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Joab procura el regreso de Absalón

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Segundo Libro de Samuel > Joab procura el regreso de Absalón (10:14:1 - 10:14:33)

Joab, hijo de Sarvia, se dio cuenta de que el corazón del rey se inclinaba por Absalón.

Entonces Joab mandó a traer de Tecoa a una mujer sabia, y le dijo: —Por favor, finge que estás de duelo. Ponte un vestido de luto y no te unjas con aceite; antes bien, aparenta ser una mujer que hace tiempo guarda luto por algún muerto.

Luego entra a la presencia del rey y habla con él de esta manera Y Joab puso las palabras en su boca.

Aquella mujer de Tecoa vino al rey, se postró en tierra sobre su rostro haciendo reverencia y dijo: —¡Socórreme, oh rey!

El rey le preguntó: —¿Qué te pasa? Ella respondió: —¡Ay de mí! Soy una mujer viuda; mi marido ha muerto.

Tu sierva tenía dos hijos. Pero los dos pelearon en el campo, y no habiendo quien los separase, el uno hirió al otro y lo mató.

Y he aquí que toda la familia se ha levantado contra tu sierva, diciendo: “¡Entrega al que mató a su hermano, para que lo matemos por la vida de su hermano a quien mató, y destruyamos también al heredero!” ¡Así extinguirán el carbón encendido que me queda, no dejando a mi marido nombre ni descendencia sobre la tierra!

Entonces el rey dijo a la mujer: —Vé a tu casa, que yo me ocuparé de tu caso.

Y la mujer de Tecoa dijo al rey: —¡Oh mi señor el rey, sea la culpa sobre mí y sobre mi casa paterna! Pero el rey y su trono sean sin culpa.

El rey dijo: —Al que hable contra ti, tráelo a mí; y no te molestará más.

Entonces ella dijo: —Acuérdate, por favor, oh rey, de Jehovah tu Dios, para que el vengador de la sangre no siga destruyendo, no sea que destruya a mi hijo. El respondió: —¡Vive Jehovah, que no caerá en tierra ni un cabello de la cabeza de tu hijo!

Dijo la mujer: —Por favor, permite que tu sierva diga una palabra a mi señor el rey. El dijo: —Habla.

Entonces dijo la mujer: —¿Por qué, pues, piensas de este modo contra el pueblo de Dios? Cuando el rey dice estas palabras, se culpa a sí mismo, por cuanto el rey no hace volver a su desterrado.

A la verdad, todos hemos de morir; somos como el agua derramada en la tierra, que no se puede recoger. Pero Dios no quita la vida, sino que busca la manera de que el desterrado no quede desterrado de él.

He venido ahora para decir esto a mi señor el rey, porque el pueblo me ha atemorizado. Pero tu sierva pensó: Hablaré al rey; quizás él haga lo que su sierva le diga.

Porque el rey me oirá para librar a su sierva de mano del hombre que busca destruirme a mí juntamente con mi hijo, de la heredad de Dios.

Dice, pues, tu sierva: ¡Que sea de alivio la respuesta de mi señor el rey, porque como un ángel de Dios es mi señor el rey para discernir lo bueno y lo malo! ¡Que Jehovah tu Dios sea contigo!

Entonces el rey respondió y dijo a la mujer: —Por favor, no me encubras nada de lo que te voy a preguntar. La mujer dijo: —Hable mi señor el rey.

El rey preguntó: —¿No está contigo la mano de Joab en todo esto? La mujer respondió y dijo: —¡Vive tu alma, oh mi señor el rey! Nadie se podrá desviar ni a la derecha ni a la izquierda de todo lo que habla mi señor el rey. Ciertamente fue Joab tu servidor quien me mandó. El puso todas estas palabras en boca de tu sierva.

Joab, tu servidor, hizo esto para cambiar la situación presente. Pero mi señor es sabio, conforme a la sabiduría de un ángel de Dios, para conocer todo lo que hay en la tierra.

Entonces el rey dijo a Joab: —He aquí, yo concedo esto: Vé y haz volver al joven Absalón.

Joab se postró en tierra sobre su rostro, y haciendo reverencia, bendijo al rey. Entonces dijo Joab: —Hoy ha entendido tu siervo que ha hallado gracia ante tus ojos, oh mi señor el rey, pues el rey ha concedido la petición de su siervo.

Entonces Joab se levantó, fue a Gesur y trajo a Absalón a Jerusalén.

Pero el rey dijo: —Que se vaya a su casa y no vea mi cara. Así que Absalón se fue a su casa, y no vio la cara del rey.

