y fuimos con rumbo directo a Samotracia, y al día siguiente a Neápolis;

y de allí a Filipos, que es una ciudad principal de la provincia de Macedonia, y una colonia. Pasamos algunos días en aquella ciudad.

Y el día sábado salimos fuera de la puerta de la ciudad, junto al río, donde pensábamos que habría un lugar de oración. Nos sentamos allí y hablábamos a las mujeres que se habían reunido.

Entonces escuchaba cierta mujer llamada Lidia, cuyo corazón abrió el Señor para que estuviese atenta a lo que Pablo decía. Era vendedora de púrpura de la ciudad de Tiatira, y temerosa de Dios.

Como ella y su familia fueron bautizadas, nos rogó diciendo: “Ya que habéis juzgado que soy fiel al Señor, entrad en mi casa y quedaos.” Y nos obligó a hacerlo.

Aconteció que, mientras íbamos al lugar de oración, nos salió al encuentro una joven esclava que tenía espíritu de adivinación, la cual producía gran ganancia a sus amos, adivinando.

Esta, siguiendo a Pablo y a nosotros, gritaba diciendo: —¡Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación!

Hacía esto por muchos días. Y Pablo, ya fastidiado, se dio vuelta y dijo al espíritu: —¡Te mando en el nombre de Jesucristo que salgas de ella! Y salió en el mismo momento.

Pero cuando sus amos vieron que se les había esfumado su esperanza de ganancia, prendieron a Pablo y a Silas y los arrastraron a la plaza, ante las autoridades.

Al presentarlos ante los magistrados, dijeron: —¡Estos hombres, siendo judíos, alborotan nuestra ciudad!

¡Predican costumbres que no nos es lícito recibir ni practicar, pues somos romanos!

Entonces el pueblo se levantó a una contra ellos. Y los magistrados les despojaron de sus ropas con violencia y mandaron azotarles con varas.

Después de golpearles con muchos azotes, los echaron en la cárcel y ordenaron al carcelero que los guardara con mucha seguridad.

Cuando éste recibió semejante orden, los metió en el calabozo de más adentro y sujetó sus pies en el cepo.

Como a la medianoche, Pablo y Silas estaban orando y cantando himnos a Dios, y los presos les escuchaban.

Entonces, de repente sobrevino un fuerte terremoto, de manera que los cimientos de la cárcel fueron sacudidos. Al instante, todas las puertas se abrieron, y las cadenas de todos se soltaron.

Cuando el carcelero despertó y vio abiertas las puertas de la cárcel, sacó su espada y estaba a punto de matarse, porque pensaba que los presos se habían escapado.

Pero Pablo gritó a gran voz, diciendo: —¡No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí!

Entonces él pidió luz y se lanzó adentro, y se postró temblando ante Pablo y Silas.

Sacándolos afuera, les dijo: —Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?

Ellos dijeron: —Cree en el Señor Jesús y serás salvo, tú y tu casa.

Y le hablaron la palabra del Señor a él, y a todos los que estaban en su casa.

En aquella hora de la noche, los tomó consigo y les lavó las heridas de los azotes. Y él fue bautizado en seguida, con todos los suyos.

Les hizo entrar en su casa, les puso la mesa y se regocijó de que con toda su casa había creído en Dios.

Cuando se hizo de día, los magistrados enviaron a los oficiales a decirle: —Suelta a esos hombres.

El carcelero comunicó a Pablo estas palabras: —Los magistrados han enviado orden de que seáis puestos en libertad; ahora, pues, salid e id en paz.

Pero Pablo les dijo: —Después de azotarnos públicamente sin ser condenados, siendo nosotros ciudadanos romanos, nos echaron en la cárcel; y ahora, ¿nos echan fuera a escondidas? ¡Pues no! ¡Que vengan ellos mismos a sacarnos!

Los oficiales informaron de estas palabras a los magistrados, quienes tuvieron miedo al oír que eran romanos.

Y fueron a ellos y les pidieron disculpas. Después de sacarlos, les rogaron que se fueran de la ciudad.

