Saúl mata a los sacerdotes de Nob

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Primer Libro de Samuel > Saúl mata a los sacerdotes de Nob (9:22:6 - 9:22:23)

Saúl se enteró de que habían sido hallados David y los que estaban con él. Saúl estaba en Gabaa, en el lugar alto, debajo de un tamarisco, y tenía su lanza en su mano. Todos sus servidores estaban de pie alrededor de él.

Y Saúl dijo a sus servidores que estaban de pie alrededor de él: —Escuchad, por favor, vosotros, los de Benjamín: ¿También os ha de dar el hijo de Isaí tierras y viñas a todos vosotros? ¿Os hará a todos jefes de millares y de centenas,

para que todos vosotros hayáis conspirado contra mí? No hay quien me revele cuando mi hijo hace un pacto con el hijo de Isaí, ni hay entre vosotros quien se conduela de mí y me revele que mi hijo ha levantado contra mí a un servidor mío, para que me aseche, como lo hace en este día.

Entonces Doeg el edomita, que estaba a cargo de los siervos de Saúl, respondió: —Yo vi al hijo de Isaí, que fue a Nob, a Ajimelec hijo de Ajitob.

Este consultó por él a Jehovah, le dio provisiones y también le entregó la espada de Goliat el filisteo.

El rey mandó llamar al sacerdote Ajimelec hijo de Ajitob y a toda su casa paterna, los sacerdotes que estaban en Nob. Y todos ellos vinieron al rey.

Saúl dijo: —Escucha, pues, hijo de Ajitob. Y él dijo: —Heme aquí, señor mío.

Saúl le preguntó: —¿Por qué conspirasteis contra mí, tú y el hijo de Isaí, cuando tú le diste pan y espada, y consultaste por él a Dios, para que se levantase contra mí y me asechase, como lo hace en este día?

Ajimelec respondió al rey diciendo: —¿Quién entre todos tus servidores es tan fiel como David, que además es yerno del rey, jefe de tu guardia personal e ilustre en tu casa?

¿Acaso fue aquel día la primera vez que consulté por él a Dios? ¡De ninguna manera! No culpe el rey de cosa alguna a su siervo ni a toda mi casa paterna, pues tu siervo no ha sabido ninguna cosa de este asunto, ni grande ni pequeña.

Y el rey dijo: —¡Morirás irremisiblemente, Ajimelec, tú y toda tu casa paterna!

Entonces el rey dijo a los de su escolta que estaban apostados alrededor de él: —¡Volveos y matad a los sacerdotes de Jehovah! Porque la mano de ellos también está con David, y porque sabiendo que él huía, no me lo hicieron saber. Pero los servidores del rey no quisieron extender su mano para matar a los sacerdotes de Jehovah.

Entonces el rey dijo a Doeg: —¡Vuélvete tú y arremete contra los sacerdotes! Doeg el edomita se volvió y arremetió contra los sacerdotes y mató aquel día a ochenta y cinco hombres que vestían efod de lino.

Y a Nob, la ciudad de los sacerdotes, hirió a filo de espada: hombres y mujeres, niños y lactantes; bueyes, asnos y ovejas; a todos los hirió a filo de espada.

Pero un hijo de Ajimelec hijo de Ajitob, que se llamaba Abiatar, escapó y huyó tras David.

Abiatar contó a David cómo Saúl había hecho matar a los sacerdotes de Jehovah.

Y David dijo a Abiatar: —Yo sabía aquel día que estando allí Doeg el edomita, él sin falta se lo iba a contar a Saúl. Yo he sido la causa de la muerte de todas las personas de tu casa paterna.

Pero tú, quédate conmigo; no temas. Quien atente contra mi vida también atentará contra la tuya, pero conmigo estarás seguro.




David en el desierto

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Primer Libro de Samuel > David en el desierto (9:23:1 - 9:23:29)

Dieron aviso a David diciendo: “He aquí que los filisteos combaten contra Queila y saquean las eras.”

Entonces David consultó a Jehovah diciendo: —¿Iré a atacar a esos filisteos? Y Jehovah respondió a David: —Vé, ataca a los filisteos y libra a Queila.