En todo Israel no había un hombre tan alabado por su belleza como Absalón. Desde la planta de su pie hasta su coronilla, no había defecto en él.

Cuando se cortaba el cabello (cosa que hacía al final de cada año porque le era pesado, y por ello se lo cortaba), el cabello de su cabeza pesaba 200 siclos de peso real.

A Absalón le nacieron tres hijos y una hija, que se llamaba Tamar. Ella era una mujer hermosa.

Durante dos años estuvo Absalón en Jerusalén y no vio la cara del rey.

Y Absalón mandó llamar a Joab para enviarlo al rey, pero Joab no quiso venir a él. Lo mandó llamar por segunda vez, pero él no quiso venir.

Entonces Absalón dijo a sus siervos: —Mirad, la parcela de Joab está junto a la mía, y allí él tiene cebada. Id y prendedle fuego. Los siervos de Absalón prendieron fuego a la parcela.

Entonces Joab se levantó, fue a la casa de Absalón y le preguntó: —¿Por qué han prendido fuego tus siervos a mi parcela?

Absalón respondió a Joab: —He aquí, yo envié por ti diciendo: “Ven acá para que te envíe al rey y le digas: ¿Para qué vine de Gesur? Mejor me hubiera sido quedar aún allá.” Ahora pues, quiero ver la cara del rey; y si hay culpa en mí, que me haga morir.

Joab fue al rey y se lo informó. Entonces llamó a Absalón, el cual vino al rey y se postró sobre su rostro en tierra ante él. Y el rey besó a Absalón.

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Absalón se subleva contra David

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Segundo Libro de Samuel > Absalón se subleva contra David (10:15:1 - 10:16:23)

Aconteció después de esto que Absalón consiguió un carro, caballos y cincuenta hombres que corriesen delante de él.

Absalón se levantaba muy de mañana y se ponía de pie a un lado del camino que conduce a la puerta de la ciudad, y a todo el que tenía pleito e iba a juicio ante el rey, Absalón le llamaba y preguntaba: —¿De qué ciudad eres? El respondía: —Tu siervo es de una de las tribus de Israel

Entonces Absalón le decía: —Mira, tu causa es buena y justa. Pero no tienes quién te oiga de parte del rey.

—Y añadía Absalón—: ¡Quién me pusiera por juez en el país, para que viniera a mí todo el que tuviese pleito o causa, y yo le haría justicia!

Sucedía que cuando alguno se acercaba para postrarse ante él, éste extendía su mano, lo asía y lo besaba.

De esta manera hacía Absalón con todos los israelitas que iban al rey para juicio. Así robaba Absalón el corazón de los hombres de Israel.

Aconteció que después de cuatro años Absalón dijo al rey: —Permíteme ir a Hebrón a cumplir mi voto que hice a Jehovah.

Porque tu siervo hizo un voto cuando estaba en Gesur, en Siria, diciendo: “Si Jehovah me hace volver a Jerusalén, yo serviré a Jehovah.”

El rey le dijo: —Vé en paz. Entonces él se levantó y se fue a Hebrón.

Pero envió agentes secretos por todas las tribus de Israel, diciendo: “Cuando escuchéis el sonido de la corneta, diréis: ¡Absalón reina en Hebrón!”

Con Absalón fueron 200 hombres de Jerusalén, invitados por él. Ellos fueron inocentemente, sin tener conocimiento de nada.

Entonces, mientras ofrecía los sacrificios, Absalón mandó llamar a Ajitofel el gilonita, consejero de David, de Gilo su ciudad. La conspiración se hizo poderosa, y el pueblo que estaba de parte de Absalón seguía aumentando.

Un mensajero vino a David y dijo: —¡El corazón de los hombres de Israel se va tras Absalón!

Entonces David dijo a todos sus servidores que estaban con él en Jerusalén: —Levantaos, y huyamos, porque no podremos escapar ante Absalón. Daos prisa a partir, no sea que apresurándose nos alcance, eche sobre nosotros el mal y hiera la ciudad a filo de espada.

Los servidores del rey le dijeron: —He aquí que tus siervos estamos listos para todo lo que nuestro señor el rey decida.

El rey salió, y le siguió toda su familia; pero dejó a diez concubinas para que guardasen el palacio.

Salió, pues, el rey con toda la gente en pos de él, y se detuvieron en la casa más distante.

Todos sus servidores pasaban a su lado, con todos los quereteos y todos los peleteos. Y todos los geteos, 600 hombres que habían venido tras él desde Gat, pasaron delante del rey.

