Libros Proféticos

Rescatados del horno de fuego

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Proféticos > Daniel > Rescatados del horno de fuego (27:3:1 - 27:3:30)

El rey Nabucodonosor hizo una estatua de oro cuya altura era de 60 codos y su anchura de 6 codos, y la levantó en la llanura de Dura, en la provincia de Babilonia.

Y el rey Nabucodonosor mandó reunir a los sátrapas, los intendentes y gobernadores, a los consejeros, los tesoreros, los jueces, los oficiales y a todos los gobernantes de las provincias, para que viniesen a la dedicación de la estatua que el rey Nabucodonosor había levantado.

Entonces fueron reunidos los sátrapas, los intendentes y gobernadores, los consejeros, los tesoreros, los jueces, los oficiales y todos los gobernantes de las provincias, para la dedicación de la estatua que el rey Nabucodonosor había levantado. Mientras estaban de pie delante de la estatua que había levantado el rey Nabucodonosor,

el heraldo proclamó con gran voz: “Se ordena a vosotros, oh pueblos, naciones y lenguas,

que al oír el sonido de la corneta, de la flauta, de la cítara, de la lira, del arpa, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis y rindáis homenaje a la estatua de oro que ha levantado el rey Nabucodonosor.

Cualquiera que no se postre y rinda homenaje, en la misma hora será echado dentro de un horno de fuego ardiendo.”

Por eso, tan pronto como oyeron todos los pueblos el sonido de la corneta, de la flauta, de la cítara, de la lira, del arpa, de la zampoña y de todo instrumento de música, todos los pueblos, naciones y lenguas se postraron y rindieron homenaje a la estatua de oro que había levantado el rey Nabucodonosor.

Por esto, en el mismo tiempo algunos hombres caldeos se acercaron y denunciaron a los judíos.

Hablaron y dijeron al rey Nabucodonosor: —¡Oh rey, para siempre vivas!

Tú, oh rey, has dado la orden de que todo hombre que oiga el sonido de la corneta, de la flauta, de la cítara, de la lira, del arpa, de la zampoña y de todo instrumento de música, se postre y rinda homenaje a la estatua de oro;

y que el que no se postre y rinda homenaje sea echado dentro de un horno de fuego ardiendo.

Hay, pues, unos hombres judíos, a quienes tú has designado sobre la administración de la provincia de Babilonia (Sadrac, Mesac y Abed-nego); estos hombres, oh rey, no te han hecho caso. Ellos no rinden culto a tus dioses ni dan homenaje a la estatua de oro que tú has levantado.

Entonces Nabucodonosor dijo con ira y con enojo que trajesen a Sadrac, a Mesac y a Abed-nego. Luego estos hombres fueron traídos a la presencia del rey.

Y Nabucodonosor habló y les dijo: —¿Es verdad, Sadrac, Mesac y Abed-nego, que vosotros no rendís culto a mi dios, ni dais homenaje a la estatua de oro que he levantado?

Ahora pues, ¿estáis listos para que al oír el sonido de la corneta, de la flauta, de la cítara, de la lira, del arpa, de la zampoña y de todo instrumento de música os postréis y rindáis homenaje a la estatua que he hecho? Porque si no le rendís homenaje, en la misma hora seréis echados en medio de un horno de fuego ardiendo. ¿Y qué dios será el que os libre de mis manos?

Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron y dijeron al rey: —Oh Nabucodonosor, no necesitamos nosotros responderte sobre esto.

Si es así, nuestro Dios, a quien rendimos culto, puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará.

Y si no, que sea de tu conocimiento, oh rey, que no hemos de rendir culto a tu dios ni tampoco hemos de dar homenaje a la estatua que has levantado.

Entonces Nabucodonosor se llenó de ira, y se alteró la expresión de su rostro contra Sadrac, Mesac y Abed-nego. Ordenó que el horno fuese calentado siete veces más de lo acostumbrado,

y mandó a hombres muy fornidos que tenía en su ejército que atasen a Sadrac, a Mesac y a Abed-nego para echarlos en el horno de fuego ardiendo.

