Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Rut > Rut y Booz en la era (8:3:1 - 8:3:18)
Entonces le dijo Noemí su suegra: —Hija mía, ¿no habré de buscar para ti un hogar para que te vaya bien?
Y ahora, ¿acaso Boaz, con cuyas criadas has estado, no es nuestro pariente? He aquí que esta noche él aventará la cebada en la era.
Lávate, perfúmate, ponte tu vestido y baja a la era. Pero no te des a conocer al hombre, hasta que él haya acabado de comer y de beber.
Cuando él se acueste, observa el lugar donde se acuesta y anda, destapa un sitio a sus pies y acuéstate allí. Y él te dirá lo que debes hacer.
Y ella le respondió: —Haré todo lo que me dices.
Entonces Rut bajó a la era e hizo todo lo que su suegra le había mandado.
Cuando Boaz había comido y bebido, y su corazón estaba contento, se retiró a dormir a un lado del montón de grano. Entonces ella fue silenciosamente, destapó un sitio a sus pies y se acostó.
Y sucedió que a la media noche Boaz se estremeció y se dio vuelta. ¡Y he aquí que una mujer estaba acostada a sus pies!
Entonces él le preguntó: —¿Quién eres tú? Y ella respondió: —Yo soy Rut, tu sierva. Extiende tus alas sobre tu sierva, porque tú eres pariente redentor.
El dijo: —Jehovah te bendiga, hija mía. Esta última acción tuya es mejor que la primera, porque no has ido tras los jóvenes, sean pobres o ricos.
Ahora pues, no temas, hija mía. Yo haré por ti todo lo que tú digas, pues todos en mi ciudad saben que tú eres una mujer virtuosa.
Ahora bien, aunque es cierto que yo soy pariente redentor, hay otro pariente redentor más cercano que yo.
Pasa la noche; y cuando sea de día, si él te redime, está bien; que te redima. Pero si él no te quiere redimir, ¡vive Jehovah, que yo te redimiré! Acuéstate hasta la mañana.
Así durmió a sus pies hasta la mañana, pero se levantó antes que nadie pudiese distinguir a su compañero. Porque él dijo: —Que no se sepa que una mujer ha venido a la era.
—También le dijo—: Dame el manto que está sobre ti, y sostenlo. Ella lo sostuvo, y él midió seis medidas de cebada y las puso sobre ella. Entonces ella se fue a la ciudad.
Y cuando vino a su suegra, ésta le preguntó: —¿Qué sucedió, hija mía? Ella le declaró todo lo que el hombre había hecho por ella.
Y añadió: —Me dio estas seis medidas de cebada, diciendo: “Para que no vayas a tu suegra con las manos vacías.”
Entonces Noemí dijo: —Descansa, hija mía, hasta que sepas cómo resulta la cosa. Porque el hombre no tendrá sosiego hasta que concluya hoy mismo el asunto.
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