Entonces, después de salir de la cárcel, entraron en casa de Lidia; y habiendo visto a los hermanos, les exhortaron y luego partieron.




El alboroto en Tesalónica

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > El alboroto en Tesalónica (44:17:1 - 44:17:9)

Atravesaron por Anfípolis y Apolonia y llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga de los judíos.

Y de acuerdo con su costumbre, Pablo entró a reunirse con ellos, y por tres sábados discutió con ellos basándose en las Escrituras,

explicando y demostrando que era necesario que el Cristo padeciese y resucitase de entre los muertos. El decía: “Este Jesús, a quien yo os anuncio, es el Cristo.”

Y algunos de ellos se convencieron y se juntaron con Pablo y Silas: un gran número de los griegos piadosos y no pocas de las mujeres principales.

Entonces los judíos se pusieron celosos y tomaron de la calle a algunos hombres perversos, y formando una turba alborotaron la ciudad. Asaltando la casa de Jasón, procuraban sacarlos al pueblo.

Como no los encontraron, arrastraron a Jasón y a algunos hermanos ante los gobernadores de la ciudad, gritando: “¡Estos que trastornan al mundo entero también han venido acá!

Y Jasón les ha recibido. Todos éstos actúan en contra de los decretos del César, diciendo que hay otro rey, Jesús.”

El pueblo y los gobernadores se perturbaron al oír estas cosas;

pero después de obtener fianza de Jasón y de los demás, los soltaron.




Pablo y Silas en Berea

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Pablo y Silas en Berea (44:17:10 - 44:17:15)

Entonces, sin demora, los hermanos enviaron a Pablo y Silas de noche a Berea; y al llegar ellos allí, entraron a la sinagoga de los judíos.

Estos eran más nobles que los de Tesalónica, pues recibieron la palabra ávidamente, escudriñando cada día las Escrituras para verificar si estas cosas eran así.

En consecuencia, creyeron muchos de ellos; y también de las mujeres griegas distinguidas y de los hombres, no pocos.

Pero cuando supieron los judíos de Tesalónica que la palabra de Dios era anunciada por Pablo también en Berea, fueron allá para incitar y perturbar a las multitudes.

Entonces los hermanos hicieron salir inmediatamente a Pablo para que se fuese hasta el mar, mientras Silas y Timoteo se quedaron allí.

Los que conducían a Pablo le llevaron hasta Atenas; y después de recibir órdenes para Silas y Timoteo de que fuesen a reunirse con él lo más pronto posible, partieron de regreso.




Pablo en Atenas

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Pablo en Atenas (44:17:16 - 44:17:34)

Mientras Pablo los esperaba en Atenas, su espíritu se enardecía dentro de él al ver que la ciudad estaba entregada a la idolatría.

Por lo tanto, discutía en la sinagoga con los judíos y los piadosos, y todos los días en la plaza mayor, con los que concurrían allí.

Y algunos de los filósofos epicúreos y estoicos disputaban con él. Unos decían: —¿Qué querrá decir este palabrero? Otros decían: —Parece ser predicador de divinidades extranjeras. Pues les anunciaba las buenas nuevas de Jesús y la resurrección.

Ellos le tomaron y le llevaron al Areópago diciendo: —¿Podemos saber qué es esta nueva doctrina de la cual hablas?

Pues traes a nuestros oídos algunas cosas extrañas; por tanto, queremos saber qué significa esto.

Todos los atenienses y los forasteros que vivían allí no pasaban el tiempo en otra cosa que en decir o en oír la última novedad.

Entonces Pablo se puso de pie en medio del Areópago y dijo: —Hombres de Atenas: Observo que sois de lo más religiosos en todas las cosas.

Pues, mientras pasaba y miraba vuestros monumentos sagrados, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. A aquel, pues, que vosotros honráis sin conocerle, a éste yo os anuncio.

Este es el Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él. Y como es Señor del cielo y de la tierra, él no habita en templos hechos de manos,

ni es servido por manos humanas como si necesitase algo, porque él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas.