Entonces estos hombres fueron atados, con sus mantos, sus túnicas, sus turbantes y sus otras ropas, y fueron echados dentro del horno de fuego ardiendo.

Porque la orden del rey era apremiante y el horno había sido calentado excesivamente, una llamarada de fuego mató a aquellos que habían levantado a Sadrac, a Mesac y a Abed-nego.

Y estos tres hombres, Sadrac, Mesac y Abed-nego, cayeron atados dentro del horno de fuego ardiendo.

Entonces el rey Nabucodonosor se alarmó y se levantó apresuradamente. Y habló a sus altos oficiales y dijo: —¿No echamos a tres hombres atados dentro del fuego? Ellos respondieron al rey: —Es cierto, oh rey.

El respondió: —He aquí, yo veo a cuatro hombres sueltos que se pasean en medio del fuego, y no sufren ningún daño. Y el aspecto del cuarto es semejante a un hijo de los dioses.

Entonces Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno de fuego ardiendo y llamó diciendo: —¡Sadrac, Mesac y Abed-nego, siervos del Dios Altísimo, salid y venid! Entonces Sadrac, Mesac y Abed-nego salieron de en medio del fuego.

Y se reunieron los sátrapas, los intendentes, los gobernadores y los altos oficiales del rey para mirar a estos hombres; cómo el fuego no se había enseñoreado de sus cuerpos, ni se había quemado el cabello de sus cabezas, ni sus mantos se habían alterado, ni el olor del fuego había quedado en ellos.

Nabucodonosor exclamó diciendo: —Bendito sea el Dios de Sadrac, de Mesac y de Abed-nego, que envió a su ángel y libró a sus siervos que confiaron en él y desobedecieron el mandato del rey; pues prefirieron entregar sus cuerpos antes que rendir culto o dar homenaje a cualquier dios, aparte de su Dios.

Luego, de mi parte es dada la orden de que en todo pueblo, nación o lengua, el que hable mal contra el Dios de Sadrac, de Mesac y de Abed-nego, sea descuartizado, y su casa sea convertida en ruinas. Porque no hay otro dios que pueda librar así como él.

Entonces el rey hizo prosperar a Sadrac, a Mesac y a Abed-nego en la provincia de Babilonia.

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La locura de Nabucodonosor

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Proféticos > Daniel > La locura de Nabucodonosor (27:4:1 - 27:4:37)

El rey Nabucodonosor, a todos los pueblos, naciones y lenguas que habitan en toda la tierra: Paz os sea multiplicada.

Me ha parecido bien declarar las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho para conmigo.

¡Cuán grandes son sus señales, y cuán poderosos sus milagros! Su reino es un reino eterno, y su señorío de generación en generación.

Yo, Nabucodonosor, estaba tranquilo en mi casa y próspero en mi palacio.

Entonces tuve un sueño que me espantó, y las fantasías sobre mi cama y las visiones de mi cabeza me turbaron.

Por esto di un decreto para traer a mi presencia a todos los sabios de Babilonia, a fin de que me diesen a conocer la interpretación del sueño.

Entonces vinieron los magos, los encantadores, los caldeos y los adivinos, y yo conté el sueño delante de ellos, pero no me dieron a conocer su interpretación.

Al final entró delante de mí Daniel (cuyo nombre es Beltesasar, como el nombre de mi dios), en quien hay espíritu de los dioses santos. Yo conté el sueño delante de él, diciendo:

Beltesasar, jefe de los magos, como entiendo que en ti hay espíritu de los dioses santos y que ningún misterio está escondido de ti, dime las visiones del sueño que he tenido y su interpretación.

Estas son las visiones de mi cabeza en mi cama: Yo miraba, y he aquí un árbol en medio de la tierra, cuya altura era grande.

Este árbol crecía y se hacía fuerte; su altura llegaba hasta el cielo, y era visible hasta los confines de toda la tierra.

Su follaje era hermoso, y su fruto abundante. En él había sustento para todos. Debajo de él se ponían a la sombra los animales del campo, y en sus ramas habitaban las aves del cielo. Todo mortal tomaba sustento de él.

Estando en mi cama miraba las visiones de mi cabeza, y he aquí que un vigilante, uno santo, descendía del cielo.