Entonces el rey dijo a Itai el geteo: —¿Para qué vienes tú también con nosotros? Vuelve y quédate con el rey, puesto que tú eres un extranjero y también un desterrado de tu lugar de origen.

Viniste sólo ayer. ¿Y he de hacer hoy que andes errante por ir con nosotros, mientras yo voy sin rumbo fijo? Vuélvete y haz volver a tus hermanos, y que la misericordia y la verdad sean contigo.

Pero Itai respondió al rey diciendo: —¡Vive Jehovah y vive mi señor el rey, que sea para muerte o sea para vida, dondequiera esté mi señor el rey, allí estará también tu siervo!

Entonces David dijo a Itai: —Ven, pues, y pasa adelante. Así pasó Itai el geteo, con todos sus hombres y todos sus pequeños que estaban con él.

Todo el mundo lloraba en alta voz, mientras toda la gente cruzaba. También cruzaron el arroyo de Quedrón el rey y toda la gente, rumbo al camino del desierto.

Y he aquí que también iba Sadoc, y con él todos los levitas que llevaban el arca del pacto de Dios. Ellos asentaron el arca de Dios, hasta que todo el pueblo terminó de salir de la ciudad. Entonces subió Abiatar.

El rey dijo a Sadoc: —Haz volver el arca de Dios a la ciudad; pues si hallo gracia ante los ojos de Jehovah, él me hará volver y me permitirá ver el arca y su morada.

Pero si dice: “No me agradas,” heme aquí; que él haga de mí lo que le parezca bien.

—Además, el rey dijo al sacerdote Sadoc—: ¿No eres tú un vidente? Regresa en paz a la ciudad, y regresen con vosotros vuestros dos hijos: tu hijo Ajimaas y Jonatán hijo de Abiatar.

Mirad, yo me detendré en las llanuras del desierto, hasta que venga palabra de parte de vosotros para informarme.

Entonces Sadoc y Abiatar devolvieron el arca de Dios a Jerusalén, y se quedaron allí.

Pero David subió la cuesta del monte de los Olivos; la subió llorando, con la cabeza cubierta y los pies descalzos. También todo el pueblo que estaba con él cubrió cada uno su cabeza, y lloraban mientras subían.

E informaron a David diciéndole: —Ajitofel está entre los que han conspirado con Absalón. Entonces David dijo: —Frustra, por favor, oh Jehovah, el consejo de Ajitofel.

Sucedió que cuando David llegó a la cumbre del monte donde se solía adorar a Dios, he aquí que Husai el arquita le salió al encuentro, con sus vestiduras rasgadas y tierra sobre su cabeza.

Entonces David le dijo: —Si vienes conmigo, me serás una carga.

Pero si vuelves a la ciudad y le dices a Absalón: “Oh rey, yo seré tu siervo; como he sido siervo de tu padre en el pasado, así seré ahora siervo tuyo,” entonces tú frustrarás a mi favor el consejo de Ajitofel.

¿No estarán allí contigo los sacerdotes Sadoc y Abiatar? Todo lo que oigas en la casa del rey se lo comunicarás a los sacerdotes Sadoc y Abiatar.

He aquí que están allí con ellos sus dos hijos, Ajimaas hijo de Sadoc y Jonatán hijo de Abiatar. Por medio de ellos me enviaréis información de todo lo que oigáis.”

Así Husai, amigo de David, llegó a la ciudad. Y Absalón entró en Jerusalén.

Cuando David pasó un poco más allá de la cumbre del monte, he aquí que Siba, criado de Mefiboset, salió a recibirle con un par de asnos aparejados, llevando 200 panes, 100 tortas de pasas, 100 frutas de verano y una tinaja de vino.

El rey preguntó a Siba: —¿Para qué traes esto? Siba respondió: —Los asnos son para que monte la familia del rey; los panes y la fruta, para que coman los jóvenes; y el vino es para que beban los que se cansen en el desierto.

El rey preguntó: —¿Dónde está el hijo de tu señor? Siba respondió al rey: —He aquí que él se ha quedado en Jerusalén, porque ha dicho: “Hoy la casa de Israel me devolverá el reino de mi padre.”

Entonces el rey dijo a Siba: —¡He aquí que es tuyo todo lo que pertenece a Mefiboset! Siba respondió: —Ante ti me postro; halle yo gracia ante tus ojos, oh mi señor el rey.

Al llegar el rey David a Bajurim, he aquí que salió de allí un hombre de la familia de la casa de Saúl, que se llamaba Simei hijo de Gera. Mientras salía, iba maldiciendo

y arrojando piedras a David y a todos los servidores del rey David; pero todo el pueblo y todos los hombres valientes estaban a su derecha y a su izquierda.