Pero los hombres de David le dijeron: —He aquí que nosotros tenemos miedo aquí en Judá; ¡cuánto más si vamos a Queila contra las tropas de los filisteos!

David volvió a consultar a Jehovah, y Jehovah le respondió y dijo: —Levántate, desciende a Queila, porque yo entregaré en tu mano a los filisteos.

David partió con sus hombres a Queila, combatió contra los filisteos, se llevó sus ganados y les ocasionó una gran derrota. Así libró David a los habitantes de Queila.

Aconteció que cuando Abiatar hijo de Ajimelec huyó a donde estaba David, a Queila, llevó consigo el efod.

Y cuando le fue dicho a Saúl que David había ido a Queila, Saúl pensó: “Dios lo ha entregado en mi mano, pues él se ha encerrado a sí mismo al entrar en una ciudad con puertas y cerrojos.”

Entonces Saúl convocó a todo el pueblo para la batalla, para descender a Queila y sitiar a David y a sus hombres.

Pero entendiendo David que Saúl planeaba el mal contra él, dijo al sacerdote Abiatar: —Trae el efod.

Entonces David dijo: —Oh Jehovah Dios de Israel: Tu siervo tiene entendido que Saúl trata de venir a Queila para destruir la ciudad por causa mía.

¿Me entregarán los señores de Queila en su mano? ¿Descenderá Saúl, como tu siervo ha oído? Oh Jehovah Dios de Israel, revélalo, por favor, a tu siervo. Y Jehovah respondió: —Sí, descenderá.

Luego preguntó David: —¿Me entregarán los señores de Queila, a mí y a mis hombres, en mano de Saúl? Y Jehovah respondió: —Sí, te entregarán.

Entonces David se levantó con sus hombres, que eran unos 600, salieron de Queila y deambularon sin rumbo fijo. Y llegó a Saúl la noticia de que David se había escapado de Queila, por lo cual desistió de salir.

David se quedó en el desierto, en los lugares de difícil acceso; se quedó en las montañas del desierto de Zif. Saúl lo buscaba todos los días, pero Dios no lo entregó en su mano.

Y David, al ver que Saúl había salido en asecho de su vida, se quedó en Hores, en el desierto de Zif.

Entonces Jonatán hijo de Saúl se levantó y fue a David en Hores, y le fortaleció en Dios.

Le dijo: —No temas, porque la mano de mi padre Saúl no te encontrará. Tú reinarás sobre Israel, y yo seré segundo después de ti. Aun Saúl mi padre lo sabe.

Ambos hicieron un pacto ante Jehovah. Después David se quedó en Hores, y Jonatán se volvió a su casa.

Los de Zif subieron a decir a Saúl, en Gabaa: —¿No está David escondido entre nosotros, en los lugares de difícil acceso de Hores, en la colina de Haquila, que está al sur de Jesimón?

Ahora, oh rey, desciende pronto, conforme a todo el deseo de tu alma, y nosotros lo entregaremos en mano del rey.

Y Saúl dijo: —Jehovah os bendiga, porque habéis tenido compasión de mí.

Por favor, id y aseguraos bien. Averiguad y ved el lugar por donde anda y quién lo ha visto allí, porque me han dicho que él es sumamente astuto.

Mirad y reconoced todos los escondrijos en donde se oculta. Luego volved a mí con información exacta, y yo iré con vosotros. Si él está en la zona, yo le buscaré entre todos los millares de Judá.

Ellos se levantaron y se fueron a Zif, antes que Saúl. Pero David y sus hombres ya estaban en el desierto de Maón, en el Arabá, al sur de Jesimón.

Saúl partió con sus hombres para buscar a David. Pero avisaron a David, quien bajó de la peña y permaneció en el desierto de Maón. Cuando Saúl lo oyó, persiguió a David en el desierto de Maón.

Saúl iba por un lado del monte, y David con sus hombres iba por el otro lado del monte. David se daba prisa para escapar de Saúl, porque Saúl y sus hombres estaban rodeando a David y a sus hombres, a fin de capturarlos.

Entonces llegó a Saúl un mensajero, diciendo: —Date prisa y ven, porque los filisteos han hecho una incursión en el territorio.

Por tanto, Saúl desistió de perseguir a David y partió contra los filisteos. Por esta razón pusieron por nombre a aquel lugar Sela-hamajlecot.

