Biblia cristiana > Nuevo Testamento > EpÃstolas > El Apocalipsis de San Juan > Los sellos (66:6:1 - 66:6:17)
Y miré cuando el Cordero abrió el primero de los siete sellos, y oà a uno de los cuatro seres vivientes que decÃa con voz de trueno: “¡Ven!”
Y miré, y he aquà un caballo blanco. El que estaba montado sobre él tenÃa un arco, y le fue dada una corona; y salió venciendo y para vencer.
Cuando abrió el segundo sello, oà al segundo ser viviente que decÃa: “¡Ven!”
Y salió otro caballo, rojo. Al que estaba montado sobre él, le fue dado poder para quitar la paz de la tierra y para que se matasen unos a otros. Y le fue dada una gran espada.
Cuando abrió el tercer sello, oà al tercer ser viviente que decÃa: “¡Ven!” Y miré y he aquà un caballo negro, y el que estaba montado sobre él tenÃa una balanza en su mano.
Y oà como una voz en medio de los cuatro seres vivientes, que decÃa: “¡Una medida de trigo por un denario, y tres medidas de cebada por un denario! Y no hagas ningún daño al vino ni al aceite.”
Cuando abrió el cuarto sello, oà la voz del cuarto ser viviente que decÃa: “¡Ven!”
Y miré, y he aquà un caballo pálido; y el que estaba montado sobre él se llamaba Muerte; y el Hades le seguÃa muy de cerca. A ellos les fue dado poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada y con hambre y con pestilencia y por las fieras del campo.
Cuando abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los que habÃan sido muertos a causa de la palabra de Dios y del testimonio que ellos tenÃan.
Y clamaban a gran voz diciendo: “¿Hasta cuándo, oh soberano Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre sobre los que moran en la tierra?”
Y a cada uno de ellos le fue dado un vestido blanco; y se les dijo que descansaran todavÃa un poco de tiempo, hasta que se completase el número de sus consiervos y sus hermanos que también habÃan de ser muertos como ellos.
Y miré cuando él abrió el sexto sello, y se produjo un gran terremoto. El sol se puso negro como tela de cilicio; la luna entera se puso como sangre,
y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como una higuera arroja sus higos tardÃos cuando es sacudida por un fuerte viento.
El cielo fue apartado como un pergamino enrollado, y toda montaña e isla fueron removidas de sus lugares.
Los reyes de la tierra, los grandes, los comandantes, los ricos, los poderosos, todo esclavo y todo libre se escondieron en las cuevas y entre las peñas de las montañas,
y decÃan a las montañas y a las peñas: “Caed sobre nosotros y escondednos del rostro del que está sentado sobre el trono y de la ira del Cordero.
Porque ha llegado el gran dÃa de su ira, y ¡quién podrá permanecer de pie!”