Simei decía maldiciéndole: —¡Fuera, fuera, hombre sanguinario y hombre perverso!

Jehovah ha hecho recaer sobre ti toda la sangre de la casa de Saúl, en cuyo lugar has reinado. Pero Jehovah ha entregado el reino en mano de tu hijo Absalón, y he aquí que estás en desgracia, porque eres un hombre sanguinario.

Entonces Abisai, hijo de Sarvia, preguntó al rey: —¿Por qué ha de maldecir este perro muerto a mi señor el rey? ¡Por favor, déjame pasar, y le cortaré la cabeza!

Pero el rey respondió: —¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia? Que maldiga; porque si Jehovah le ha dicho: “Maldice a David,” ¿quién le dirá: “¿Por qué haces esto?”

Entonces David dijo a Abisai y a todos sus servidores: —He aquí, mi hijo, que ha salido de mis entrañas, acecha mi vida. ¡Cuánto más ahora uno de Benjamín! Dejadle que maldiga, porque Jehovah se lo ha dicho.

Quizás Jehovah mirará mi aflicción, y me concederá Jehovah bienestar a cambio de sus maldiciones del día de hoy.

Mientras David y los suyos iban por el camino, Simei iba por la ladera del monte y paralelo a él, maldiciéndole, arrojando piedras frente a él y esparciendo polvo.

El rey y todo el pueblo que estaba con él llegaron fatigados, y descansaron allí.

Absalón y todo el pueblo, los hombres de Israel, entraron en Jerusalén; y Ajitofel estaba con él.

Sucedió que cuando Husai el arquita, amigo de David, llegó ante Absalón, Husai dijo a Absalón: —¡Viva el rey! ¡Viva el rey!

Absalón preguntó a Husai: —¿De esta manera expresas tu lealtad para con tu amigo? ¿Por qué no te fuiste con tu amigo?

Husai respondió a Absalón: —No. Yo seré de quien elijan Jehovah, este pueblo y todos los hombres de Israel; y con él me quedaré.

Además, ¿a quién voy yo a servir? ¿No es a su hijo? Como he servido a tu padre, así te serviré a ti.

Entonces Absalón dijo a Ajitofel: —Da tu consejo sobre lo que debemos hacer.

Y Ajitofel contestó a Absalón: —Unete a las concubinas de tu padre, que él dejó para guardar el palacio. Todo el pueblo de Israel oirá que te has hecho odioso a tu padre, y se fortalecerán las manos de todos los que están contigo.

Entonces instalaron una tienda para Absalón sobre la azotea, y él se unió a las concubinas de su padre a la vista de todo Israel.

En aquellos días el consejo que daba Ajitofel era como si alguien consultara la palabra de Dios. Así era considerado todo consejo de Ajitofel, tanto por David como por Absalón.

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Consejos de Ahitofel y de Husai

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Segundo Libro de Samuel > Consejos de Ahitofel y de Husai (10:17:1 - 10:17:29)

Entonces Ajitofel dijo a Absalón: —Permíteme escoger a 12.000 hombres, y me levantaré y perseguiré a David esta noche.

Caeré sobre él cuando esté cansado y desalentado. Lo atemorizaré, y todo el pueblo que está con él huirá; entonces mataré sólo al rey.

El es el hombre a quien buscas. Así haré volver a ti a todo el pueblo; y cuando todos hayan vuelto, todo el pueblo estará en paz.

El consejo pareció bueno a Absalón y a todos los ancianos de Israel.

Pero Absalón dijo: —Por favor, llamad también a Husai el arquita, para que escuchemos asimismo lo que él tenga que decir.

Cuando Husai vino a Absalón, éste le habló diciendo: —De esta manera ha hablado Ajitofel. ¿Seguiremos su consejo? Si no, habla tú.

Husai dijo a Absalón: —El consejo que ha dado Ajitofel esta vez no es bueno.

—Y Husai añadió—: Tú sabes que tu padre y sus hombres son valientes y que están con ánimo provocado, como la osa en el campo a la que le han quitado sus crías. Además, tu padre es hombre de guerra y no pasará la noche con el pueblo.

He aquí que ahora estará escondido en alguna cueva o en otro lugar. Y acontecerá que si al comienzo caen algunos del pueblo, cualquiera que lo oiga dirá: “Ha habido una matanza entre la gente que sigue a Absalón.”