De allí David subió y habitó en los lugares de difícil acceso de En-guedi.




David perdona la vida a Saúl en En-gadi

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Primer Libro de Samuel > David perdona la vida a Saúl en En-gadi (9:24:1 - 9:24:22)

Sucedió que cuando Saúl volvió de atacar a los filisteos, le avisaron diciendo: “He aquí que David está en el desierto de En-guedi.”

Entonces Saúl tomó a 3.000 hombres escogidos de todo Israel y fue en busca de David y de sus hombres, por las cumbres de los peñascos de las cabras monteses.

En el camino, Saúl llegó a un redil de ovejas donde había una cueva, y entró allí para hacer sus necesidades. David y sus hombres estaban sentados en la parte más recóndita de la cueva.

Y sus hombres dijeron a David: —Este es el día del cual te dijo Jehovah: “He aquí, yo entregaré a tu enemigo en tu mano, y harás con él lo que te parezca bien.” Entonces David se levantó y cortó el borde del manto de Saúl, sin ser notado.

Sucedió después de esto que el corazón de David le golpeaba, por haber cortado el borde del manto de Saúl.

Y David dijo a sus hombres: —Jehovah me libre de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de Jehovah: que yo extienda mi mano contra él, porque él es el ungido de Jehovah.

Entonces David reprimió a sus hombres con palabras y no les permitió que atacasen a Saúl. Luego Saúl salió de la cueva y continuó su camino.

Después David se levantó, salió de la cueva y gritó detrás de Saúl diciendo: —¡Mi señor el rey! Cuando Saúl miró atrás, David inclinó su rostro a tierra y se postró.

Entonces David preguntó a Saúl: —¿Por qué escuchas las palabras de los hombres que dicen: “He aquí que David busca tu mal”?

He aquí, tus ojos han visto en este día cómo Jehovah te ha puesto hoy en mi mano en la cueva. Me dijeron que te matara, pero yo tuve compasión de ti y dije: “No extenderé mi mano contra mi señor, porque él es el ungido de Jehovah.”

¡Mira, padre mío! Mira el borde de tu manto en mi mano. Yo corté el borde de tu manto, pero no te maté. Mira, pues, y reconoce que no hay maldad ni rebelión en mí. Yo no he pecado contra ti, pero tú andas a la caza de mi vida, para quitármela.

Que Jehovah juzgue entre tú y yo, y que Jehovah me vengue de ti; pero mi mano no será contra ti.

Como dice el proverbio de los antiguos: “De los impíos saldrá la impiedad.” Pero mi mano no será contra ti.

¿Tras quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién persigues? ¿A un perro muerto? ¿A una pulga?

Que Jehovah sea el juez y juzgue entre tú y yo. Que él vea y contienda por mi causa, y me defienda de tu mano.

Y sucedió que cuando David acabó de decir a Saúl estas palabras, Saúl preguntó: —¿No es ésa tu voz, David, hijo mío? Entonces Saúl alzó su voz y lloró.

Luego dijo a David: —Tú eres más justo que yo, porque tú me has tratado bien, cuando yo te he tratado mal.

Tú has demostrado hoy que me has hecho bien, porque Jehovah me entregó en tu mano, y tú no me mataste.

Cuando un hombre halla a su enemigo, ¿lo deja ir sano y salvo? ¡Jehovah te recompense con bien por lo que has hecho conmigo este día!

Ahora, he aquí yo sé que tú ciertamente has de reinar y que el reino de Israel ha de ser estable en tu mano.

Ahora pues, júrame por Jehovah que no eliminarás a mis descendientes después de mí, ni borrarás mi nombre de mi casa paterna.

David se lo juró a Saúl, y Saúl regresó a su casa. Entonces David y sus hombres subieron a la fortaleza.




David y Abigail

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Primer Libro de Samuel > David y Abigail (9:25:1 - 9:25:44)

Samuel murió, y todo Israel se reunió para hacer lamentación por él. Y lo sepultaron en su casa, en Ramá. Entonces se levantó David y descendió al desierto de Parán.

Había en Maón un hombre que tenía sus posesiones en Carmel. El hombre era muy rico, pues tenía

ovejas y 1.000 cabras; y se hallaba esquilando sus ovejas en Carmel.