El proclamaba con gran voz y decía así: “¡Derribad el árbol y cortad sus ramas; quitad su follaje y desparramad su fruto! ¡Huyan los animales que están debajo de él, y las aves de sus ramas!

Pero dejad el tronco de sus raíces en la tierra, con atadura de hierro y de bronce, entre el pasto del campo. Que él sea mojado con el rocío del cielo y que con los animales tenga su parte entre la hierba de la tierra.

Sea cambiado su corazón de hombre; séale dado un corazón de animal, y pasen sobre él siete tiempos.”

La sentencia fue por decreto de los vigilantes, y la decisión por la palabra de los santos, para que los vivientes reconozcan que el Altísimo es Señor del reino de los hombres, que lo da a quien quiere y que constituye sobre él al más humilde de los hombres.

—Yo, el rey Nabucodonosor, he tenido este sueño. Tú, pues, Beltesasar, di la interpretación, puesto que todos los sabios de mi reino no han podido darme a conocer su interpretación. Pero tú sí puedes, porque el espíritu de los dioses santos está en ti.

Entonces Daniel, cuyo nombre era Beltesasar, quedó atónito por un momento, y sus pensamientos le turbaban. El rey habló y dijo: —Beltesasar, no te turben el sueño ni su interpretación. Y Beltesasar respondió y dijo: —¡Oh señor mío, que el sueño sea para tus enemigos, y su interpretación para tus adversarios!

El árbol que viste (que crecía y se hacía fuerte, y cuya altura llegaba hasta el cielo y que era visible a toda la tierra;

cuyo follaje era hermoso y su fruto abundante, de modo que en él había sustento para todos; debajo del cual habitaban los animales del campo y en cuyas ramas las aves del cielo tenían su morada)

eres tú mismo, oh rey, que has crecido y te has hecho fuerte. Tu grandeza ha crecido y ha llegado hasta el cielo, y tu dominio hasta los confines de la tierra.

En cuanto a lo que vio el rey (un vigilante, uno santo, que descendía del cielo y decía: “¡Derribad el árbol y destruidlo; pero dejad el tronco de sus raíces en la tierra, con atadura de hierro y de bronce, entre el pasto del campo. Que él sea mojado con el rocío del cielo y que con los animales del campo tenga su parte, hasta que pasen sobre él siete tiempos”),

ésta es, oh rey, la interpretación: Es un decreto del Altísimo que ha caído sobre mi señor el rey.

A ti te echarán de entre los hombres, y junto con los animales del campo estará tu morada. Te darán de comer hierba, como a los bueyes, y serás mojado con el rocío del cielo. Siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo es Señor del reino de los hombres y que lo da a quien quiere.

Y lo que dijeron, que dejasen en la tierra el tronco de las raíces del árbol, significa que tu reino continuará firme después que tú reconozcas que el señorío es de los cielos.

Por tanto, oh rey, que te sea grato mi consejo, y rompe con tus pecados mediante la práctica de la justicia, y con tus iniquidades mediante obras de misericordia para con los pobres. Tal vez esto resulte en la prolongación de tu tranquilidad.

Todo aquello le sobrevino al rey Nabucodonosor.

Al final de doce meses, mientras se paseaba sobre la terraza del palacio real de Babilonia,

dijo el rey: “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué como residencia real, con la fuerza de mi poder y para la gloria de mi majestad?”

Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando descendió una voz del cielo: “A ti se te dice, oh rey Nabucodonosor, que el reino ha sido quitado de ti.

Te echarán de entre los hombres, y junto con los animales del campo será tu morada. Te darán de comer hierba como a los bueyes. Siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo es Señor del reino de los hombres y que lo da a quien quiere.”

En la misma hora se cumplió la palabra acerca de Nabucodonosor, y fue echado de entre los hombres. Comía hierba como los bueyes, y su cuerpo era mojado con el rocío del cielo, hasta que su pelo creció como plumas de águilas y sus uñas como las de las aves.

“Pero al cabo de los días, yo, Nabucodonosor, alcé mis ojos al cielo; y me fue devuelta la razón. Entonces bendije al Altísimo; alabé y glorifiqué al que vive para siempre. Porque su señorío es eterno, y su reino de generación en generación.

Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada. El hace según su voluntad con el ejército del cielo y con los habitantes de la tierra. No hay quien detenga su mano ni quien le diga: ¿Qué haces?

“En el mismo tiempo me fue devuelta la razón, y mi dignidad y mi esplendor volvieron a mí para gloria de mi reino. Mis altos oficiales y mis nobles me buscaron. Yo fui restituido a mi reino, y me fue añadida aun mayor grandeza.

Ahora, yo, Nabucodonosor, alabo, exalto y glorifico al Rey de los cielos, porque todas sus obras son verdad y sus caminos son justicia. El puede humillar a los que andan con soberbia.”

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La escritura en la pared

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Proféticos > Daniel > La escritura en la pared (27:5:1 - 27:5:31)

El rey Belsasar hizo un gran banquete para mil de sus nobles, y estaba bebiendo vino en presencia de los mil.

Belsasar, bajo el efecto del vino, mandó que trajesen los utensilios de oro y de plata que su padre Nabucodonosor había tomado del templo de Jerusalén, para que bebiesen de ellos el rey, sus nobles, sus mujeres y sus concubinas.

Entonces fueron traídos los utensilios de oro que habían tomado del santuario de la casa de Dios que estaba en Jerusalén; y bebieron de ellos el rey, sus nobles, sus mujeres y sus concubinas.

Bebieron vino y alabaron a los dioses de oro, de plata, de bronce, de hierro, de madera y de piedra.

En aquella misma hora aparecieron los dedos de una mano de hombre, y escribían delante del candelabro, sobre el yeso de la pared del palacio real. Y el rey veía la mano que escribía.

Entonces el rey se puso pálido, y sus pensamientos le turbaron. Se desencajaron las articulaciones de sus caderas, y sus rodillas se chocaban la una contra la otra.

El rey gritó con gran voz que trajesen a los encantadores, a los caldeos y a los adivinos. El rey habló a los sabios de Babilonia y dijo: —Cualquier hombre que lea esta escritura y me declare su interpretación será vestido de púrpura, tendrá un collar de oro en su cuello y gobernará como el tercero en el reino.

Acudieron todos los sabios del rey, pero no pudieron leer la escritura ni dar a conocer al rey su interpretación.

Entonces el rey Belsasar se turbó muchísimo y se puso pálido. Sus nobles estaban desconcertados.

Debido a las palabras del rey y de sus nobles, entró la reina a la sala del banquete. Y la reina habló y dijo: —¡Oh rey, para siempre vivas! No te turben tus pensamientos ni te pongas pálido.

En tu reino hay un hombre en quien mora el espíritu de los dioses santos. En los días de tu padre, se halló en él luz, entendimiento y sabiduría, como la sabiduría de los mismos dioses. A él, tu padre, el rey Nabucodonosor, constituyó como jefe de los magos, los encantadores, los caldeos y los adivinos;

por cuanto fueron hallados en él, es decir, en este Daniel, excelencia de espíritu, conocimiento, entendimiento, interpretación de sueños, revelación de enigmas y solución de problemas. El rey le puso por nombre Beltesasar. ¡Que Daniel sea llamado, y él declarará la interpretación!

Entonces Daniel fue llevado a la presencia del rey, y el rey dijo a Daniel: —¿Eres tú aquel Daniel, uno de los cautivos de Judá, que el rey mi padre trajo de Judá?

He oído de ti, que el espíritu de los dioses santos está en ti, y que en ti se ha hallado luz, entendimiento y mayor sabiduría.

Ahora han sido traídos a mi presencia los sabios y los encantadores, para que leyeran esta escritura y me dieran a conocer su interpretación; pero no han podido declarar la interpretación del asunto.

Yo, pues, he oído de ti, que puedes interpretar sueños y resolver problemas. Si ahora puedes leer esta escritura y me das a conocer su interpretación, serás vestido de púrpura, tendrás un collar de oro en tu cuello y gobernarás como tercero en el reino.

Entonces Daniel respondió delante del rey y dijo: —Tus regalos sean para ti, y tus presentes dalos a otro. Sin embargo, yo leeré la escritura al rey y daré a conocer su interpretación.

