Biblia cristiana > Nuevo Testamento > EpÃstolas > El Apocalipsis de San Juan > Las trompetas (66:8:6 - 66:9:21)
Los siete ángeles que tenÃan las siete trompetas se dispusieron a tocarlas.
El primero tocó la trompeta. Y se produjo granizo y fuego mezclados con sangre, y fueron arrojados sobre la tierra. Y la tercera parte de la tierra fue quemada, y la tercera parte de los árboles fue quemada, y toda la hierba verde fue quemada.
El segundo ángel tocó la trompeta. Y algo como un gran monte ardiendo con fuego fue lanzado al mar. Y la tercera parte del mar se convirtió en sangre;
y murió la tercera parte de las criaturas vivientes que estaban en el mar, y la tercera parte de los barcos fue destruida.
El tercer ángel tocó la trompeta. Y cayó del cielo una gran estrella, ardiendo como una antorcha; y cayó sobre la tercera parte de los rÃos y sobre las fuentes de agua.
El nombre de la estrella es Ajenjo. Y la tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo, y muchos hombres murieron por las aguas, porque fueron hechas amargas.
El cuarto ángel tocó la trompeta. Y fue herida la tercera parte del sol, la tercera parte de la luna y la tercera parte de las estrellas, de manera que se oscureció la tercera parte de ellos, y no alumbraba el dÃa durante una tercera parte, y también la noche de la misma manera.
Miré y oà volar un águila por en medio del cielo, diciendo a gran voz: “¡Ay, ay, ay de los que habitan en la tierra, por razón de los demás toques de trompeta que los tres ángeles aún han de tocar!”
El quinto ángel tocó la trompeta. Y vi que una estrella habÃa caÃdo del cielo a la tierra, y le fue dada la llave del pozo del abismo.
Y abrió el pozo del abismo, y subió humo del pozo como el humo de un gran horno; y fue oscurecido el sol y también el aire por el humo del pozo.
Y del humo salieron langostas sobre la tierra, y les fue dado poder como tienen poder los escorpiones de la tierra.
Y se les dijo que no hiciesen daño a la hierba de la tierra ni a ninguna cosa verde, ni a ningún árbol, sino solamente a los hombres que no tienen el sello de Dios en sus frentes.
Se les mandó que no los matasen, sino que fuesen atormentados por cinco meses. Su tormento era como el tormento del escorpión cuando pica al hombre.
En aquellos dÃas los hombres buscarán la muerte, pero de ninguna manera la hallarán. Anhelarán morir, y la muerte huirá de ellos.
El aspecto de las langostas era semejante a caballos equipados para la guerra. Sobre sus cabezas tenÃan como coronas, semejantes al oro, y sus caras eran como caras de hombres.
TenÃan cabello como cabello de mujeres, y sus dientes eran como dientes de leones.
TenÃan corazas como corazas de hierro. El estruendo de sus alas era como el ruido de carros que con muchos caballos corren a la batalla.
Tienen colas semejantes a las de los escorpiones, y aguijones. Y en sus colas está su poder para hacer daño a los hombres durante cinco meses.
Tienen sobre sà un rey, el ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abadón, y en griego tiene por nombre Apolión.
El primer ay ha pasado. He aquà vienen aún dos ayes después de esto.
El sexto ángel tocó la trompeta. Y oà una voz que salÃa de los cuatro cuernos del altar de oro que estaba delante de Dios,
diciendo al sexto ángel que tenÃa la trompeta: “Desata a los cuatro ángeles que han estado atados junto al gran rÃo Eufrates.”
Fueron desatados los cuatro ángeles que habÃan estado preparados para la hora y dÃa y mes y año, para que matasen a la tercera parte de los hombres.
El número de los soldados de a caballo era de dos mirÃadas de mirÃadas; yo escuché el número de ellos.
Y de esta manera, vi en la visión los caballos y a los que cabalgaban en ellos, que tenÃan corazas color de fuego, de jacinto y de azufre. Las cabezas de los caballos eran como cabezas de leones; y de sus bocas salÃa fuego, humo y azufre.
La tercera parte de los hombres fueron muertos por estas tres plagas: por el fuego, el humo y el azufre que salÃan de la boca de ellos.
Pues el poder de los caballos está en sus bocas y en sus colas. Porque sus colas son semejantes a serpientes, y tienen cabezas con las cuales hieren.
Los demás hombres que no fueron muertos con estas plagas ni aun asà se arrepintieron de las obras de sus manos, para dejar de adorar a los demonios y a las imágenes de oro, y de plata, y de bronce, y de piedra, y de madera, las cuales no pueden ver, ni oÃr, ni caminar.
Tampoco se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerÃas, ni de su inmoralidad sexual, ni de sus robos.