El hombre se llamaba Nabal, y su mujer se llamaba Abigaíl. Ella era una mujer muy inteligente y bella, pero el hombre era brusco y de malas acciones. El era del clan de Caleb.

David oyó en el desierto que Nabal estaba esquilando sus ovejas.

Entonces David envió a diez jóvenes, diciéndoles: —Subid a Carmel e id a Nabal. Saludadle en mi nombre

y decidle así: “¡La paz sea contigo! ¡La paz sea con tu familia! ¡La paz sea con todo lo que tienes!

He sabido que estabas esquilando. Ahora bien, tus pastores han estado con nosotros, y nunca les hicimos daño, ni les ha faltado nada durante todo el tiempo que han estado en Carmel.

Pregunta a tus criados, y ellos te lo confirmarán. Por tanto, hallen gracia ante tus ojos estos mis jóvenes, porque venimos en un día de fiesta. Por favor, da a tus siervos y a tu hijo David lo que tengas a mano.”

Cuando llegaron los jóvenes de David, dijeron a Nabal todas estas palabras en nombre de David, y se quedaron esperando.

Entonces Nabal respondió a los siervos de David, diciendo: —¿Quién es David? ¿Quién es el hijo de Isaí? Hoy hay muchos esclavos que se escapan de sus amos.

¿He de tomar yo ahora mi pan, mi agua y la carne que he preparado para mis esquiladores, para darlos a unos hombres que ni sé de dónde son?

Los jóvenes de David se volvieron por su camino y regresaron; y cuando llegaron, refirieron a David todas estas palabras.

Luego David dijo a sus hombres: —¡Cíñase cada uno su espada! Y cada uno se ciñó su espada. También David se ciñó su espada, y subieron tras David unos 400 hombres, dejando otros 200 con el equipaje.

Pero uno de los criados avisó a Abigaíl, mujer de Nabal, diciendo: —He aquí que David envió unos mensajeros desde el desierto para que saludaran a nuestro amo, y él los ha zaherido,

a pesar de que esos hombres han sido muy buenos con nosotros. Nunca nos han hecho daño, ni nos ha faltado nada mientras hemos andado con ellos cuando estábamos en el campo.

Nos han servido como muro de día y de noche, todos los días que hemos estado apacentando las ovejas entre ellos.

Ahora pues, mira y reconoce lo que has de hacer, porque el mal está decidido contra nuestro amo y contra toda su casa, pues él es un hombre de tan mal carácter que no hay quien pueda hablarle.

Entonces Abigaíl se apresuró y tomó 200 panes, 2 tinajas de vino, 5 ovejas ya preparadas, 5 medidas de grano tostado, 100 tortas de pasas y 200 panes de higos secos, y los cargó sobre unos asnos.

Luego dijo a sus criados: —Id delante de mí, y he aquí que yo voy tras vosotros. Pero nada reveló a su marido Nabal.

Y sucedió que cuando ella, montada sobre un asno, descendía por la parte opuesta de la colina, he aquí que David y sus hombres venían en dirección contraria. Y ella fue a encontrarles.

David había dicho: “Ciertamente en vano he guardado todo lo que éste tiene en el desierto, sin que nada le haya faltado de todo cuanto le pertenece. El me ha devuelto mal por bien.

¡Así haga Dios a los enemigos de David y aun les añada, si antes de la mañana dejo vivo a un solo hombre de todos los que le pertenecen!”

Cuando Abigaíl vio a David, se apresuró y bajó del asno; y cayendo delante de David sobre su rostro, se postró en tierra.

Se echó a sus pies y le dijo: —¡Señor mío, sea la culpa sobre mí! Pero permite que tu sierva hable a tus oídos, y escucha las palabras de tu sierva.

Por favor, no haga caso mi señor de este hombre de mal carácter, Nabal. Porque como su nombre, así es él: Su nombre es Nabal, y la insensatez está con él. Pero yo, tu sierva, no vi a los jóvenes de mi señor, a los cuales enviaste.

Ahora pues, señor mío, vive Jehovah y vive tu alma, que Jehovah ha impedido que llegaras a derramar sangre y a vengarte por tu propia mano. Ahora, sean como Nabal tus enemigos y los que procuran el mal contra mi señor.

