Job

Jehová convence a Job de su ignorancia

Imagen Jehová convence a Job de su ignorancia 1
Enviado por MARCELINO MARTINEZ

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Poéticos y Sapienciales > Job > Jehová convence a Job de su ignorancia (18:38:1 - 18:40:5)

Entonces Jehovah respondió a Job desde un torbellino y dijo:

—¿Quién es ese que oscurece el consejo con palabras sin conocimiento?

Cíñete, pues, los lomos como un hombre; yo te preguntaré, y tú me lo harás saber:

¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes entendimiento.

¿Quién determinó sus medidas? Porque tú lo debes saber. ¿O quién extendió sobre ella un cordel?

¿Sobre qué están afirmados sus cimientos? ¿O quién puso su piedra angular,

cuando aclamaban juntas las estrellas del alba, y gritaban de júbilo todos los hijos de Dios?

¿Quién contuvo mediante compuertas el mar, cuando irrumpiendo salió del vientre;

cuando le puse las nubes por vestido y la oscuridad como pañal?

Yo establecí sobre él un límite y le puse cerrojos y puertas.

Le dije: “Hasta aquí llegarás y no seguirás adelante. Aquí cesará la soberbia de tus olas.”

¿Alguna vez en tu vida diste órdenes a la mañana? ¿Has mostrado a la aurora su lugar,

para que al tomar por los extremos la tierra, sean sacudidos de ella los impíos?

Ella se transforma cual la arcilla en el molde, y se presenta como una vestidura.

Entonces la luz es quitada a los impíos, y es quebrantado el brazo enaltecido.

¿Has penetrado hasta las fuentes del mar? ¿Has andado escudriñando el abismo?

¿Te han sido reveladas las puertas de la muerte? ¿Has visto las puertas de la densa oscuridad?

¿Has reflexionado acerca de la amplitud de la tierra? ¡Decláralo, si sabes todo esto!

¿Dónde está el camino hacia la morada de la luz? ¿Y dónde está el lugar de las tinieblas,

para que las repliegues a su territorio y para que disciernas el camino a su morada?

Tú lo debes saber, porque entonces ya habías nacido, y es muy grande el número de tus días.

¿Has entrado en los depósitos de la nieve, o has visto los depósitos del granizo

que tengo reservados para el tiempo de la angustia, para el día de la batalla y de la guerra?

¿Dónde está el camino por el cual se distribuye la luz, y se desplaza sobre la tierra el viento oriental?

¿Quién abre cauce al aluvión, y camino a relámpagos y truenos,

haciendo llover sobre la tierra sin hombres, sobre el desierto donde no hay un ser humano;

para saciar la tierra arruinada y desolada, y para hacer brotar la hierba?

¿Acaso la lluvia tiene un padre? ¿O quién engendró las gotas del rocío?

¿Del vientre de quién salió el hielo? A la escarcha del cielo, ¿quién la dio a luz?

Las aguas se congelan como piedra, y se endurece la superficie del océano.

¿Podrás unir con cadenas a las Pléyades o aflojar las cuerdas de Orión?

¿Harás salir las constelaciones en su respectivo tiempo? ¿Guiarás a la Osa Mayor junto con sus hijos?

¿Conoces las leyes de los cielos? ¿Podrás establecer su dominio en la tierra?

¿Alzarás a las nubes tu voz para que te cubra abundancia de aguas?

¿Enviarás los relámpagos, de modo que vayan y te digan: “¡Aquí nos tienes!”?

¿Quién puso sabiduría en el ibis? ¿Quién dio inteligencia al gallo?

¿Quién puede contar las nubes con sabiduría? ¿Quién puede hacer que se inclinen las tinajas de los cielos,

cuando el polvo se endurece como sólido y los terrones se pegan unos con otros?

¿Cazarás presa para la leona? ¿Saciarás el apetito de sus cachorros

cuando se recuestan en sus guaridas y se quedan en la espesura, en sus escondrijos?

¿Quién prepara al cuervo su comida cuando sus polluelos claman a Dios y andan errantes por falta de alimento?

¿Conoces tú el tiempo en que paren las cabras monteses? ¿Has observado el parto de las gacelas?

¿Has contado los meses que cumplen? ¿Conoces el tiempo cuando han de parir?

Se encorvan, expulsan sus crías y luego se libran de sus dolores.

Sus hijos se fortalecen y crecen en campo abierto; luego se van y no vuelven más a ellas.

¿Quién dejó libre al asno montés? ¿Quién soltó las ataduras del onagro?

Yo puse el Arabá como su casa, y las tierras saladas como su morada.

Se burla del bullicio de la ciudad; no escucha los gritos del arriero.

Explora los montes tras su pasto, y busca todo lo que es verde.

¿Consentirá en servirte el toro salvaje y pasar la noche junto a tu pesebre?

¿Atarás al toro salvaje con coyundas para el surco? ¿Rastrillará los valles tras de ti?

