Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Poéticos y Sapienciales > Job > Jehová convence a Job de su ignorancia (18:38:1 - 18:40:5)
Entonces Jehovah respondió a Job desde un torbellino y dijo:
—¿Quién es ese que oscurece el consejo con palabras sin conocimiento?
Cíñete, pues, los lomos como un hombre; yo te preguntaré, y tú me lo harás saber:
¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes entendimiento.
¿Quién determinó sus medidas? Porque tú lo debes saber. ¿O quién extendió sobre ella un cordel?
¿Sobre qué están afirmados sus cimientos? ¿O quién puso su piedra angular,
cuando aclamaban juntas las estrellas del alba, y gritaban de júbilo todos los hijos de Dios?
¿Quién contuvo mediante compuertas el mar, cuando irrumpiendo salió del vientre;
cuando le puse las nubes por vestido y la oscuridad como pañal?
Yo establecí sobre él un límite y le puse cerrojos y puertas.
Le dije: “Hasta aquí llegarás y no seguirás adelante. Aquí cesará la soberbia de tus olas.”
¿Alguna vez en tu vida diste órdenes a la mañana? ¿Has mostrado a la aurora su lugar,
para que al tomar por los extremos la tierra, sean sacudidos de ella los impíos?
Ella se transforma cual la arcilla en el molde, y se presenta como una vestidura.
Entonces la luz es quitada a los impíos, y es quebrantado el brazo enaltecido.
¿Has penetrado hasta las fuentes del mar? ¿Has andado escudriñando el abismo?
¿Te han sido reveladas las puertas de la muerte? ¿Has visto las puertas de la densa oscuridad?
¿Has reflexionado acerca de la amplitud de la tierra? ¡Decláralo, si sabes todo esto!
¿Dónde está el camino hacia la morada de la luz? ¿Y dónde está el lugar de las tinieblas,
para que las repliegues a su territorio y para que disciernas el camino a su morada?
Tú lo debes saber, porque entonces ya habías nacido, y es muy grande el número de tus días.
¿Has entrado en los depósitos de la nieve, o has visto los depósitos del granizo
que tengo reservados para el tiempo de la angustia, para el día de la batalla y de la guerra?
¿Dónde está el camino por el cual se distribuye la luz, y se desplaza sobre la tierra el viento oriental?
¿Quién abre cauce al aluvión, y camino a relámpagos y truenos,
haciendo llover sobre la tierra sin hombres, sobre el desierto donde no hay un ser humano;
para saciar la tierra arruinada y desolada, y para hacer brotar la hierba?
¿Acaso la lluvia tiene un padre? ¿O quién engendró las gotas del rocío?
¿Del vientre de quién salió el hielo? A la escarcha del cielo, ¿quién la dio a luz?
Las aguas se congelan como piedra, y se endurece la superficie del océano.
¿Podrás unir con cadenas a las Pléyades o aflojar las cuerdas de Orión?
¿Harás salir las constelaciones en su respectivo tiempo? ¿Guiarás a la Osa Mayor junto con sus hijos?
¿Conoces las leyes de los cielos? ¿Podrás establecer su dominio en la tierra?
¿Alzarás a las nubes tu voz para que te cubra abundancia de aguas?
¿Enviarás los relámpagos, de modo que vayan y te digan: “¡Aquí nos tienes!”?
¿Quién puso sabiduría en el ibis? ¿Quién dio inteligencia al gallo?
¿Quién puede contar las nubes con sabiduría? ¿Quién puede hacer que se inclinen las tinajas de los cielos,
cuando el polvo se endurece como sólido y los terrones se pegan unos con otros?
¿Cazarás presa para la leona? ¿Saciarás el apetito de sus cachorros
cuando se recuestan en sus guaridas y se quedan en la espesura, en sus escondrijos?
¿Quién prepara al cuervo su comida cuando sus polluelos claman a Dios y andan errantes por falta de alimento?
¿Conoces tú el tiempo en que paren las cabras monteses? ¿Has observado el parto de las gacelas?
¿Has contado los meses que cumplen? ¿Conoces el tiempo cuando han de parir?
Se encorvan, expulsan sus crías y luego se libran de sus dolores.
Sus hijos se fortalecen y crecen en campo abierto; luego se van y no vuelven más a ellas.
¿Quién dejó libre al asno montés? ¿Quién soltó las ataduras del onagro?
Yo puse el Arabá como su casa, y las tierras saladas como su morada.
Se burla del bullicio de la ciudad; no escucha los gritos del arriero.
Explora los montes tras su pasto, y busca todo lo que es verde.
¿Consentirá en servirte el toro salvaje y pasar la noche junto a tu pesebre?
¿Atarás al toro salvaje con coyundas para el surco? ¿Rastrillará los valles tras de ti?
¿Confiarás en él, por ser grande su fuerza, y descargarás sobre él el peso de tu labor?
¿Crees que él ha de regresar para recoger el grano de tu era?
Se agitan alegremente las alas del avestruz; ¿pero acaso sus alas y su plumaje son los de la cigüeña?
Porque ella abandona sus huevos en la tierra, y sobre el polvo los deja calentarse.
Y se olvida que un pie los puede aplastar o que los animales del campo los pueden pisotear.
Trata con dureza a sus hijos, como si no fueran suyos, sin temor de que su trabajo haya sido en vano.
Es que Dios le hizo olvidar la sabiduría y no le repartió inteligencia.
Pero cuando levanta las alas para correr, se ríe del caballo y del jinete.
¿Diste bravura al caballo? ¿Engalanaste de crines su cuello?
¿Lo harás brincar como a una langosta? El resoplido de su nariz es temible.
Escarba en el valle y se regocija con fuerza; sale al encuentro de las armas.
Se ríe del miedo y no se espanta; no vuelve atrás ante la espada.
Sobre él resuenan la aljaba, la hoja de la lanza y la jabalina.
Con estrépito y furor devora la distancia y no se detiene aunque suene la corneta.
Relincha cada vez que suena la corneta, y desde lejos olfatea la batalla, la voz tronadora de los oficiales y el grito de guerra.
¿Es por tu inteligencia que el halcón emprende el vuelo y extiende sus alas hacia el sur?
¿Es por tu mandato que el águila se eleva y pone en lo alto su nido?
En las peñas habita y pernocta en la cumbre de la peña, en lugar inaccesible.
Desde allí acecha la presa; sus ojos la observan de muy lejos.
Luego sus polluelos chupan la sangre. Donde haya cadáveres, allí estará ella.
Jehovah continuó y dijo a Job:
—¿Desistirá el que contiende con el Todopoderoso? El que argumenta con Dios, que responda a esto.
Entonces Job respondió a Jehovah y dijo:
—He aquí que yo soy insignificante. ¿Qué te he de responder? Pongo mi mano sobre mi boca.
Una vez hablé y no volveré a responder; aun dos veces, pero no continuaré.
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