Así, aun el hombre más valiente, cuyo corazón es como el corazón de un león, sin duda desmayará. Porque todo Israel sabe que tu padre es un hombre valiente y que los que están con él son hombres de valor.

Aconsejo, pues, que todo Israel se reúna contigo, desde Dan hasta Beerseba, tan numeroso como la arena que está a la orilla del mar; y que tú en persona vayas a la batalla.

Entonces iremos contra él en cualquier lugar donde se encuentre y caeremos sobre él, como el rocío cae sobre la tierra. Y no dejaremos vivo a él ni a ninguno de los hombres que están con él.

Y si se retira a alguna ciudad, todos los de Israel llevaremos sogas a esa ciudad, y la arrastraremos hasta el arroyo, de manera que no se encuentre allí ni siquiera una piedrecita.

Entonces Absalón y todos los hombres de Israel dijeron: —El consejo de Husai el arquita es mejor que el consejo de Ajitofel. Jehovah había determinado que el acertado consejo de Ajitofel se frustrara, para que Jehovah hiciese caer el mal sobre Absalón.

Entonces Husai dijo a los sacerdotes Sadoc y Abiatar: —De esta y esta manera aconsejó Ajitofel a Absalón y a los ancianos de Israel, y de esta y esta manera les aconsejé yo.

Por tanto, mandad inmediatamente a informar a David, diciendo: “No pases esta noche en las llanuras del desierto. Cruza sin falta el Jordán, para que no sea aniquilado el rey junto con toda la gente que está con él.”

Jonatán y Ajimaas estaban junto a En-rogel. Una criada había de ir e informarles, porque ellos no debían exponerse yendo a la ciudad. Y ellos habían de ir e informar al rey David.

Pero un muchacho los vio e informó a Absalón. Por tanto, los dos se dieron prisa y llegaron a la casa de un hombre en Bajurim, quien tenía un pozo en su patio, y se metieron dentro de él.

La esposa tomó una manta, la extendió sobre la boca del pozo y tendió sobre ella grano trillado; y nada se supo del asunto.

Cuando los servidores de Absalón llegaron a la casa de la mujer, le preguntaron: —¿Dónde están Ajimaas y Jonatán? La mujer les respondió: —Ya han pasado el depósito de agua. Ellos los buscaron, pero no los hallaron; y se volvieron a Jerusalén.

Y sucedió que después que se habían ido, los hombres salieron del pozo. Luego fueron e informaron al rey David diciéndole: —Levantaos y daos prisa para cruzar las aguas, porque así ha aconsejado Ajitofel contra vosotros.

Entonces David se levantó, junto con toda la gente que estaba con él, y cruzaron el Jordán. Para el amanecer no quedó ni uno solo que no hubiese cruzado el Jordán.

Al ver Ajitofel que no se había seguido su consejo, aparejó el asno, partió y se fue a su casa, en su ciudad. Después de poner en orden su casa, se ahorcó y murió. Entonces fue sepultado en la tumba de su padre.

David llegó a Majanaim, y Absalón cruzó el Jordán con todos los hombres de Israel.

Absalón había puesto a Amasa al mando del ejército, en lugar de Joab. Amasa era hijo de un hombre llamado Jeter el israelita, que se había unido a Abigaíl hija de Najas y hermana de Sarvia, que era la madre de Joab.

Absalón y los de Israel acamparon en la tierra de Galaad.

Y aconteció que cuando David llegó a Majanaim, Sobi hijo de Najas, de Rabá de los hijos de Amón; Maquir hijo de Amiel, de Lo-debar; y Barzilai el galadita, de Rogelim,

trajeron camas, tazas, vasijas de barro, trigo, cebada, harina, grano tostado, habas, lentejas,

miel, mantequilla, ovejas y queso de vaca, y los presentaron a David y al pueblo que estaba con él, para que comiesen. Porque pensaron: “La gente está hambrienta, cansada y sedienta en el desierto.”

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Muerte de Absalón

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Segundo Libro de Samuel > Muerte de Absalón (10:18:1 - 10:18:33)

David pasó revista a la gente que estaba con él, y puso sobre ellos jefes de millares y jefes de centenas.

Luego David envió a la gente: una tercera parte al mando de Joab, otra tercera parte al mando de Abisai, hijo de Sarvia y hermano de Joab, y la otra tercera parte al mando de Itai el geteo. Luego el rey dijo al pueblo: —Yo mismo iré también con vosotros.

Pero el pueblo dijo: —No irás; porque si nosotros tenemos que huir, no harán caso de nosotros. Aunque muera la mitad de nosotros, no nos harán caso. Pero tú vales hoy tanto como 10.000 de nosotros. Ahora pues, será mejor que nos des ayuda desde la ciudad.

