Nuevo Testamento

El concilio en Jerusalén

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > El concilio en Jerusalén (44:15:1 - 44:15:35)

Entonces algunos que vinieron de Judea enseñaban a los hermanos: “Si no os circuncidáis de acuerdo con el rito de Moisés, no podéis ser salvos.”

Puesto que surgió una contienda y discusión no pequeña por parte de Pablo y Bernabé contra ellos, los hermanos determinaron que Pablo, Bernabé y algunos otros de ellos subieran a Jerusalén a los apóstoles y ancianos para tratar esta cuestión.

Entonces los que habían sido enviados por la iglesia pasaban por Fenicia y Samaria, contando de la conversión de los gentiles; y daban gran gozo a todos los hermanos.

Una vez llegados a Jerusalén, fueron recibidos por la iglesia y por los apóstoles, y les refirieron todas las cosas que Dios había hecho con ellos.

Pero algunos de la secta de los fariseos que habían creído se levantaron diciendo: —Es necesario circuncidarlos y mandarles que guarden la ley de Moisés.

Entonces se reunieron los apóstoles y los ancianos para considerar este asunto.

Como se produjo una grande contienda, se levantó Pedro y les dijo: —Hermanos, vosotros sabéis como, desde los primeros días, Dios escogió entre vosotros que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen.

Y Dios, que conoce los corazones, dio testimonio a favor de ellos al darles el Espíritu Santo igual que a nosotros,

y no hizo ninguna diferencia entre nosotros y ellos, ya que purificó por la fe sus corazones.

Ahora pues, ¿por qué ponéis a prueba a Dios, colocando sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?

Más bien, nosotros creemos que somos salvos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos.

Entonces toda la asamblea guardó silencio. Y escuchaban a Bernabé y a Pablo, mientras contaban cuántas señales y maravillas Dios había hecho por medio de ellos entre los gentiles.

Cuando terminaron de hablar, Jacobo respondió diciendo: —Hermanos, oídme:

Simón ha contado cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles para tomar de entre ellos un pueblo para su nombre.

Con esto concuerdan las palabras de los profetas, como está escrito:

“Después de esto volveré y reconstruiré el tabernáculo de David, que está caído. Reconstruiré sus ruinas y lo volveré a levantar,

para que el resto de los hombres busque al Señor, y todos los gentiles, sobre los cuales es invocado mi nombre,”

dice el Señor que hace estas cosas, que son conocidas desde la eternidad.

Por lo cual yo juzgo que no hay que inquietar a los gentiles que se convierten a Dios,

sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de lo estrangulado y de sangre.

Porque desde tiempos antiguos Moisés tiene en cada ciudad quienes le prediquen en las sinagogas, donde es leído cada sábado.

Entonces pareció bien a los apóstoles y a los ancianos con toda la iglesia que enviaran a unos hombres elegidos de entre ellos, a Antioquía con Pablo y Bernabé: a Judas que tenía por sobrenombre Barsabás, y a Silas, quienes eran hombres prominentes entre los hermanos.

Por medio de ellos escribieron: Los apóstoles, los ancianos y los hermanos, a los hermanos gentiles que están en Antioquía, Siria y Cilicia. Saludos.

Por cuanto hemos oído que algunos que han salido de nosotros, a los cuales no dimos instrucciones, os han molestado con palabras, trastornando vuestras almas,

de común acuerdo nos ha parecido bien elegir unos hombres y enviarlos a vosotros con nuestros amados Bernabé y Pablo,

hombres que han arriesgado sus vidas por el nombre de nuestro Señor Jesucristo.

Así que hemos enviado a Judas y a Silas, los cuales también os confirmarán de palabra el mismo informe.

Porque ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias:

que os abstengáis de cosas sacrificadas a los ídolos, de sangre, de lo estrangulado y de fornicación. Si os guardáis de tales cosas, haréis bien. Que os vaya bien.

Entonces, una vez despedidos, ellos descendieron a Antioquía; y cuando habían reunido a la asamblea, entregaron la carta.

Al leerla, se regocijaron a causa de esta palabra alentadora.

Judas y Silas, como también eran profetas, exhortaron a los hermanos con abundancia de palabras y los fortalecieron.

Después de pasar allí algún tiempo, fueron despedidos en paz por los hermanos para volver a los que los habían enviado.

Pero a Silas le pareció bien quedarse allí.

Pero Pablo y Bernabé se quedaron en Antioquía, enseñando la palabra del Señor y anunciando el evangelio con muchos otros.

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Pablo se separa de Bernabé, y comienza su segundo viaje misionero

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Pablo se separa de Bernabé, y comienza su segundo viaje misionero (44:15:36 - 44:15:41)

Después de algunos días, Pablo dijo a Bernabé: “Volvamos ya a visitar a los hermanos en todas las ciudades en las cuales hemos anunciado la palabra del Señor, para ver cómo están.”

Bernabé quería llevar consigo a Juan, llamado Marcos;

pero a Pablo le parecía bien no llevar consigo a quien se había apartado de ellos desde Panfilia y que no había ido con ellos a la obra.

Surgió tal desacuerdo entre ellos que se separaron el uno del otro. Bernabé tomó a Marcos y navegó a Chipre;

y Pablo escogió a Silas y salió encomendado por los hermanos a la gracia del Señor.

Luego recorría Siria y Cilicia, fortaleciendo a las iglesias.

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Timoteo acompaña a Pablo y a Silas

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Timoteo acompaña a Pablo y a Silas (44:16:1 - 44:16:5)

Llegó a Derbe y Listra, y he aquí había allí cierto discípulo llamado Timoteo, hijo de una mujer judía creyente, pero de padre griego.

