Nuevo Testamento

Pedro y Juan son perseguidos

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Pedro y Juan son perseguidos (44:5:17 - 44:5:42)

Entonces se levantó el sumo sacerdote y todos los que estaban con él, esto es, la secta de los saduceos, y se llenaron de celos.

Echaron mano a los apóstoles y los pusieron en la cárcel pública.

Pero un ángel del Señor abrió de noche las puertas de la cárcel y al conducirlos fuera dijo:

“Id, y de pie en el templo, hablad al pueblo todas las palabras de esta vida.”

Habiendo oído esto, entraron en el templo al amanecer y enseñaban. Mientras tanto, el sumo sacerdote y los que estaban con él fueron y convocaron al Sanedrín con todos los ancianos de los hijos de Israel. Luego enviaron a la cárcel para que fuesen traídos.

Cuando los oficiales llegaron y no los hallaron en la cárcel, regresaron y dieron las noticias

diciendo: —Hallamos la cárcel cerrada con toda seguridad, y a los guardias de pie a las puertas. Pero cuando abrimos, no hallamos a nadie dentro.

Como oyeron estas palabras, el capitán de la guardia del templo y los principales sacerdotes quedaron perplejos en cuanto a ellos y en qué vendría a parar esto.

Pero vino alguien y les dio esta noticia: —He aquí los hombres que echasteis en la cárcel están de pie en el templo, enseñando al pueblo.

Entonces fue el capitán de la guardia del templo con los oficiales; y los llevaron, pero sin violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo.

Cuando los trajeron, los presentaron al Sanedrín, y el sumo sacerdote les preguntó

diciendo: —¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en este nombre? ¡Y he aquí habéis llenado a Jerusalén con vuestra doctrina y queréis echar sobre nosotros la sangre de este hombre!

Pero respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: —Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.

El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero.

A éste, lo ha enaltecido Dios con su diestra como Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados.

Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que le obedecen.

Los que escuchaban se enfurecían y deseaban matarles.

Entonces se levantó en el Sanedrín cierto fariseo llamado Gamaliel, maestro de la ley, honrado por todo el pueblo, y mandó que sacasen a los hombres por un momento.

Entonces les dijo: —Hombres de Israel, cuidaos vosotros de lo que vais a hacer a estos hombres.

Porque antes de estos días se levantó Teudas, diciendo que él era alguien. A éste se unieron como cuatrocientos hombres. Pero él fue muerto, y todos los que le seguían fueron dispersados y reducidos a la nada.

Después de éste, se levantó Judas el galileo en los días del censo, y arrastró gente tras sí. Aquél también pereció, y todos los que le seguían fueron dispersados.

En el presente caso, os digo: Apartaos de estos hombres y dejadles ir. Porque si este consejo o esta obra es de los hombres, será destruida.

Pero si es de Dios, no podréis destruirles. ¡No sea que os encontréis luchando contra Dios!

Fueron persuadidos por Gamaliel. Y llamaron a los apóstoles, y después de azotarles les prohibieron hablar en el nombre de Jesús, y los dejaron libres.

Por lo tanto, ellos partieron de la presencia del Sanedrín, regocijándose porque habían sido considerados dignos de padecer afrenta por causa del Nombre.

Y todos los días, en el templo y de casa en casa, no cesaban de enseñar y anunciar la buena nueva de que Jesús es el Cristo.

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Elección de siete diáconos

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Elección de siete diáconos (44:6:1 - 44:6:7)

En aquellos días, como crecía el número de los discípulos, se suscitó una murmuración de parte de los helenistas contra los hebreos, de que sus viudas eran desatendidas en la distribución diaria.

Así que, los doce convocaron a la multitud de los discípulos y dijeron: —No conviene que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir a las mesas.

Escoged, pues, hermanos, de entre vosotros a siete hombres que sean de buen testimonio, llenos del Espíritu y de sabiduría, a quienes pondremos sobre esta tarea.

Y nosotros continuaremos en la oración y en el ministerio de la palabra.

Esta propuesta agradó a toda la multitud; y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas y a Nicolás, un prosélito de Antioquía.

Presentaron a éstos delante de los apóstoles; y después de orar, les impusieron las manos.

Y la palabra de Dios crecía, y el número de los discípulos se multiplicaba en gran manera en Jerusalén; inclusive un gran número de sacerdotes obedecía a la fe.