¿Confiarás en él, por ser grande su fuerza, y descargarás sobre él el peso de tu labor?

¿Crees que él ha de regresar para recoger el grano de tu era?

Se agitan alegremente las alas del avestruz; ¿pero acaso sus alas y su plumaje son los de la cigüeña?

Porque ella abandona sus huevos en la tierra, y sobre el polvo los deja calentarse.

Y se olvida que un pie los puede aplastar o que los animales del campo los pueden pisotear.

Trata con dureza a sus hijos, como si no fueran suyos, sin temor de que su trabajo haya sido en vano.

Es que Dios le hizo olvidar la sabiduría y no le repartió inteligencia.

Pero cuando levanta las alas para correr, se ríe del caballo y del jinete.

¿Diste bravura al caballo? ¿Engalanaste de crines su cuello?

¿Lo harás brincar como a una langosta? El resoplido de su nariz es temible.

Escarba en el valle y se regocija con fuerza; sale al encuentro de las armas.

Se ríe del miedo y no se espanta; no vuelve atrás ante la espada.

Sobre él resuenan la aljaba, la hoja de la lanza y la jabalina.

Con estrépito y furor devora la distancia y no se detiene aunque suene la corneta.

Relincha cada vez que suena la corneta, y desde lejos olfatea la batalla, la voz tronadora de los oficiales y el grito de guerra.

¿Es por tu inteligencia que el halcón emprende el vuelo y extiende sus alas hacia el sur?

¿Es por tu mandato que el águila se eleva y pone en lo alto su nido?

En las peñas habita y pernocta en la cumbre de la peña, en lugar inaccesible.

Desde allí acecha la presa; sus ojos la observan de muy lejos.

Luego sus polluelos chupan la sangre. Donde haya cadáveres, allí estará ella.

Jehovah continuó y dijo a Job:

—¿Desistirá el que contiende con el Todopoderoso? El que argumenta con Dios, que responda a esto.

Entonces Job respondió a Jehovah y dijo:

—He aquí que yo soy insignificante. ¿Qué te he de responder? Pongo mi mano sobre mi boca.

Una vez hablé y no volveré a responder; aun dos veces, pero no continuaré.

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Manifestaciones del poder de Dios

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Poéticos y Sapienciales > Job > Manifestaciones del poder de Dios (18:40:6 - 18:41:34)

Entonces Jehovah respondió a Job desde el torbellino y dijo:

—Cíñete, pues, los lomos como un hombre; yo te preguntaré, y tú me lo harás saber:

¿Acaso invalidarás mi juicio? ¿Me condenarás a mí para justificarte tú?

¿Tienes tú un brazo como el de Dios? ¿Y truenas con una voz como la de él?

Adórnate, pues, de majestad y alteza; vístete de gloria y esplendor.

Difunde la indignación de tu furor; mira a todo soberbio y humíllalo.

Mira a todo soberbio y somételo; pisotea a los impíos en su sitio.

Entiérralos juntos en el polvo; encierra sus rostros en lugares ocultos.

Entonces yo también reconoceré que tu mano derecha te dará la victoria.

He allí el Behemot, al cual yo hice junto contigo. Come hierba como el buey.

He aquí que su fuerza está en sus lomos y su vigor en los músculos de su vientre.

Pone su cola tensa como un cedro, y los nervios de sus muslos están entretejidos.

Sus huesos son como tubos de bronce, y su osamenta como barras de hierro.

Es una obra maestra de Dios. Sólo su Hacedor le puede acercar su espada.

Pues los montes producen hierba para él, donde retozan todos los animales del campo.

Se recuesta debajo del loto en lo oculto del cañaveral y del pantano.

Las plantas de loto lo cubren con su sombra; lo rodean los sauces del arroyo.

He aquí que cuando el río se desborda, él no se apresura a escapar. Estará confiado aunque todo el Jordán se arroje contra su boca.

¿Lo atrapan cuando está vigilando? ¿Le perforan la nariz con garfios?

¿Sacarás tú al Leviatán con anzuelo? ¿Sujetarás con una cuerda su lengua?

¿Pondrás soga de juncos en sus narices? ¿Horadarás con gancho su quijada?

¿Acaso te colmará de ruegos? ¿Te hablará con palabras sumisas?

¿Hará un trato contigo, para que lo tomes por siervo perpetuo?

¿Jugarás con él como con un pájaro? ¿Lo atarás para tus niñas?

¿Negociarán por él los grupos de pescadores? ¿Se lo repartirán entre sí los mercaderes?

¿Podrás llenar de arpones su piel o su cabeza con lanza de pescar?

Pon sobre él tu mano: Te acordarás de la batalla, ¡y nunca volverás a hacerlo!

He aquí que toda esperanza del hombre se frustra, porque ante su solo aspecto uno cae hacia atrás.

Nadie hay tan osado que lo despierte. ¿Quién podrá presentarse delante de él?