El era de buen testimonio entre los hermanos en Listra y en Iconio.

Pablo quiso que éste fuera con él, y tomándole lo circuncidó por causa de los judíos que estaban en aquellos lugares, porque todos sabían que su padre era griego.

Cuando pasaban por las ciudades, les entregaban las decisiones tomadas por los apóstoles y los ancianos que estaban en Jerusalén, para que las observaran.

Así las iglesias eran fortalecidas en la fe, y su número aumentaba cada día.

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La visión del varón macedonio

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > La visión del varón macedonio (44:16:6 - 44:16:10)

Atravesaron la región de Frigia y de Galacia, porque les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia.

Cuando llegaron a la frontera de Misia, procuraban entrar en Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió.

Entonces, después de pasar junto a Misia, descendieron a Troas.

Y por la noche se le mostró a Pablo una visión en la que un hombre de Macedonia estaba de pie rogándole y diciendo: “¡Pasa a Macedonia y ayúdanos!”

En cuanto vio la visión, de inmediato procuramos salir para Macedonia, teniendo por seguro que Dios nos había llamado para anunciarles el evangelio.

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Encarcelados en Filipos

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Encarcelados en Filipos (44:16:11 - 44:16:40)

Zarpamos, pues, de Troas y fuimos con rumbo directo a Samotracia, y al día siguiente a Neápolis;

y de allí a Filipos, que es una ciudad principal de la provincia de Macedonia, y una colonia. Pasamos algunos días en aquella ciudad.

Y el día sábado salimos fuera de la puerta de la ciudad, junto al río, donde pensábamos que habría un lugar de oración. Nos sentamos allí y hablábamos a las mujeres que se habían reunido.

Entonces escuchaba cierta mujer llamada Lidia, cuyo corazón abrió el Señor para que estuviese atenta a lo que Pablo decía. Era vendedora de púrpura de la ciudad de Tiatira, y temerosa de Dios.

Como ella y su familia fueron bautizadas, nos rogó diciendo: “Ya que habéis juzgado que soy fiel al Señor, entrad en mi casa y quedaos.” Y nos obligó a hacerlo.

Aconteció que, mientras íbamos al lugar de oración, nos salió al encuentro una joven esclava que tenía espíritu de adivinación, la cual producía gran ganancia a sus amos, adivinando.

Esta, siguiendo a Pablo y a nosotros, gritaba diciendo: —¡Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación!

Hacía esto por muchos días. Y Pablo, ya fastidiado, se dio vuelta y dijo al espíritu: —¡Te mando en el nombre de Jesucristo que salgas de ella! Y salió en el mismo momento.

Pero cuando sus amos vieron que se les había esfumado su esperanza de ganancia, prendieron a Pablo y a Silas y los arrastraron a la plaza, ante las autoridades.

Al presentarlos ante los magistrados, dijeron: —¡Estos hombres, siendo judíos, alborotan nuestra ciudad!

¡Predican costumbres que no nos es lícito recibir ni practicar, pues somos romanos!

Entonces el pueblo se levantó a una contra ellos. Y los magistrados les despojaron de sus ropas con violencia y mandaron azotarles con varas.

Después de golpearles con muchos azotes, los echaron en la cárcel y ordenaron al carcelero que los guardara con mucha seguridad.

Cuando éste recibió semejante orden, los metió en el calabozo de más adentro y sujetó sus pies en el cepo.

Como a la medianoche, Pablo y Silas estaban orando y cantando himnos a Dios, y los presos les escuchaban.

Entonces, de repente sobrevino un fuerte terremoto, de manera que los cimientos de la cárcel fueron sacudidos. Al instante, todas las puertas se abrieron, y las cadenas de todos se soltaron.

Cuando el carcelero despertó y vio abiertas las puertas de la cárcel, sacó su espada y estaba a punto de matarse, porque pensaba que los presos se habían escapado.

Pero Pablo gritó a gran voz, diciendo: —¡No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí!

Entonces él pidió luz y se lanzó adentro, y se postró temblando ante Pablo y Silas.

Sacándolos afuera, les dijo: —Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?

Ellos dijeron: —Cree en el Señor Jesús y serás salvo, tú y tu casa.

Y le hablaron la palabra del Señor a él, y a todos los que estaban en su casa.

En aquella hora de la noche, los tomó consigo y les lavó las heridas de los azotes. Y él fue bautizado en seguida, con todos los suyos.

Les hizo entrar en su casa, les puso la mesa y se regocijó de que con toda su casa había creído en Dios.

Cuando se hizo de día, los magistrados enviaron a los oficiales a decirle: —Suelta a esos hombres.

El carcelero comunicó a Pablo estas palabras: —Los magistrados han enviado orden de que seáis puestos en libertad; ahora, pues, salid e id en paz.

Pero Pablo les dijo: —Después de azotarnos públicamente sin ser condenados, siendo nosotros ciudadanos romanos, nos echaron en la cárcel; y ahora, ¿nos echan fuera a escondidas? ¡Pues no! ¡Que vengan ellos mismos a sacarnos!

Los oficiales informaron de estas palabras a los magistrados, quienes tuvieron miedo al oír que eran romanos.

Y fueron a ellos y les pidieron disculpas. Después de sacarlos, les rogaron que se fueran de la ciudad.

Entonces, después de salir de la cárcel, entraron en casa de Lidia; y habiendo visto a los hermanos, les exhortaron y luego partieron.

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