Viviendo en el EspÃritu
Biblia cristiana > Nuevo Testamento > EpÃstolas > EpÃstola de San Pablo a los Romanos > Viviendo en el EspÃritu (45:8:1 - 45:8:27)
Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús,
porque la ley del EspÃritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.
Porque Dios hizo lo que era imposible para la ley, por cuanto ella era débil por la carne: Habiendo enviado a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne;
para que la justa exigencia de la ley fuese cumplida en nosotros que no andamos conforme a la carne, sino conforme al EspÃritu.
Porque los que viven conforme a la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que viven conforme al EspÃritu, en las cosas del EspÃritu.
Porque la intención de la carne es muerte, pero la intención del EspÃritu es vida y paz.
Pues la intención de la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede.
Asà que, los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.
Sin embargo, vosotros no vivÃs según la carne, sino según el EspÃritu, si es que el EspÃritu de Dios mora en vosotros. Si alguno no tiene el EspÃritu de Cristo, no es de él.
Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo está muerto a causa del pecado, no obstante el espÃritu vive a causa de la justicia.
Y si el EspÃritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos mora en vosotros, el que resucitó a Cristo de entre los muertos también dará vida a vuestros cuerpos mortales mediante su EspÃritu que mora en vosotros.
Asà que, hermanos, somos deudores, pero no a la carne para que vivamos conforme a la carne.
Porque si vivÃs conforme a la carne, habéis de morir; pero si por el EspÃritu hacéis morir las prácticas de la carne, viviréis.
Porque todos los que son guiados por el EspÃritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
Pues no recibisteis el espÃritu de esclavitud para estar otra vez bajo el temor, sino que recibisteis el espÃritu de adopción como hijos, en el cual clamamos: “¡Abba, Padre!”
El EspÃritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espÃritu de que somos hijos de Dios.
Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.
Porque considero que los padecimientos del tiempo presente no son dignos de comparar con la gloria que pronto nos ha de ser revelada.
Pues la creación aguarda con ardiente anhelo la manifestación de los hijos de Dios.
Porque la creación ha sido sujetada a la vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa de aquel que la sujetó, en esperanza
de que aun la creación misma será librada de la esclavitud de la corrupción, para entrar a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una sufre dolores de parto hasta ahora.
Y no sólo la creación, sino también nosotros, que tenemos las primicias del EspÃritu, gemimos dentro de nosotros mismos, aguardando la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo.
Porque fuimos salvos con esperanza; pero una esperanza que se ve no es esperanza, pues ¿quién sigue esperando lo que ya ve?
Pero si esperamos lo que no vemos, con perseverancia lo aguardamos.
Y asimismo, también el EspÃritu nos ayuda en nuestras debilidades; porque cómo debiéramos orar, no lo sabemos; pero el EspÃritu mismo intercede con gemidos indecibles.
Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el intento del EspÃritu, porque él intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios.