Epístola a los Hebreos

El sacrificio de Cristo quita el pecado

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Enviado por Kevin Motta

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Epístola a los Hebreos > El sacrificio de Cristo quita el pecado (58:9:23 - 58:10:24)

Era, pues, necesario purificar las figuras de las cosas celestiales con estos ritos; pero las mismas cosas celestiales, con sacrificios mejores que éstos.

Porque Cristo no entró en un lugar santísimo hecho de manos, figura del verdadero, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora delante de Dios a nuestro favor.

Tampoco entró para ofrecerse muchas veces a sí mismo, como entra cada año el sumo sacerdote en el lugar santísimo con sangre ajena.

De otra manera, le habría sido necesario padecer muchas veces desde la fundación del mundo. Pero ahora, él se ha presentado una vez para siempre en la consumación de los siglos, para quitar el pecado mediante el sacrificio de sí mismo.

Entonces, tal como está establecido que los hombres mueran una sola vez, y después el juicio,

así también Cristo fue ofrecido una sola vez para quitar los pecados de muchos. La segunda vez, ya sin relación con el pecado, aparecerá para salvación a los que le esperan.

Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros y no la forma misma de estas realidades, nunca puede, por medio de los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente de año en año, hacer perfectos a los que se acercan.

De otra manera, ¿no habrían dejado de ser ofrecidos? Porque los que ofrecen este culto, una vez purificados, ya no tendrían más conciencia de pecado.

Sin embargo, cada año se hace memoria del pecado con estos sacrificios,

porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.

Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron;

entonces dije: “¡Heme aquí para hacer, oh Dios, tu voluntad!” como en el rollo del libro está escrito de mí.

Habiendo dicho arriba: Sacrificios, ofrendas y holocaustos por el pecado no quisiste ni te agradaron (cosas que se ofrecen según la ley),

luego dijo: ¡Heme aquí para hacer tu voluntad! El quita lo primero para establecer lo segundo.

Todo sacerdote se ha presentado, día tras día, para servir en el culto y ofrecer muchas veces los mismos sacrificios que nunca pueden quitar los pecados.

Pero éste, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados, se sentó para siempre a la diestra de Dios,

esperando de allí en adelante hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies.

Porque con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los santificados.

“Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días,” dice el Señor; “pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las inscribiré,”

él añade: “Nunca más me acordaré de los pecados e iniquidades de ellos.”

Pues donde hay perdón de pecados, no hay más ofrenda por el pecado.

Así que, hermanos, teniendo plena confianza para entrar al lugar santísimo por la sangre de Jesús,

y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios,

acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura.

Retengamos firme la confesión de la esperanza sin vacilación, porque fiel es el que lo ha prometido.

Considerémonos los unos a los otros para estimularnos al amor y a las buenas obras.

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Advertencia al que peca deliberadamente

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Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Epístola a los Hebreos > Advertencia al que peca deliberadamente (58:10:26 - 58:10:39)

Porque si pecamos voluntariamente, después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por el pecado,

sino una horrenda expectativa de juicio y de fuego ardiente que ha de devorar a los adversarios.

El que ha desechado la ley de Moisés ha de morir sin compasión por el testimonio de dos o tres testigos.

¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que ha pisoteado al Hijo de Dios, que ha considerado de poca importancia la sangre del pacto por la cual fue santificado y que ha ultrajado al Espíritu de gracia?

¡Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo!

Traed a la memoria los días del pasado en los cuales, después de haber sido iluminados, soportasteis gran conflicto y aflicciones.

Por una parte, fuisteis hechos espectáculo público con reproches y tribulaciones. Por otra parte, fuisteis hechos compañeros de los que han estado en tal situación.

También os compadecisteis de los presos y con gozo padecisteis ser despojados de vuestros bienes, sabiendo que vosotros mismos tenéis una posesión mejor y perdurable.

Porque os es necesaria la perseverancia para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis lo prometido;

porque: Aún un poco, en un poco más el que ha de venir vendrá y no tardará.

Pero mi justo vivirá por fe; y si se vuelve atrás, no agradará a mi alma.

Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás para perdición, sino de los que tienen fe para la preservación del alma.

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La fe

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Epístola a los Hebreos > La fe (58:11:1 - 58:11:40)

La fe es la constancia de las cosas que se esperan y la comprobación de los hechos que no se ven.

Por ella recibieron buen testimonio los antiguos.

Por la fe comprendemos que el universo fue constituido por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.

Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio superior al de Caín. Por ella recibió testimonio de ser justo, pues Dios dio testimonio al aceptar sus ofrendas. Y por medio de la fe, aunque murió, habla todavía.

Por la fe Enoc fue trasladado para no ver la muerte y no fue hallado, porque Dios le había trasladado. Antes de su traslado, recibió testimonio de haber agradado a Dios.

Y sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que él existe y que es galardonador de los que le buscan.

Por la fe Noé, habiendo sido advertido por revelación acerca de cosas que aún no habían sido vistas, movido por temor reverente, preparó el arca para la salvación de su familia. Por la fe él condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que es según la fe.

Por la fe Abraham, cuando fue llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir por herencia; y salió sin saber a dónde iba.

Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, viviendo en tiendas con Isaac y Jacob, los coherederos de la misma promesa;

porque esperaba la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.

Por la fe, a pesar de que Sara misma era estéril, él recibió fuerzas para engendrar un hijo cuando había pasado de la edad; porque consideró que el que lo había prometido era fiel.

Y por lo tanto, de uno solo, y estando éste muerto en cuanto a estas cosas, nacieron hijos como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar.

Conforme a su fe murieron todos éstos sin haber recibido el cumplimiento de las promesas. Más bien, las miraron de lejos y las saludaron, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra.

Los que así hablan, claramente dan a entender que buscan otra patria.

Pues si de veras se acordaran de la tierra de donde salieron, tendrían oportunidad de regresar.

Pero ellos anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por eso Dios no se avergüenza de llamarse el Dios de ellos, porque les ha preparado una ciudad.

Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac. El que había recibido las promesas ofrecía a su hijo único,

de quien se había dicho: En Isaac te será llamada descendencia.

El consideraba que Dios era poderoso para levantar aun de entre los muertos. De allí que, hablando figuradamente, lo volvió a recibir.

Por la fe Isaac bendijo a Jacob y a Esaú respecto al porvenir.

Por la fe Jacob, cuando moría, bendijo a cada uno de los hijos de José y adoró apoyado sobre la cabeza de su bastón.

Por la fe José, llegando al fin de sus días, se acordó del éxodo de los hijos de Israel y dio mandamiento acerca de sus restos.

Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido por sus padres durante tres meses, porque vieron que era un niño hermoso y porque no temieron al mandamiento del rey.

Por la fe Moisés, cuando llegó a ser grande, rehusó ser llamado hijo de la hija del Faraón.

Prefirió, más bien, recibir maltrato junto con el pueblo de Dios que gozar por un tiempo de los placeres del pecado.

El consideró el oprobio por Cristo como riquezas superiores a los tesoros de los egipcios, porque fijaba la mirada en el galardón.

Por la fe abandonó Egipto, sin temer la ira del rey, porque se mantuvo como quien ve al Invisible.

Por la fe celebró la Pascua y el rociamiento de la sangre, para que el que destruía a los primogénitos no los tocase a ellos.

Por la fe ellos pasaron por el mar Rojo como por tierra seca; pero cuando lo intentaron los egipcios, fueron anegados.

Por la fe cayeron los muros de Jericó después de ser rodeados por siete días.

Por la fe no pereció la prostituta Rajab junto con los incrédulos, porque recibió en paz a los espías.

¿Qué más diré? Me faltaría el tiempo para contar de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, de Samuel y de los profetas.

Por la fe éstos conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones,

sofocaron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada, sacaron fuerzas de la debilidad, se hicieron poderosos en batalla y pusieron en fuga los ejércitos de los extranjeros.

Mujeres recibieron por resurrección a sus muertos. Unos fueron torturados, sin esperar ser rescatados, para obtener una resurrección mejor.

