La vanidad de la vida

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Poéticos y Sapienciales > Eclesiastés > La vanidad de la vida (21:5:8 - 21:6:12)

Si observas en una provincia la opresión de los pobres y la privación del derecho y la justicia, no te asombres por ello. Porque al alto lo vigila uno más alto, y hay alguien aun más alto que ellos.

Pero en todo es provechoso para un país que el rey esté al servicio del campo.

El que ama el dinero no quedará satisfecho con dinero, y el que ama las riquezas no tendrá beneficio. También esto es vanidad.

Cuando los bienes aumentan, también aumentan los que los consumen. ¿Qué provecho, pues, tendrán sus dueños aparte de verlos con sus ojos?

Dulce es el sueño del trabajador, haya comido poco o haya comido mucho; pero al rico no le deja dormir la abundancia.

Hay un grave mal que he visto debajo del sol: las riquezas guardadas por su dueño, para su propio mal;

o aquellas riquezas que se pierden en un mal negocio. Y al engendrar un hijo, nada le queda en la mano.

Como salió del vientre de su madre, desnudo, así volverá; tal como vino, se irá. Nada de su duro trabajo llevará en su mano cuando se vaya.

Este también es un grave mal: que de la misma manera que vino, así vuelva. ¿Y de qué le aprovecha afanarse para el viento?

Además, consume todos los días de su vida en tinieblas, con mucha frustración, enfermedad y resentimiento.

He aquí, pues, el bien que yo he visto: que lo agradable es comer y beber, y tomar satisfacción en todo el duro trabajo con que se afana debajo del sol, durante los contados días de la vida que Dios le ha dado; porque ésta es su porción.

Asimismo, el que Dios le dé a un hombre riquezas y posesiones, permitiéndole también comer de ellas, tomar su porción y gozarse de su duro trabajo, esto es un don de Dios.

Ciertamente no se acordará mucho de los días de su vida, ya que Dios lo mantiene ocupado con la alegría de su corazón.

Hay un mal que he visto debajo del sol y que es muy gravoso sobre el hombre.

Se da el caso de un hombre a quien Dios ha dado riquezas, posesiones y honra, y nada le falta de todo lo que desea. Pero Dios no le ha permitido comer de ello; más bien, los extraños se lo comen. Esto es vanidad y penosa enfermedad.

Si un hombre engendra cien hijos y vive muchos años, de modo que los días de sus años son numerosos, pero su alma no se sacia de sus bienes y ni aun recibe sepultura, digo yo que un abortivo es mejor que él.

Porque vino en vano y a las tinieblas se fue, y su nombre quedará cubierto con tinieblas.

Aunque no vio el sol ni nada conoció, más sosiego tiene éste que aquél.

Aunque aquél viva mil años dos veces, sin gozar del bien, ¿no van todos a un mismo lugar?

Todo el duro trabajo del hombre es para su boca; y con todo eso, su alma no se sacia.

¿Qué ventaja tiene el sabio sobre el necio? ¿Qué gana el pobre que sabe conducirse ante los demás seres vivientes?

Mejor es lo que los ojos ven que el divagar del deseo. Sin embargo, esto también es vanidad y aflicción de espíritu.

El que existe ya ha recibido un nombre, y se sabe que es sólo hombre y que no puede contender con quien es más fuerte que él.

Cuando hay muchas palabras, éstas aumentan la vanidad. ¿Qué ventaja, pues, tiene el hombre?

Porque, ¿quién sabe lo que es mejor para el hombre durante los contados días de su vana vida, los cuales él pasa como sombra? ¿Quién, pues, declarará al hombre qué habrá después de él debajo del sol?

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