Discurso de Pedro en el pórtico de Salomón

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Discurso de Pedro en el pórtico de Salomón (44:3:11 - 44:3:26)

Como él se asió de Pedro y de Juan, toda la gente, atónita, concurrió apresuradamente a ellos en el pórtico llamado de Salomón.

Pedro, al ver esto, respondió al pueblo: —Hombres de Israel, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿Por qué nos miráis a nosotros como si con nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a este hombre?

El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres ha glorificado a su Siervo Jesús, al cual vosotros entregasteis y negasteis ante Pilato, a pesar de que él había resuelto soltarlo.

Pero vosotros negasteis al Santo y Justo; pedisteis que se os diese un hombre asesino,

y matasteis al Autor de la vida, al cual Dios ha resucitado de los muertos. De esto nosotros somos testigos.

Y el nombre de Jesús hizo fuerte, por la fe en su nombre, a este hombre que vosotros veis y conocéis. Y la fe que es despertada por Jesús le ha dado esta completa sanidad en la presencia de todos vosotros.

Ahora bien, hermanos, sé que por ignorancia lo hicisteis, como también vuestros gobernantes.

Pero Dios cumplió así lo que había anunciado de antemano por boca de todos los profetas, de que su Cristo había de padecer.

Por tanto, arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados; de modo que de la presencia del Señor vengan tiempos de refrigerio

y que él envíe al Cristo, a Jesús, quien os fue previamente designado.

A él, además, el cielo le debía recibir hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de las cuales habló Dios por boca de sus santos profetas desde tiempos antiguos.

Porque ciertamente Moisés dijo: El Señor vuestro Dios os levantará, de entre vuestros hermanos, un profeta como yo. A él escucharéis en todas las cosas que os hable.

Y sucederá que cualquier persona que no escuche a aquel profeta será desarraigada del pueblo.

Y todos los profetas, de Samuel en adelante, todos los que hablaron, también anunciaron estos días.

Vosotros sois los hijos de los profetas y del pacto que Dios concertó con vuestros padres, diciendo a Abraham: En tu descendencia serán benditas todas las familias de la tierra.

Y después de levantar a su Siervo, Dios lo envió primero a vosotros, para bendeciros al convertirse cada uno de su maldad.




Pedro y Juan ante el concilio

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Pedro y Juan ante el concilio (44:4:1 - 44:4:22)

Mientras ellos estaban hablando al pueblo, llegaron los sacerdotes, el capitán de la guardia del templo y los saduceos,

resentidos de que enseñasen al pueblo y anunciasen en Jesús la resurrección de entre los muertos.

Les echaron mano y los pusieron en la cárcel hasta el día siguiente, porque ya era tarde.

Pero muchos de los que habían oído la palabra creyeron, y el número de los hombres llegó a ser como cinco mil.

Al día siguiente, aconteció que se reunieron en Jerusalén los gobernantes de ellos, los ancianos y los escribas;

y estaban el sumo sacerdote Anás, Caifás, Juan, Alejandro y todos los del linaje del sumo sacerdote.

Y poniéndolos en medio, les interrogaron: —¿Con qué poder, o en qué nombre habéis hecho vosotros esto?

Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: —Gobernantes del pueblo y ancianos:

Si hoy somos investigados acerca del bien hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste ha sido sanado,

sea conocido a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel, que ha sido en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos. Por Jesús este hombre está de pie sano en vuestra presencia.

El es la piedra rechazada por vosotros los edificadores, la cual ha llegado a ser cabeza del ángulo.

Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.

Y viendo la valentía de Pedro y de Juan, y teniendo en cuenta que eran hombres sin letras e indoctos, se asombraban y reconocían que habían estado con Jesús.

Pero, ya que veían de pie con ellos al hombre que había sido sanado, no tenían nada que decir en contra.

Entonces les mandaron que saliesen fuera del Sanedrín y deliberaban entre sí,

diciendo: —¿Qué hemos de hacer con estos hombres? Porque de cierto, es evidente a todos los que habitan en Jerusalén que una señal notable ha sido hecha por medio de ellos, y no lo podemos negar.