Otros recibieron pruebas de burlas y de azotes, además de cadenas y cárcel.

Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a espada. Anduvieron de un lado para otro cubiertos de pieles de ovejas y de cabras; pobres, angustiados, maltratados.

El mundo no era digno de ellos. Andaban errantes por los desiertos, por las montañas, por las cuevas y por las cavernas de la tierra.

Y todos éstos, aunque recibieron buen testimonio por la fe, no recibieron el cumplimiento de la promesa,

para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros; porque Dios había provisto algo mejor para nosotros.

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Puestos los ojos en Jesús

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Epístola a los Hebreos > Puestos los ojos en Jesús (58:12:1 - 58:12:11)

Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos enreda, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante,

puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe; quien por el gozo que tenía por delante sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios.

Considerad, pues, al que soportó tanta hostilidad de pecadores contra sí mismo, para que no decaiga vuestro ánimo ni desmayéis.

Pues todavía no habéis resistido hasta la sangre combatiendo contra el pecado.

¿Y habéis ya olvidado la exhortación que se os dirige como a hijos? Hijo mío, no tengas en poco la disciplina del Señor ni desmayes cuando seas reprendido por él.

Porque el Señor disciplina al que ama y castiga a todo el que recibe como hijo.

Permaneced bajo la disciplina; Dios os está tratando como a hijos. Porque, ¿qué hijo es aquel a quien su padre no disciplina?

Pero si estáis sin la disciplina de la cual todos han sido participantes, entonces sois ilegítimos, y no hijos.

Además, teníamos a nuestros padres carnales que nos disciplinaban y les respetábamos. ¿No obedeceremos con mayor razón al Padre de los espíritus, y viviremos?

Ellos nos disciplinaban por pocos días como a ellos les parecía, mientras que él nos disciplina para bien, a fin de que participemos de su santidad.

Al momento, ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados.

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Los que rechazan la gracia de Dios

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Enviado por DUNAMIS

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Epístola a los Hebreos > Los que rechazan la gracia de Dios (58:12:12 - 58:12:29)

Por lo tanto, fortaleced las manos debilitadas y las rodillas paralizadas;

y enderezad para vuestros pies los caminos torcidos, para que el cojo no sea desviado, sino más bien sanado.

Procurad la paz con todos, y la santidad sin la cual nadie verá al Señor.

Mirad bien que ninguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que ninguna raíz de amargura brote y cause estorbo, y que por ella muchos sean contaminados;

que ninguno sea inmoral ni profano como Esaú que por una sola comida vendió su propia primogenitura.

Porque ya sabéis que fue reprobado, a pesar de que después quería heredar la bendición, porque no halló más ocasión de arrepentimiento, aunque lo buscó con lágrimas.

No os habéis acercado al monte que se podía tocar, al fuego encendido, a las tinieblas, a la profunda oscuridad, a la tempestad,

al sonido de la trompeta y al estruendo de las palabras, que los que lo oyeron rogaron que no se les hablase más;

porque no podían soportar lo que se mandaba: Si un animal toca el monte, será apedreado.

Y tan terrible era aquel espectáculo que Moisés dijo: “¡Estoy aterrado y temblando!”

Más bien, os habéis acercado al monte Sion, a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén celestial, a la reunión de millares de ángeles,

a la asamblea de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el juez de todos, a los espíritus de los justos ya hechos perfectos,

a Jesús el mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.

Mirad que no rechacéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que en la tierra rechazaron al que advertía, mucho menos escaparemos nosotros si nos apartamos del que advierte desde los cielos.

Su voz estremeció la tierra en aquel entonces, y ahora ha prometido diciendo: Todavía una vez más estremeceré no sólo la tierra, sino también el cielo.

La expresión “todavía una vez más” indica con claridad que será removido lo que puede ser sacudido, como las cosas creadas, para que permanezca lo que no puede ser sacudido.

Así que, habiendo recibido un reino que no puede ser sacudido, retengamos la gracia, y mediante ella sirvamos a Dios, agradándole con temor y reverencia.

Porque nuestro Dios es fuego consumidor.

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