El rey les dijo: —Haré lo que os parezca bien. Entonces el rey se quedó de pie junto a la puerta mientras todo el pueblo salía de cien en cien y de mil en mil.

Y el rey mandó a Joab, a Abisai y a Itai, diciendo: —Tratad benignamente al joven Absalón, por consideración a mí. Y todo el pueblo escuchó cuando el rey dio orden a todos los jefes acerca de Absalón.

La gente salió al campo al encuentro de Israel, y se dio la batalla en el bosque de Efraín.

Allí cayó el pueblo de Israel ante los servidores de David. Aquel día hubo allí una gran matanza de

hombres.

La batalla se extendió por toda la región, y aquel día el bosque devoró más gente que la que había devorado la espada.

Sucedió que Absalón se encontró con los servidores de David. Absalón iba montado sobre un mulo, y el mulo se metió por debajo del espeso ramaje de una gran encina. A Absalón se le enredó la cabeza en la encina, de modo que quedó colgado entre el cielo y la tierra, mientras el mulo que estaba debajo de él siguió adelante.

Un hombre lo vio y avisó a Joab diciendo: —He aquí que he visto a Absalón colgado de una encina.

Joab respondió al hombre que le dio la noticia: —Y viéndolo tú, ¿por qué no lo mataste allí mismo, derribándolo a tierra? Yo te hubiera dado diez piezas de plata y un cinturón.

El hombre respondió a Joab: —Aunque yo recibiera en mi mano mil piezas de plata, no extendería mi mano contra el hijo del rey, porque nosotros oímos cuando el rey os mandó a ti, a Abisai y a Itai, diciendo: “Cuidadme al joven Absalón.”

Si yo hubiera arriesgado mi vida (y nada se le esconde al rey), tú mismo habrías estado en contra.

Joab respondió: —No perderé mi tiempo contigo. Y tomando tres dardos en su mano, los clavó en el corazón de Absalón, que aún estaba vivo en medio de la encina.

Luego lo rodearon diez jóvenes, escuderos de Joab, e hirieron a Absalón y lo remataron.

Entonces Joab tocó la corneta, y el pueblo dejó de perseguir a Israel, porque Joab detuvo al pueblo.

Tomaron después a Absalón, lo echaron en un gran hoyo en el bosque y levantaron sobre él un gran montón de piedras. Y todo Israel huyó, cada uno a su morada.

En vida Absalón había mandado erigir para sí un monumento que está en el Valle del Rey, porque había dicho: “Yo no tengo hijo que conserve la memoria de mi nombre.” El puso su nombre a aquel monumento. Y hasta el día de hoy se llama monumento de Absalón.

Entonces Ajimaas hijo de Sadoc dijo: —Correré y daré las buenas noticias al rey, de cómo Jehovah le ha librado de mano de sus enemigos.

Joab le respondió: —No serás tú quien lleve las noticias en este día. Las llevarás otro día. No llevarás las noticias en este día, porque el hijo del rey ha muerto.

Entonces Joab dijo al etíope: —Vé tú e informa al rey de lo que has visto. El etíope se postró ante Joab y corrió.

Entonces Ajimaas hijo de Sadoc volvió a decir a Joab: —Sea como sea, deja que yo también corra tras el etíope. Joab le dijo: —Hijo mío, ¿para qué has de correr, si no te van a dar un premio por las noticias?

Pero él respondió: —Sea como sea, correré. Entonces le dijo: —Corre. Ajimaas corrió por el camino de la llanura y pasó al etíope.

David estaba sentado entre las dos puertas. El centinela fue a la azotea de la puerta de la muralla, y alzando los ojos miró, y he allí un hombre que corría solo.

El centinela llamó e informó al rey. Y el rey dijo: —Si viene solo, trae buenas noticias. En tanto que él iba acercándose,

el centinela vio a otro hombre que corría. Y el centinela llamó al portero diciendo: —¡He aquí, otro hombre viene corriendo solo! Y el rey dijo: —Ese también trae buenas noticias.

El centinela volvió a decir: —Me parece que el correr del primero es como el correr de Ajimaas hijo de Sadoc. El rey respondió: —Ese es un hombre de bien y trae buenas noticias.

Ajimaas llamó y dijo al rey: —¡Paz! Se postró ante el rey con el rostro en tierra y añadió: —¡Bendito sea Jehovah tu Dios, que ha entregado a los hombres que habían levantado su mano contra mi señor el rey!

