Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Evangelios > San Mateo > Crucifixión y muerte de Jesús (40:27:32 - 40:27:56)
Mientras salían, hallaron a un hombre de Cirene llamado Simón. A éste le obligaron a cargar la cruz de Jesús.
Cuando llegaron al lugar que se llama Gólgota, que significa lugar de la Calavera,
le dieron a beber vino mezclado con ajenjo; pero cuando lo probó, no lo quiso beber.
Después de crucificarle, repartieron sus vestidos, echando suertes.
Y sentados, le guardaban allí.
Pusieron sobre su cabeza su acusación escrita: ESTE ES JESUS, EL REY DE LOS JUDIOS.
Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Los que pasaban le insultaban, meneando sus cabezas
y diciendo: —Tú que derribas el templo y en tres días lo edificas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y desciende de la cruz!
De igual manera, aun los principales sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él, y decían:
—A otros salvó; a sí mismo no se puede salvar. ¿Es rey de Israel? ¡Que descienda ahora de la cruz, y creeremos en él!
Ha confiado en Dios. Que lo libre ahora si le quiere, porque dijo: “Soy Hijo de Dios.”
También los ladrones que estaban crucificados con él le injuriaban de la misma manera.
Desde la sexta hora descendió oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora novena.
Como a la hora novena Jesús exclamó a gran voz diciendo: —¡Elí, Elí! ¿Lama sabactani? —que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?—
Cuando algunos de los que estaban allí le oyeron, decían: —Este hombre llama a Elías.
Y de inmediato uno de ellos corrió, tomó una esponja, la llenó de vinagre, y poniéndola en una caña, le daba de beber.
Pero otros decían: —Deja, veamos si viene Elías a salvarlo.
Pero Jesús clamó otra vez a gran voz y entregó el espíritu.
Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló, y las rocas se partieron.
Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de hombres santos que habían muerto se levantaron;
y salidos de los sepulcros después de la resurrección de él, fueron a la santa ciudad y aparecieron a muchos.
Y cuando el centurión y los que con él guardaban a Jesús vieron el terremoto y las cosas que habían sucedido, temieron en gran manera y dijeron: —¡Verdaderamente éste era Hijo de Dios!
Estaban allí muchas mujeres mirando desde lejos. Ellas habían seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndole.
Entre ellas se encontraban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.