Pero ahora, dese a los jóvenes que siguen a mi señor este regalo que tu sierva ha traído a mi señor.

Te ruego que perdones la ofensa de tu sierva, pues de cierto Jehovah edificará una casa firme a mi señor, porque mi señor está dirigiendo las batallas de Jehovah. Que no sea hallado mal en ti en toda tu vida.

Aunque alguien se levante para perseguirte y atentar contra tu vida, de todos modos la vida de mi señor estará incluida en la bolsa de los que viven con Jehovah tu Dios. Y él arrojará la vida de tus enemigos como de en medio del hueco de una honda.

Acontecerá que cuando Jehovah haga con mi señor conforme a todo el bien que ha hablado de ti y te haya designado como soberano de Israel,

entonces, señor mío, no será para ti motivo de remordimiento ni estorbo para la conciencia el haber derramado sangre en vano, ni el que mi señor se haya vengado por sí mismo. Y cuando Jehovah haga el bien a mi señor, acuérdate de tu sierva.

David dijo a Abigaíl: —¡Bendito sea Jehovah Dios de Israel, que te envió hoy a mi encuentro!

Bendito sea tu buen juicio, y bendita seas tú, que hoy me has impedido ir a derramar sangre y a vengarme por mi propia mano.

No obstante, vive Jehovah Dios de Israel que me ha impedido hacerte daño; pues si no te hubieras apresurado a venir a mi encuentro, antes del amanecer no le habría quedado a Nabal ni un solo hombre con vida.

David recibió de su mano lo que ella le había traído y le dijo: —Vuelve a tu casa en paz. Mira que he escuchado tu voz y que te he tratado con respeto.

Abigaíl regresó a Nabal. Y he aquí que él tenía un banquete en su casa, como el banquete de un rey, y el corazón de Nabal estaba eufórico. El estaba muy ebrio, por lo cual ella no le reveló nada del asunto hasta el día siguiente.

Pero por la mañana, cuando a Nabal se le había pasado el efecto del vino, su mujer le contó estas cosas. Entonces se le paralizó el corazón, y se quedó como una piedra.

Y sucedió, después de unos diez días, que Jehovah hirió a Nabal, y él murió.

Cuando David oyó que Nabal había muerto, dijo: —¡Bendito sea Jehovah, que juzgó la causa de mi afrenta recibida de parte de Nabal y ha preservado a su siervo del mal! ¡Jehovah mismo ha hecho caer la maldad de Nabal sobre su propia cabeza! Después David mandó hablar a Abigaíl, para tomarla por mujer suya.

Los siervos de David fueron a Abigaíl, a Carmel, y hablaron con ella diciendo: —David nos ha enviado a ti para tomarte por mujer para él.

Ella se levantó y se postró con el rostro a tierra, diciendo: —He aquí tu sierva, para que sea la sierva que lave los pies de los siervos de mi señor.

Entonces Abigaíl se apresuró y levantándose montó sobre un asno; y con las cinco criadas que le atendían, siguió a los mensajeros de David. Y vino a ser su mujer.

David también tomó como mujer a Ajinoam, de Jezreel. Ambas fueron sus mujeres,

pues Saúl había dado a su hija Mical, mujer de David, a Palti hijo de Lais, que era de Galim.




David perdona la vida a Saúl en Zif

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Primer Libro de Samuel > David perdona la vida a Saúl en Zif (9:26:1 - 9:26:25)

Entonces los de Zif fueron a Saúl, a Gabaa, y le dijeron: —¿No está David escondido en la colina de Haquila, que mira hacia Jesimón?

Saúl se levantó y descendió al desierto de Zif, acompañado por 3.000 hombres escogidos de Israel, para buscar a David en el desierto de Zif.

Y Saúl acampó en la colina de Haquila, que mira hacia Jesimón, junto al camino. David, que permanecía en el desierto, vio que Saúl había venido al desierto tras él.

Luego David envió espías y supo con certeza que Saúl había venido.

Después David se levantó y se fue al lugar donde Saúl había acampado. Entonces David observó bien el lugar donde estaban acostados Saúl y Abner hijo de Ner, jefe de su ejército. Saúl estaba acostado en el centro del campamento, y la gente estaba acampada alrededor de él.