El rey le preguntó: —¿Está bien el joven Absalón? Ajimaas respondió: —Cuando Joab envió al siervo del rey, a tu siervo, vi un gran alboroto, pero no supe de qué se trataba.

El rey dijo: —Pasa y detente allí. El pasó y se detuvo.

Y he aquí el etíope llegó y dijo: —Reciba mi señor el rey la buena noticia de que Jehovah ha defendido hoy tu causa ante todos los que se levantaron contra ti.

El rey preguntó al etíope: —¿Está bien el joven Absalón? El etíope respondió: —Como aquel joven sean los enemigos de mi señor el rey, y todos los que se levantan contra ti para mal.

El rey se estremeció. Subió a la sala que estaba encima de la puerta y lloró. Decía mientras subía: —¡Hijo mío Absalón! ¡Hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera que yo muriese en tu lugar, Absalón, hijo mío, hijo mío!

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David vuelve a Jerusalén

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Segundo Libro de Samuel > David vuelve a Jerusalén (10:19:1 - 10:19:43)

Se informó a Joab: “He aquí que el rey llora y hace duelo por Absalón.”

Aquel día la victoria se convirtió en duelo para todo el pueblo, porque aquel día el pueblo había oído decir: “El rey siente dolor por su hijo.”

Aquel día el pueblo entró en la ciudad a escondidas, como suelen entrar avergonzados los que han huido de la batalla.

El rey cubrió su cara y clamó en alta voz: —¡Hijo mío Absalón! ¡Absalón, hijo mío, hijo mío!

Joab entró en la casa del rey y le dijo: —Hoy has avergonzado la cara de todos tus servidores que hoy han librado tu vida y la vida de tus hijos y de tus hijas, la vida de tus mujeres y la vida de tus concubinas;

pues amas a los que te aborrecen y aborreces a los que te aman. Porque has revelado que a ti nada te importan tus oficiales ni tus servidores. Ciertamente ahora sé que si Absalón viviera, aunque todos nosotros estuviésemos muertos, entonces estarías contento.

Ahora pues, levántate, sal y habla bondadosamente a tus servidores. Porque juro por Jehovah que si no sales, ni un solo hombre quedará contigo esta noche; y esto será peor para ti que todos los males que te han sobrevenido desde tu juventud hasta ahora.

Entonces el rey se levantó y se sentó a la puerta. Se anunció a todo el pueblo diciendo: “He aquí el rey está sentado a la puerta de la ciudad.” Y todo el pueblo se presentó ante el rey. Mientras tanto, los israelitas habían huido cada uno a su morada.

Y sucedió que todo el pueblo contendía en todas las tribus de Israel, diciendo: “El rey nos ha librado de mano de nuestros enemigos y nos ha salvado de mano de los filisteos, pero ahora ha huido del país por causa de Absalón.

Sin embargo, Absalón, a quien habíamos ungido rey sobre nosotros, ha muerto en la batalla. Ahora pues, ¿por qué guardáis silencio con respecto a hacer volver al rey?”

Por su parte, el rey David mandó a decir a los sacerdotes Sadoc y Abiatar: “Hablad a los ancianos de Judá y decidles: ¿Por qué seréis vosotros los últimos en hacer volver al rey a su casa, siendo que la palabra de todo Israel ha llegado al rey, a su casa?

Vosotros sois mis hermanos, hueso mío y carne mía; ¿por qué, pues, seréis los últimos en hacer volver al rey?

Asimismo, diréis a Amasa: ¿No eres tú hueso mío y carne mía? Así me haga Dios y aun me añada, si no has de ser jefe del ejército delante de mí, de ahora en adelante, en lugar de Joab.”

Así se ganó el corazón de todos los hombres de Judá como el de un solo hombre, y enviaron a decir al rey: “¡Vuelve tú, y todos tus servidores!”

Entonces volvió el rey y llegó hasta el Jordán. Y los de Judá habían ido a Gilgal para recibir al rey y hacerlo cruzar el Jordán.

También Simei hijo de Gera, de Benjamín, que era de Bajurim, se dio prisa para ir con los hombres de Judá a recibir al rey David.

Con él venían 1.000 hombres de Benjamín. Asimismo vino Siba, criado de la casa de Saúl, y con él sus quince hijos y sus veinte siervos, los cuales se apresuraron a llegar al Jordán delante del rey.