¿Quién me ha dado primero para que yo le restituya? ¡Todo lo que hay debajo del cielo, mío es!

No guardaré silencio acerca de sus miembros, ni de sus proezas, ni de su gallarda figura.

¿Quién podrá levantar la superficie de su vestidura? ¿Quién se acercará a él con su doble coraza?

¿Quién abrirá sus fauces? Hay terror alrededor de sus dientes.

Su espalda está recubierta de hileras de escamas herméticamente unidas entre sí.

La una se junta con la otra, de modo que ni el aire puede pasar entre ellas.

Pegadas están unas con otras; están trabadas entre sí y no se podrán separar.

Sus estornudos lanzan destellos de luz; sus ojos son como los párpados del alba.

De su boca salen llamaradas; escapan chispas de fuego.

De sus narices sale humo, como de olla que hierve al fuego.

Su aliento enciende los carbones, y de su boca salen llamaradas.

Su poderío reside en su cuello; ante su presencia surge el desaliento.

Los pliegues de su carne son apretados; son sólidos e inamovibles.

Su corazón es sólido como una roca, sólido como la piedra inferior de un molino.

Cuando él se levanta, los poderosos sienten pavor y retroceden ante el quebrantamiento.

La espada que lo alcanza no lo afecta; tampoco la lanza, ni el dardo, ni la jabalina.

Al hierro estima como paja, y a la madera como a la corrosión del cobre.

Las flechas no le hacen huir; las piedras de la honda le son como rastrojo.

Al garrote considera hojarasca; se ríe del blandir de la jabalina.

Por debajo tiene escamas puntiagudas; deja huellas como un trillo sobre el lodo.

Hace hervir el abismo como caldera y convierte el mar en una olla de ungüentos.

Tras de sí hace resplandecer un sendero; como si el océano tuviera blanca cabellera.

No existe sobre la tierra algo semejante; está hecho exento de temor.

Menosprecia todo lo que es alto; es el rey de todas las fieras arrogantes.

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Confesión y justificación de Job

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Poéticos y Sapienciales > Job > Confesión y justificación de Job (18:42:1 - 18:42:9)

Entonces Job respondió a Jehovah y dijo:

—Reconozco que tú todo lo puedes, y que no hay plan que te sea irrealizable.

“¿Quién es ese que encubre el consejo, con palabras sin entendimiento?” Ciertamente dije cosas que no entendía, cosas demasiado maravillosas para mí, las cuales jamás podré comprender.

Escucha, por favor, y hablaré: “Yo te preguntaré, y tú me lo harás saber.”

De oídas había oído de ti, pero ahora mis ojos te ven.

Por tanto, me retracto, y me arrepiento en polvo y ceniza.

Y aconteció, después que Jehovah habló estas palabras a Job, que Jehovah dijo a Elifaz el temanita: —Mi ira se ha encendido contra ti y tus dos compañeros, porque no habéis hablado lo recto acerca de mí, como mi siervo Job.

Ahora pues, tomad para vosotros siete toros y siete carneros, id a mi siervo Job y ofreced holocausto por vosotros. Entonces mi siervo Job orará por vosotros, porque a él atenderé para no trataros con afrenta. Porque no habéis hablado lo recto acerca de mí, como mi siervo Job.

Entonces fueron Elifaz el temanita, Bildad el sujita y Zofar el namatita, e hicieron como Jehovah les había dicho. Y Jehovah atendió a Job.

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Restauración de la prosperidad de Job

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Poéticos y Sapienciales > Job > Restauración de la prosperidad de Job (18:42:10 - 19:78:72)

Jehovah restauró a Job, cuando él oraba por sus amigos, y aumentó Jehovah al doble todo lo que había pertenecido a Job.

Entonces vinieron a él todos sus hermanos, todas sus hermanas y todos los que le habían conocido antes, y comieron con él en su casa. Se compadecieron de él y lo consolaron por todo aquel mal que Jehovah había traído sobre él. Cada uno de ellos le dio una pieza de dinero y un pendiente de oro.

Jehovah bendijo los últimos días de Job más que los primeros, y llegó a tener 14.000 ovejas, 6.000 camellos, 1.000 yuntas de bueyes y 1.000 asnos.

Tuvo también siete hijos y tres hijas.

A la primera le puso por nombre Jemima; el nombre de la segunda era Quesia, y el nombre de la tercera, Queren-hapuj.

No había en toda la tierra mujeres tan hermosas como las hijas de Job, y su padre les dio herencia entre sus hermanos.

Después de esto, Job vivió 140 años y vio a sus hijos y a los hijos de sus hijos, hasta cuatro generaciones.

Y murió Job anciano y lleno de años.

Lo trajo de detrás de las ovejas recién paridas, para que apacentase a su pueblo Jacob, a Israel su heredad.

Los apacentó con íntegro corazón; los pastoreó con la pericia de sus manos.

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