De uno solo ha hecho toda raza de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra. El ha determinado de antemano el orden de los tiempos y los límites de su habitación,

para que busquen a Dios, si de alguna manera, aun a tientas, palpasen y le hallasen. Aunque, a la verdad, él no está lejos de ninguno de nosotros;

porque “en él vivimos, nos movemos y somos”. Como también han dicho algunos de vuestros poetas: “Porque también somos linaje de él.”

Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte e imaginación de hombres.

Por eso, aunque antes Dios pasó por alto los tiempos de la ignorancia, en este tiempo manda a todos los hombres, en todos los lugares, que se arrepientan;

por cuanto ha establecido un día en el que ha de juzgar al mundo con justicia por medio del Hombre a quien ha designado, dando fe de ello a todos, al resucitarle de entre los muertos.

Cuando le oyeron mencionar la resurrección de los muertos, unos se burlaban, pero otros decían: —Te oiremos acerca de esto en otra ocasión.

Así fue que Pablo salió de en medio de ellos,

pero algunos hombres se juntaron con él y creyeron. Entre ellos estaba Dionisio, quien era miembro del Areópago, y una mujer llamada Dámaris, y otros con ellos.




Pablo en Corinto

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Pablo en Corinto (44:18:1 - 44:18:21)

Después de esto, Pablo partió de Atenas y fue a Corinto.

Y habiendo hallado a un judío llamado Aquilas, natural de Ponto, recién llegado de Italia con Priscila su mujer (porque Claudio había mandado que todos los judíos fueran expulsados de Roma), Pablo acudió a ellos.

Como eran del mismo oficio, permaneció con ellos y trabajaba, pues su oficio era hacer tiendas.

Y discutía en la sinagoga todos los sábados y persuadía a judíos y a griegos.

Cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, Pablo se dedicaba exclusivamente a la exposición de la palabra, testificando a los judíos que Jesús era el Cristo.

Pero como ellos le contradecían y blasfemaban, sacudió sus vestidos y les dijo: “¡Vuestra sangre sea sobre vuestra cabeza! ¡Yo soy limpio! De aquí en adelante iré a los gentiles.”

Se trasladó de allí y entró en la casa de un hombre llamado Tito Justo, quien era temeroso de Dios, y cuya casa estaba junto a la sinagoga.

Crispo, el principal de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa. Y muchos de los corintios que oían, creían y eran bautizados.

Entonces el Señor dijo a Pablo de noche, por medio de una visión: “No temas, sino habla y no calles;

porque yo estoy contigo, y nadie pondrá la mano sobre ti para hacerte mal; porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad.”

Pablo se quedó allí por un año y seis meses, enseñándoles la palabra de Dios.

Siendo Galión procónsul de Acaya, los judíos de común acuerdo se levantaron contra Pablo y le llevaron al tribunal,

diciendo: —¡Este persuade a los hombres a honrar a Dios contra la ley!

Cuando Pablo iba a abrir su boca, Galión dijo a los judíos: —Si se tratara de algún agravio o de un crimen enorme, oh judíos, conforme al derecho yo os toleraría.

Pero ya que se trata de cuestiones de palabras, de nombres y de vuestra ley, vedlo vosotros mismos. Yo no quiero ser juez de estas cosas.

Y los expulsó del tribunal.

Entonces todos tomaron a Sóstenes, el principal de la sinagoga, y le golpeaban delante del tribunal, y a Galión ninguna de estas cosas le importaba.

Pero Pablo, habiéndose detenido allí muchos días más, se despidió de los hermanos, e iba navegando hacia Siria; y con él iban Priscila y Aquilas. En Cencrea se rapó la cabeza, porque había hecho un voto.

Llegaron a Efeso, y él los dejó allí. Y entró en la sinagoga y discutía con los judíos.

Pero a pesar de que ellos le pedían que se quedase por más tiempo, no accedió,

sino que se despidió y dijo: “Otra vez volveré a vosotros, si Dios quiere.” Y zarpó de Efeso.