El Dios Altísimo, oh rey, dio a tu padre Nabucodonosor la realeza, la grandeza, la majestad y el esplendor.

Y por la grandeza que le dio, todos los pueblos, naciones y lenguas temblaban y temían delante de él. Mataba al que quería y concedía la vida al que quería. Engrandecía al que quería, y al que quería humillaba.

Pero cuando su corazón se enalteció y su espíritu se endureció con arrogancia, fue depuesto de su trono real, y su majestad le fue quitada.

Fue echado de entre los hijos del hombre. Su corazón fue hecho semejante al de los animales, y con los asnos monteses estaba su morada. Le daban de comer hierba, como a los bueyes, y su cuerpo era mojado con el rocío del cielo, hasta que reconoció que el Dios Altísimo es Señor del reino de los hombres y que levanta sobre él a quien quiere.

Pero tú, su hijo Belsasar, a pesar de que sabías todo esto, no has humillado tu corazón.

Más bien, te has levantado contra el Señor de los cielos y has hecho traer a tu presencia los utensilios de su templo. En ellos habéis bebido vino tú, tus nobles, tus mujeres y tus concubinas. Además de esto, has alabado a los dioses de plata, de oro, de bronce, de hierro, de madera y de piedra, que no ven, ni oyen ni entienden. Pero no has honrado al Dios en cuya mano está tu vida, y a quien pertenecen todos tus caminos.

Entonces de su presencia fue enviada la mano que grabó esta escritura.

La escritura que grabó dice: MENE, MENE TEQUEL U PARSIN.

Y ésta es la interpretación del asunto: MENE: Dios ha contado tu reino y le ha puesto fin.

TEQUEL: Pesado has sido en balanza y has sido hallado falto.

PARSIN: Tu reino ha sido dividido, y será dado a los medos y a los persas.

Entonces, por mandato de Belsasar, vistieron a Daniel de púrpura y en su cuello fue puesto un collar de oro. Y proclamaron que él era el tercer señor en el reino.

Aquella misma noche fue muerto Belsasar, rey de los caldeos.

Y Darío el medo tomó el reino siendo de 62 años.

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Daniel en el foso de los leones

Imagen Daniel en el foso de los leones 1

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Proféticos > Daniel > Daniel en el foso de los leones (27:6:1 - 27:6:28)

Pareció bien a Darío constituir sobre el reino a 120 sátrapas que estuviesen en todo el reino,

y sobre ellos a tres ministros (de los cuales Daniel era uno), a quienes rindiesen cuenta estos sátrapas, para que el rey no fuese perjudicado.

Pero Daniel mismo se distinguía entre los ministros y los sátrapas, porque en él había excelencia de espíritu. Y el rey pensaba constituirle sobre todo el reino.

Entonces los ministros y los sátrapas buscaban hallar pretexto contra Daniel en los asuntos del reino, pero no podían hallar ningún pretexto o corrupción, porque él era fiel. Ninguna negligencia ni corrupción fueron halladas en él.

Entonces estos hombres dijeron: —No hallaremos contra este Daniel ningún pretexto, si no lo hallamos contra él en relación con la ley de su Dios.

Entonces estos ministros y sátrapas se reunieron delante del rey y le dijeron así: —¡Oh rey Darío, para siempre vivas!

Todos los ministros del reino, los intendentes y los sátrapas, los altos oficiales y los gobernadores han acordado por consejo que el rey promulgue un decreto y que ponga en vigencia el edicto de que cualquiera que haga una petición a cualquier dios u hombre, fuera de ti, durante treinta días, oh rey, sea echado al foso de los leones.

Ahora, oh rey, pon en vigencia el edicto y firma el documento, para que no pueda ser cambiado, conforme a la ley de medos y persas, la cual no puede ser abrogada.

Por tanto, el rey Darío firmó el documento del edicto.

Cuando Daniel supo que el documento estaba firmado, entró en su casa, y con las ventanas de su cámara abiertas hacia Jerusalén se hincaba de rodillas tres veces al día. Y oraba y daba gracias a su Dios, como lo solía hacer antes.