Y cruzaron el vado para ayudar a pasar a la familia del rey y para hacer lo que a él le pareciera bien. Entonces Simei hijo de Gera se postró ante el rey, cuando éste iba a cruzar el Jordán,

y dijo al rey: —Que mi señor no me impute iniquidad, ni se acuerde del mal que hizo tu siervo el día en que mi señor el rey salió de Jerusalén. Que el rey no lo guarde en su corazón,

porque yo, tu siervo, reconozco haber pecado, y he aquí que he venido hoy, el primero de toda la casa de José para descender al encuentro de mi señor el rey.

Intervino Abisai, hijo de Sarvia, y dijo: —Por esto, ¿no ha de morir Simei, ya que maldijo al ungido de Jehovah?

Y David respondió: —¿Qué hay entre mí y vosotros, hijos de Sarvia, para que hoy me seáis adversarios? ¿Habrá de morir hoy alguno en Israel? ¿No sé yo que hoy soy rey sobre Israel?

Entonces el rey dijo a Simei: —No morirás. Y el rey se lo juró.

También Mefiboset hijo de Saúl descendió al encuentro del rey. No había cuidado sus pies, ni arreglado su bigote, ni lavado su ropa desde el día en que el rey salió hasta el día en que volvió en paz.

Cuando él vino a Jerusalén al encuentro del rey, éste le preguntó: —Mefiboset, ¿por qué no fuiste conmigo?

El respondió: —Oh mi señor el rey, mi siervo me engañó. Pues tu siervo había dicho: “Aparéjame el asno; montaré en él e iré con el rey.” Porque tu siervo es lisiado.

El ha calumniado a tu siervo ante mi señor el rey, pero mi señor el rey es como un ángel de Dios. Haz, pues, lo que te parezca bien.

Porque toda mi casa paterna no era sino digna de muerte delante de mi señor el rey; sin embargo, tú has puesto a tu siervo entre los que comen a tu mesa. ¿Qué derecho tengo yo aun de clamar al rey?

El rey le dijo: —¿Por qué hablar más de tus asuntos? Yo he determinado que tú y Siba os repartáis las tierras.

Y Mefiboset dijo al rey: —¡Que él las tome todas, porque mi señor el rey ha vuelto en paz a su casa!

También Barzilai el galadita descendió de Rogelim y cruzó el Jordán con el rey, para despedirse de él en el Jordán.

Barzilai era muy anciano; tenía 80 años. El había sustentado al rey cuando permaneció en Majanaim, porque era un hombre muy rico.

El rey dijo a Barzilai: —Cruza conmigo; yo te sustentaré junto a mí en Jerusalén.

Pero Barzilai dijo al rey: —¿Cuántos años me quedarán de vida, para que yo suba con el rey a Jerusalén?

Yo tengo ahora 80 años; ¿podré distinguir entre lo bueno y lo malo? ¿Podrá saborear tu siervo lo que coma o beba? ¿Podré todavía oír la voz de los hombres y de las mujeres que cantan? ¿Para qué ha de ser tu siervo una carga más para mi señor el rey?

¿Por qué me ha de dar el rey esta recompensa? Tu siervo pasará un poco más allá del Jordán con el rey.

Por favor, deja a tu siervo que vuelva y que muera en mi ciudad, junto al sepulcro de mi padre y de mi madre. Pero aquí tienes a tu siervo Quimjam; que pase él con mi señor el rey, y haz por él lo que te parezca bien.

Entonces el rey dijo: —Que pase Quimjam conmigo, y yo haré por él lo que te parezca bien. Todo lo que tú me pidas yo te lo haré.

Todo el pueblo cruzó el Jordán, y también cruzó el rey. Luego el rey besó a Barzilai y lo bendijo, y éste regresó a su casa.

Entonces el rey prosiguió a Gilgal, y Quimjam fue con él. Todo el pueblo de Judá y la mitad del pueblo de Israel acompañaban al rey.

Y he aquí que todos los hombres de Israel vinieron al rey y le preguntaron: —¿Por qué te raptaron nuestros hermanos, los hombres de Judá, y han hecho cruzar el Jordán al rey y a su familia, y con él a todos los hombres de David?

Todos los hombres de Judá respondieron a los hombres de Israel: —Porque el rey es nuestro pariente cercano. Pero, ¿por qué os enojáis vosotros por esto? ¿Acaso hemos comido a costa del rey, o nos ha dado obsequios?

Los hombres de Israel respondieron a los de Judá y dijeron: —Nosotros tenemos en el rey diez partes, y más derecho sobre David que vosotros. ¿Por qué, pues, nos habéis tenido en poco? ¿Acaso no hablamos nosotros primero de hacer volver a nuestro rey? Pero las palabras de los hombres de Judá fueron más duras que las palabras de los hombres de Israel.

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