Pero para que no se divulgue cada vez más entre el pueblo, amenacémosles para que de aquí en adelante no hablen a ninguna persona en este nombre.

Entonces los llamaron y les ordenaron terminantemente que no hablaran ni enseñaran en el nombre de Jesús.

Pero respondiendo Pedro y Juan, les dijeron: —Juzgad vosotros si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios.

Porque nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.

Y después de amenazarles más, ellos les soltaron, pues por causa del pueblo no hallaban ningún modo de castigarles; porque todos glorificaban a Dios por lo que había acontecido,

pues el hombre en quien había sido hecho este milagro de sanidad tenía más de cuarenta años.




Los creyentes piden confianza y valor

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Los creyentes piden confianza y valor (44:4:23 - 44:4:31)

Una vez sueltos, fueron a los suyos y les contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho.

Cuando ellos lo oyeron, de un solo ánimo alzaron sus voces a Dios y dijeron: “Soberano, tú eres el que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay,

y que mediante el Espíritu Santo por boca de nuestro padre David, tu siervo, dijiste: ¿Por qué se amotinaron las naciones y los pueblos tramaron cosas vanas?

Se levantaron los reyes de la tierra y sus gobernantes consultaron unidos contra el Señor y contra su Ungido.

Porque verdaderamente, tanto Herodes como Poncio Pilato con los gentiles y el pueblo de Israel se reunieron en esta ciudad contra tu santo Siervo Jesús, al cual ungiste,

para llevar a cabo lo que tu mano y tu consejo habían determinado de antemano que había de ser hecho.

Y ahora, Señor, mira sus amenazas y concede a tus siervos que hablen tu palabra con toda valentía.

Extiende tu mano para que sean hechas sanidades, señales y prodigios en el nombre de tu santo Siervo Jesús.”

Cuando acabaron de orar, el lugar en donde estaban reunidos tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban la palabra de Dios con valentía.




Todas las cosas en común

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Todas las cosas en común (44:4:32 - 44:4:37)

La multitud de los que habían creído era de un solo corazón y una sola alma. Ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que todas las cosas les eran comunes.

Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia había sobre todos ellos.

No había, pues, ningún necesitado entre ellos, porque todos los que eran propietarios de terrenos o casas los vendían, traían el precio de lo vendido

y lo ponían a los pies de los apóstoles. Y era repartido a cada uno según tenía necesidad.

Entonces José, quien por los apóstoles era llamado Bernabé (que significa hijo de consolación) y quien era levita, natural de Chipre,

como tenía un campo, lo vendió, trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles.




Ananías y Safira

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Ananías y Safira (44:5:1 - 44:5:11)

Pero cierto hombre llamado Ananías, juntamente con Safira su mujer, vendió una posesión.

Con el conocimiento de su mujer, sustrajo del precio; y llevando una parte, la puso a los pies de los apóstoles.

Y Pedro dijo: —Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para mentir al Espíritu Santo y sustraer del precio del campo?

Reteniéndolo, ¿acaso no seguía siendo tuyo? Y una vez vendido, ¿no estaba bajo tu autoridad? ¿Por qué propusiste en tu corazón hacer esto? No has mentido a los hombres, sino a Dios.

Entonces Ananías, oyendo estas palabras, cayó y expiró. Y gran temor sobrevino a todos los que lo oían.

Luego se levantaron los jóvenes y le envolvieron. Y sacándole fuera, lo sepultaron.

Después de un intervalo de unas tres horas, sucedió que entró su mujer, sin saber lo que había acontecido.

Entonces Pedro le preguntó: —Dime, ¿vendisteis en tanto el campo? Ella dijo: —Sí, en tanto.

Y Pedro le dijo: —¿Por qué os pusisteis de acuerdo para tentar al Espíritu del Señor? He aquí los pies de los que han sepultado a tu marido están a la puerta, y te sacarán a ti.

De inmediato, ella cayó a los pies de él y expiró. Cuando los jóvenes entraron, la hallaron muerta; la sacaron y la sepultaron junto a su marido.

Y gran temor sobrevino a la iglesia entera y a todos los que oían de estas cosas.