Entonces aquellos hombres se reunieron y hallaron a Daniel rogando e implorando delante de su Dios.

Luego se acercaron y hablaron delante del rey acerca del edicto real: —¿No has firmado el edicto de que cualquiera que pida a cualquier dios u hombre, fuera a ti, durante treinta días, oh rey, sea echado al foso de los leones? El rey respondió y dijo: —Es verdad el asunto, conforme a la ley de medos y persas, la cual no puede ser abrogada.

Entonces respondieron y dijeron delante del rey: —Ese Daniel, uno de los cautivos de Judá, no ha hecho caso de ti, oh rey, ni del edicto que has firmado. Más bien, tres veces al día hace su oración.

Al oír el rey de este asunto, sintió un gran disgusto por ello y se propuso salvar a Daniel. Hasta la puesta del sol se esforzó por librarlo.

Pero aquellos hombres se reunieron cerca del rey y le dijeron: —Ten presente, oh rey, que es ley de medos y persas, que ningún edicto o decreto que el rey pone en vigencia puede ser cambiado.

Entonces el rey dio la orden, y trajeron a Daniel, y lo echaron al foso de los leones. El rey habló y dijo a Daniel: —¡Tu Dios, a quien tú continuamente rindes culto, él te libre!

Una piedra fue traída y puesta sobre la entrada del foso, la cual el rey selló con su anillo y con el anillo de sus nobles, para que el acuerdo acerca de Daniel no fuese cambiado.

Después el rey fue a su palacio y pasó la noche sin comer. No fueron llevadas diversiones a su presencia, y se le fue el sueño.

Entonces el rey se levantó al amanecer, al rayar el alba, y fue apresuradamente al foso de los leones.

Cuando se acercó al foso, llamó a voces a Daniel, con tono entristecido. El rey habló y dijo a Daniel: —¡Oh Daniel, siervo del Dios viviente! Tu Dios, a quien tú continuamente rindes culto, ¿te ha podido librar de los leones?

Entonces Daniel habló con el rey: —¡Oh rey, para siempre vivas!

Mi Dios envió a su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño; porque delante de él he sido hallado inocente. Tampoco delante de ti, oh rey, he hecho nada malo.

Entonces el rey se alegró en gran manera a causa de él, y mandó que sacaran a Daniel del foso. Daniel fue sacado del foso, y ninguna lesión se halló en él, porque había confiado en su Dios.

Luego el rey dio la orden, y trajeron a aquellos hombres que habían acusado a Daniel. Los echaron al foso de los leones, a ellos, a sus hijos y a sus mujeres. Y aún no habían llegado al fondo del foso, cuando los leones se apoderaron de ellos y trituraron todos sus huesos.

Entonces el rey Darío escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas que habitaban en toda la tierra: Paz os sea multiplicada.

De parte mía es dada la orden de que en todo el dominio de mi reino tiemblen y teman delante del Dios de Daniel; porque él es el Dios viviente, que permanece por la eternidad. Su reino es un reino que no será destruido, y su dominio dura hasta el fin.

El salva y libra; él hace señales y milagros en el cielo y en la tierra. El es quien libró a Daniel del poder de los leones.

Este Daniel fue prosperado durante el reinado de Darío y durante el reinado de Ciro el persa.

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Visión de las cuatro bestias

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Proféticos > Daniel > Visión de las cuatro bestias (27:7:1 - 27:7:28)

En el primer año de Belsasar, rey de Babilonia, Daniel tuvo un sueño y visiones de su cabeza en su cama, y en seguida escribió el sueño. Este es el resumen del asunto:

Daniel habló y dijo: “Estaba mirando en mi visión de noche, y he aquí que los cuatro vientos del cielo agitaban el gran mar.

Y cuatro grandes bestias, diferentes la una de la otra, subían del mar.

“La primera era como un león y tenía alas de águila. Yo estaba mirando, hasta que sus alas fueron arrancadas, y fue levantada del suelo. Luego se quedó erguida sobre los pies, a manera de hombre, y le fue dado un corazón de hombre.

“Y he aquí que otra bestia, semejante a un oso, se levantó a su lado. Tenía en su boca tres costillas entre sus dientes, y le fue dicho así: ¡Levántate; devora mucha carne!

