Pablo es apedreado en Listra
Hechos 14:8 – Hechos 14:23
En Listra se hallaba sentado cierto hombre imposibilitado de los pies, cojo desde el vientre de su madre, que jamás había caminado.
Este oyó hablar a Pablo, quien fijó la vista en él y vio que tenía fe para ser sanado.
Y dijo a gran voz: —¡Levántate derecho sobre tus pies! Y él saltó y caminaba.
Entonces, cuando la gente vio lo que Pablo había hecho, alzó su voz diciendo en lengua licaónica: —¡Los dioses han descendido a nosotros en forma de hombres!
A Bernabé le llamaban Zeus y a Pablo, Hermes, porque era el que llevaba la palabra.
Entonces el sacerdote del templo de Zeus, que quedaba a la entrada de la ciudad, llevó toros y guirnaldas delante de las puertas de la ciudad, y juntamente con el pueblo quería ofrecerles sacrificios.
Cuando los apóstoles Bernabé y Pablo oyeron esto, rasgaron sus ropas y se lanzaron a la multitud dando voces
y diciendo: —Hombres, ¿por qué hacéis estas cosas? Nosotros también somos hombres de la misma naturaleza que vosotros, y os anunciamos las buenas nuevas para que os convirtáis de estas vanidades al Dios vivo que hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos.
En las generaciones pasadas Dios permitió que todas las naciones anduvieran en sus propios caminos;
aunque jamás dejó de dar testimonio de sí mismo haciendo el bien, dándoos lluvias del cielo y estaciones fructíferas, llenando vuestros corazones de sustento y de alegría.
Aun diciendo estas cosas, apenas lograron impedir que el pueblo les ofreciese sacrificios.
Entonces de Antioquía y de Iconio vinieron unos judíos, y habiendo persuadido a la multitud, apedrearon a Pablo y le arrastraron fuera de la ciudad, suponiendo que estaba muerto.
Pero los discípulos le rodearon, y él se levantó y entró en la ciudad. Al día siguiente partió con Bernabé para Derbe.
Después de anunciar el evangelio y de hacer muchos discípulos en aquella ciudad, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía,
fortaleciendo el ánimo de los discípulos y exhortándoles a perseverar fieles en la fe. Les decían: «Es preciso que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios.»
Y después de haber constituido ancianos para ellos en cada iglesia y de haber orado con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído.
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