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Arresto de Esteban

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Arresto de Esteban (44:6:8 - 44:6:15)

Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y milagros en el pueblo.

Y se levantaron algunos de la sinagoga llamada de los Libertos, de los cireneos y los alejandrinos, y de los de Cilicia y de Asia, discutiendo con Esteban.

Y no podían resistir la sabiduría y el espíritu con que hablaba.

Entonces sobornaron a unos hombres para que dijesen: “Le hemos oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios.”

Ellos incitaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas. Y se levantaron contra él, le arrebataron y le llevaron al Sanedrín.

Luego presentaron testigos falsos que decían: —Este hombre no deja de hablar palabras contra este santo lugar y contra la ley.

Porque le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar y cambiará las costumbres que Moisés nos dejó.

Entonces, todos los que estaban sentados en el Sanedrín, cuando fijaron los ojos en él, vieron su cara como si fuera la cara de un ángel.

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Defensa y muerte de Esteban

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Defensa y muerte de Esteban (44:7:1 - 44:7:60)

Entonces el sumo sacerdote preguntó: —¿Es esto así?

Y él respondió: —Hermanos y padres, oíd. El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham cuando estaba en Mesopotamia, antes que habitase en Harán,

y le dijo: “Sal de tu tierra y de tu parentela y vete a la tierra que te mostraré.”

Entonces salió de la tierra de los caldeos y habitó en Harán. Después que murió su padre, Dios le trasladó de allá a esta tierra en la cual vosotros habitáis ahora.

Pero no le dio heredad en ella, ni siquiera para asentar su pie; aunque prometió darla en posesión a él y a su descendencia después de él, aun cuando él no tenía hijo.

Así Dios le dijo que su descendencia sería extranjera en tierra ajena y que los reducirían a esclavitud y los maltratarían por cuatrocientos años.

“Pero yo juzgaré a la nación a la cual sirvan,” dijo Dios, “y después de esto saldrán y me rendirán culto en este lugar.”

Dios le dio el pacto de la circuncisión; y así Abraham engendró a Isaac y le circuncidó al octavo día. Lo mismo hizo Isaac a Jacob, y Jacob a los doce patriarcas.

Los patriarcas, movidos por envidia, vendieron a José para Egipto. Pero Dios estaba con él;

le libró de todas sus tribulaciones y le dio gracia y sabiduría en la presencia del Faraón, rey de Egipto, quien le puso por gobernador sobre Egipto y sobre toda su casa.

Entonces vino hambre y gran tribulación en toda la tierra de Egipto y en Canaán, y nuestros padres no hallaban alimentos.

Pero al oír Jacob que había trigo en Egipto, envió a nuestros padres la primera vez.

La segunda vez, José se dio a conocer a sus hermanos. Así el linaje de José fue dado a conocer al Faraón.

Y José envió e hizo venir a su padre Jacob y a toda su familia, que eran 75 personas.

Así descendió Jacob a Egipto, donde él y nuestros padres terminaron su vida.

Y fueron llevados a Siquem y puestos en el sepulcro que Abraham compró a precio de plata, de los hijos de Hamor en Siquem.

Como se acercaba el tiempo de la promesa, la cual Dios había asegurado a Abraham, el pueblo creció y se multiplicó en Egipto

hasta que se levantó en Egipto otro rey que no conocía a José.

Con astucia este rey se aprovechó de nuestro pueblo y maltrató a nuestros padres, haciéndoles exponer a la muerte a sus bebés para que no sobreviviesen.

En aquel tiempo nació Moisés y era agradable a Dios. El fue criado tres meses en la casa de su padre;

pero cuando fue expuesto a la muerte, la hija del Faraón le recogió y lo crió como a hijo suyo.

Moisés fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios y era poderoso en sus palabras y hechos.

Cuando cumplió cuarenta años, le vino al corazón el visitar a sus hermanos, los hijos de Israel.

Al ver que uno era maltratado le defendió, y matando al egipcio, vengó al oprimido.

Pensaba que sus hermanos entenderían que Dios les daría liberación por su mano, pero ellos no lo entendieron.

Al día siguiente, él se presentó a unos que estaban peleando y trataba de ponerlos en paz diciendo: “¡Hombres, sois hermanos! ¿Por qué os maltratáis el uno al otro?”