David preguntó a Ajimelec el heteo y a Abisai, hijo de Sarvia, hermano de Joab, diciendo: —¿Quién descenderá conmigo al campamento, a Saúl? Y Abisai dijo: —Yo descenderé contigo.

Entonces David y Abisai fueron de noche a la gente de guerra, y he aquí que Saúl estaba acostado, durmiendo en el centro del campamento, con su lanza clavada en la tierra, a su cabecera. Abner y el pueblo estaban acostados alrededor de él.

Entonces Abisai dijo a David: —¡Hoy ha entregado Dios a tu enemigo en tu mano! Ahora pues, déjame que lo hiera con la lanza. Lo clavaré en la tierra de un solo golpe, y no tendré que darle un segundo.

David respondió a Abisai: —No lo mates, porque ¿quién extenderá su mano contra el ungido de Jehovah y quedará sin culpa?

—Dijo además David—: Vive Jehovah, que Jehovah mismo lo herirá; o le llegará su día, y morirá; o irá a la guerra, y perecerá.

Pero Jehovah me libre de extender mi mano contra el ungido de Jehovah. Ahora pues, por favor, toma la lanza que está a su cabecera y la cantimplora de agua, y vámonos.

David tomó la lanza y la cantimplora de agua de la cabecera de Saúl, y ellos se fueron. No hubo nadie que viese, ni nadie que se diese cuenta, ni nadie que se despertase. Todos dormían, porque había caído sobre ellos un profundo sueño de parte de Jehovah.

David pasó al otro lado y se detuvo a lo lejos, sobre la cumbre de la colina. Había una considerable distancia entre ellos.

Y David gritó al pueblo y a Abner hijo de Ner, diciendo: —¿No respondes, Abner? Abner respondió y dijo: —¿Quién eres tú, que gritas al rey?

David preguntó a Abner: —¿No eres tú un hombre? ¿Quién hay como tú en Israel? ¿Por qué, pues, no has protegido al rey, tu señor? Porque uno del pueblo entró para destruir al rey, tu señor.

Esto que has hecho no está bien. ¡Vive Jehovah, que sois dignos de muerte, porque no habéis guardado a vuestro señor, el ungido de Jehovah! Ahora, mira dónde está la lanza del rey, y la cantimplora de agua que estaba a su cabecera.

Saúl reconoció la voz de David y preguntó: —¿No es ésa tu voz, David, hijo mío? David respondió: —¡Sí, es mi voz, oh mi señor el rey!

—Y añadió—: ¿Por qué persigue así mi señor a su siervo? ¿Qué he hecho? ¿Qué maldad hay en mi mano?

Ahora, por favor, escuche mi señor el rey las palabras de su siervo. Si Jehovah te ha incitado contra mí, que él acepte una ofrenda. Pero si han sido hombres, sean ellos malditos delante de Jehovah, porque hoy me han expulsado para que yo no tenga parte en la heredad de Jehovah, diciendo: “¡Vé y sirve a otros dioses!”

Ahora pues, no caiga mi sangre en tierra lejos de la presencia de Jehovah, porque el rey de Israel ha salido para buscar una pulga, como quien persigue una perdiz por los montes.

Entonces Saúl dijo: —He pecado. Vuelve, David, hijo mío, porque ningún mal te haré en adelante, pues hoy mi vida ha sido estimada preciosa ante tus ojos. He aquí que he actuado neciamente y he cometido un grave error.

David respondió y dijo: —He aquí la lanza del rey. Pase aquí alguno de los jóvenes y tómela.

Jehovah pague a cada uno según su justicia y su lealtad, porque Jehovah te entregó hoy en mi mano, pero yo no quise extender mi mano contra el ungido de Jehovah.

Y he aquí, como tu vida ha sido valiosa ante mis ojos en este día, así sea valiosa mi vida ante los ojos de Jehovah, y él me libre de toda aflicción.

Saúl dijo a David: —¡Bendito seas, David, hijo mío! Sin duda, tú harás grandes cosas y ciertamente triunfarás. Después David continuó su camino, y Saúl regresó a su lugar.