“Después de esto yo miraba, y he aquí otra bestia, como un leopardo, que tenía en sus espaldas cuatro alas de ave. Esta bestia también tenía cuatro cabezas, y le fue dado dominio.

“Después de esto miraba las visiones de la noche, y he aquí una cuarta bestia terrible y espantosa, fuerte en gran manera. Esta tenía grandes dientes de hierro. Devoraba y desmenuzaba y pisoteaba las sobras con sus pies. Era muy diferente de todas las bestias que habían aparecido antes de ella, y tenía diez cuernos.

Mientras yo contemplaba los cuernos, he aquí que otro cuerno, uno pequeño, crecía entre ellos, y delante de él fueron arrancados tres de los cuernos anteriores. Y he aquí que en este cuerno había ojos, como ojos de hombre, y una boca que hablaba arrogancias.

“Estaba mirando hasta que fueron puestos unos tronos, y se sentó un Anciano de Días. Su vestidura era blanca como la nieve, y el cabello de su cabeza era como la lana limpia. Su trono era como llama de fuego; y sus ruedas, fuego ardiente.

Un río de fuego procedía y salía de delante de él. Miles de miles le servían, y millones de millones estaban de pie delante de él. “El tribunal se sentó, y los libros fueron abiertos.

Entonces yo miraba, a causa del sonido de las palabras arrogantes que hablaba el cuerno. Miré hasta que la bestia fue muerta, y su cuerpo fue destrozado y entregado a las llamas del fuego.

También a las otras bestias les quitaron su dominio, pero les fue dada prolongación de vida hasta un tiempo definido.

“Estaba yo mirando en las visiones de la noche, y he aquí que en las nubes del cielo venía alguien como un Hijo del Hombre. Llegó hasta el Anciano de Días, y le presentaron delante de él.

Entonces le fue dado el dominio, la majestad y la realeza. Todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su dominio es dominio eterno, que no se acabará; y su reino, uno que no será destruido.

“En cuanto a mí, Daniel, mi espíritu se turbó a causa de esto, y las visiones de mi cabeza me alarmaron.

Me acerqué a uno de los que estaban de pie y le pregunté la verdad acerca de todo esto. El me habló y me dio a conocer la interpretación de las cosas:

Estas cuatro grandes bestias son cuatro reyes que se levantarán en la tierra.

Pero los santos del Altísimo tomarán el reino y lo poseerán por los siglos y por los siglos de los siglos.

“Entonces quise saber la verdad acerca de la cuarta bestia, que era tan diferente de todas las otras: terrible en gran manera con sus dientes de hierro y sus garras de bronce. Devoraba, desmenuzaba y pisoteaba las sobras con sus pies.

También quise saber de los diez cuernos que tenía en su cabeza, y del otro que había crecido y delante del cual habían caído tres. Este cuerno tenía ojos y una boca que hablaba arrogancias, y parecía ser más grande que sus compañeros.

Yo veía que este cuerno hacía guerra contra los santos y los vencía,

hasta que vino el Anciano de Días e hizo justicia a los santos del Altísimo. Y llegado el tiempo, los santos tomaron posesión del reino.

“Dijo así: La cuarta bestia será un cuarto reino en la tierra, el cual será diferente de todos los otros reinos. A toda la tierra devorará; la trillará y despedazará.

En cuanto a los diez cuernos, de aquel reino se levantarán diez reyes. Tras ellos se levantará otro, el cual será mayor que los primeros y derribará a tres reyes.

El hablará palabras contra el Altísimo y oprimirá a los santos del Altísimo. Intentará cambiar las festividades y la ley; en su mano serán entregadas durante un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo.

Pero el tribunal se sentará, y le será quitado su dominio para ser exterminado y destruido por completo.

Y la realeza, el dominio y la grandeza de los reinos debajo de todo el cielo serán dados al pueblo de los santos del Altísimo. Su reino será un reino eterno, y todos los dominios le servirán y le obedecerán.

“Aquí termina el asunto. En cuanto a mí, Daniel, mucho me turbaron mis pensamientos, y me puse pálido. Pero guardé el asunto en mi corazón.”

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