Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Poéticos y Sapienciales > Eclesiastés > Desigualdades de la vida (21:8:10 - 21:9:18)
Asimismo, he observado esto: que los impíos, que antes entraban y salían del lugar santo, son sepultados y reciben elogios en la ciudad donde así hicieron. Esto también es vanidad.
Cuando la sentencia contra la mala obra no se ejecuta enseguida, el corazón de los hijos del hombre queda más predispuesto para hacer el mal.
Aunque un pecador haga mal cien veces y prolongue sus días, con todo yo sé que a los que temen a Dios, a los que temen ante su presencia, les irá bien.
Pero al impío no le irá bien, ni le serán alargados sus días como la sombra; porque no teme ante la presencia de Dios.
Hay una vanidad que se hace sobre la tierra: Hay justos a quienes sucede como si hicieran obras de impíos, y hay impíos a quienes sucede como si hicieran obras de justos. Digo que esto también es vanidad.
Por eso yo elogio la alegría, pues el hombre no tiene debajo del sol mejor bien que comer, beber y alegrarse. Esto es lo que le queda por su duro trabajo en los días de su vida que Dios le ha dado debajo del sol.
Al dedicar mi corazón a conocer la sabiduría y a ver la tarea que se realiza sobre la tierra (porque ni de noche ni de día los ojos del hombre disfrutan del sueño),
vi todas las obras de Dios. Ciertamente el hombre no logra comprender la obra que se hace debajo del sol. Por más que se esfuerce buscándolo, no lo alcanzará; aunque el sabio diga que lo conoce, no por ello podrá alcanzarlo.
Ciertamente he dedicado mi corazón a todas estas cosas para aclarar todo esto: que los justos y sabios, y sus hechos, están en la mano de Dios. Si se trata del amor o del odio, el hombre no lo sabe. Todo lo que está delante de ellos
es vanidad, puesto que a todos les sucede lo mismo: al justo y al impío, al bueno y al malo, al puro y al impuro, al que ofrece sacrificios y al que no los ofrece. Como el bueno, así es el que peca; y el que jura, como el que teme el jurar.
Este es el mal que hay en todo lo que se hace debajo del sol: que a todos les sucede lo mismo; también que el corazón de los hijos del hombre está lleno de mal, que la locura está en su corazón mientras dura su vida, y que después descienden al lugar de los muertos.
Pero para todo aquel que está unido a los vivos hay esperanza, pues mejor es perro vivo que león muerto.
Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos no saben nada, ni tienen más recompensa, pues la memoria de ellos es puesta en el olvido.
También han desaparecido su amor, su odio y su envidia. Ya no tienen parte en este mundo, en todo lo que se hace debajo del sol.
Anda, come tu pan con gozo y bebe tu vino con alegre corazón, porque tus obras ya son aceptables a Dios.
En todo tiempo sean blancas tus vestiduras, y nunca falte aceite perfumado sobre tu cabeza.
Goza de la vida, con la mujer que amas, todos los días de tu vana vida, que Dios te ha dado debajo del sol; porque ésta es la porción de tu vida y del duro trabajo con que te afanas debajo del sol.
Todo lo que te venga a la mano para hacer, hazlo con empeño. Porque en el Seol, a donde vas, no hay obras, ni cuentas, ni conocimiento, ni sabiduría.
Entonces volví a observar debajo del sol que no es de los veloces la carrera, ni de los valientes la batalla, ni de los sabios el pan, ni de los entendidos las riquezas, ni de los conocedores la gracia; sino que a todos les llegan el tiempo y el contratiempo.
Porque el hombre tampoco conoce su tiempo. Como los peces que son atrapados en la mala red y como los pájaros que quedan presos en la trampa, así son atrapados los hijos del hombre en el tiempo malo, cuando éste cae de repente sobre ellos.
También he visto esta sabiduría debajo del sol, la cual me parece grandiosa:
Había una ciudad pequeña con pocos hombres en ella, y contra ella vino un gran rey y la rodeó edificando contra ella grandes torres de asedio.
Y se encontraba en ella un hombre pobre, pero sabio, el cual con su sabiduría libró a la ciudad. Pero nadie se acordaba de aquel hombre pobre.
Entonces dije: “Mejor es la sabiduría que la fuerza, aunque el conocimiento del pobre sea menospreciado y sus palabras no sean escuchadas.”
Las palabras del sabio, oídas con sosiego, son mejores que el grito del que gobierna entre los necios.
Mejor es la sabiduría que las armas de guerra, pero un solo pecador destruye mucho bien.
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