Biblia cristiana > Nuevo Testamento > EpÃstolas > Hechos > Discurso de despedida de Pablo en Mileto (44:20:17 - 44:20:38)
Desde Mileto, Pablo envió a Efeso e hizo llamar a los ancianos de la iglesia.
Cuando ellos llegaron a él, les dijo: “Vosotros sabéis bien cómo me he comportado con vosotros todo el tiempo, desde el primer dÃa que llegué a Asia,
sirviendo al Señor con toda humildad y con muchas lágrimas y pruebas que me vinieron por las asechanzas de los judÃos.
Y sabéis que no he rehuido el anunciaros nada que os fuese útil, y el enseñaros públicamente y de casa en casa,
testificando a los judÃos y a los griegos acerca del arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro Señor Jesús.
“Ahora, he aquà yo voy a Jerusalén con el espÃritu encadenado, sin saber lo que me ha de acontecer allÃ;
salvo que el EspÃritu Santo me da testimonio en una ciudad tras otra, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones.
Sin embargo, no estimo que mi vida sea de ningún valor ni preciosa para mà mismo, con tal que acabe mi carrera y el ministerio que recibà del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.
“Ahora, he aquà yo sé que ninguno de todos vosotros, entre los cuales he pasado predicando el reino, volverá a ver mi cara.
Por tanto, yo declaro ante vosotros en el dÃa de hoy que soy limpio de la sangre de todos,
porque no he rehuido el anunciaros todo el consejo de Dios.
Tened cuidado por vosotros mismos y por todo el rebaño sobre el cual el EspÃritu Santo os ha puesto como obispos, para pastorear la iglesia del Señor, la cual adquirió para sà mediante su propia sangre.
Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces que no perdonarán la vida al rebaño;
y que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas para descarriar a los discÃpulos tras ellos.
Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de dÃa, no cesé de amonestar con lágrimas a cada uno.
“Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, a aquel que tiene poder para edificar y para dar herencia entre todos los santificados.
“No he codiciado ni la plata ni el oro ni el vestido de nadie.
Vosotros sabéis que estas manos proveyeron para mis necesidades y para aquellos que estaban conmigo.
En todo os he demostrado que trabajando asà es necesario apoyar a los débiles, y tener presente las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir.”
Cuando habÃa dicho estas cosas, se puso de rodillas y oró con todos ellos.
Entonces hubo gran llanto de todos. Se echaron sobre el cuello de Pablo y le besaban,
lamentando sobre todo por la palabra que habÃa dicho que ya no volverÃan a ver su cara. Y le acompañaron al barco.
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07-07-2011 a las 3:38
soy quirtino
[contesta a esteban]