Entonces, el que maltrataba a su prójimo le rechazó diciendo: ¿Quién te ha puesto por gobernador y juez sobre nosotros?

¿Acaso quieres tú matarme como mataste ayer al egipcio?

Al oír esta palabra, Moisés huyó y vivió exiliado en la tierra de Madián, donde engendró dos hijos.

Cuarenta años después, un ángel le apareció en el desierto del monte Sinaí, en la llama de fuego de una zarza.

Cuando Moisés le vio, se asombró de la visión; pero al acercarse para mirar, le vino la voz del Señor:

“Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.” Pero Moisés, temblando, no se atrevía a mirar.

Le dijo el Señor: “Quita las sandalias de tus pies, porque el lugar donde estás es tierra santa.

He mirado atentamente la aflicción de mi pueblo en Egipto. He oído el gemido de ellos y he descendido para librarlos. Ahora, pues, ven, y te enviaré a Egipto.”

A este mismo Moisés, al cual habían rechazado diciendo: ¿Quién te ha puesto por gobernador y juez?, Dios le envió por gobernador y redentor, por mano del ángel que le apareció en la zarza.

El los sacó, haciendo prodigios y señales en Egipto, en el mar Rojo y en el desierto por cuarenta años.

Este es el mismo Moisés que dijo a los hijos de Israel: Dios os levantará un profeta como yo de entre vuestros hermanos.

Este es aquel que estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres, y el que recibió palabras de vida para darnos.

Nuestros padres no quisieron serle obedientes; más bien, le rechazaron y en sus corazones se volvieron atrás a Egipto,

diciendo a Aarón: Haz para nosotros dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le habrá acontecido.

Entonces, en aquellos días hicieron un becerro y ofrecieron sacrificio al ídolo, y se regocijaban en las obras de sus manos.

Pero Dios se apartó de ellos y los entregó a que rindiesen culto al ejército del cielo, como está escrito en el libro de los Profetas: ¿Acaso me ofrecisteis víctimas y sacrificios en el desierto por cuarenta años, oh casa de Israel?

Más bien, llevasteis el tabernáculo de Moloc y la estrella de vuestro dios Renfán, las imágenes que hicisteis para adorarlas. Por tanto, os transportaré más allá de Babilonia.

En el desierto, nuestros padres tenían el tabernáculo del testimonio, como lo había ordenado Dios, quien ordenaba a Moisés que lo hiciese según el modelo que había visto.

Habiendo recibido el tabernáculo, nuestros padres, junto con Josué, lo introdujeron en la posesión de las naciones que Dios expulsó de la presencia de nuestros padres, hasta los días de David.

Este halló gracia delante de Dios y pidió proveer un tabernáculo para el Dios de Jacob.

Pero Salomón le edificó casa.

No obstante, el Altísimo no habita en casas hechas por mano, como dice el profeta:

El cielo es mi trono, y la tierra es el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor. ¿Cuál será el lugar de mi reposo?

¿No hizo mi mano todas estas cosas?

¡Duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo. Como vuestros padres, así también vosotros.

¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que de antemano anunciaron la venida del Justo. Y ahora habéis venido a ser sus traidores y asesinos.

¡Vosotros que habéis recibido la ley por disposición de los ángeles, y no la guardasteis!

Escuchando estas cosas, se enfurecían en sus corazones y crujían los dientes contra él.

Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo y puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba de pie a la diestra de Dios.

Y dijo: —¡He aquí, veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios!

Entonces gritaron a gran voz, se taparon los oídos y a una se precipitaron sobre él.

Le echaron fuera de la ciudad y le apedrearon. Los testigos dejaron sus vestidos a los pies de un joven que se llamaba Saulo.

Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba diciendo: —¡Señor Jesús, recibe mi espíritu!

Y puesto de rodillas clamó a gran voz: —¡Señor, no les tomes en cuenta este pecado! Y habiendo dicho esto, durmió.

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Saulo persigue a la iglesia

Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Epístolas > Hechos > Saulo persigue a la iglesia (44:8:1 - 44:8:3)

Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén, y todos fueron esparcidos por las regiones de Judea y de Samaria, con excepción de los apóstoles.

Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban, e hicieron gran lamentación por él.

Entonces Saulo asolaba a la iglesia. Entrando de casa en casa, arrastraba tanto a hombres como a mujeres y los entregaba a la cárcel.

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