Libros Históricos

Milagros en beneficio de los profetas

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Segundo Libro de Reyes > Milagros en beneficio de los profetas (12:4:38 - 12:4:44)

Eliseo regresó a Gilgal, cuando había hambre en el país. Los hijos de los profetas estaban sentados delante de él. Entonces dijo a su criado: —Pon la olla grande y prepara un guiso para los hijos de los profetas.

Uno de ellos salió al campo para recoger hierbas, y halló una vid silvestre. Tomó de ella calabazas silvestres llenando su falda; y cuando regresó, las cortó en tajadas echándolas en la olla del guiso, aunque no sabía qué eran.

Luego lo sirvieron para que comieran los hombres. Pero sucedió que cuando comían del guiso, ellos gritaron diciendo: —¡Oh hombre de Dios, hay muerte en la olla! Y no lo pudieron comer.

Entonces Eliseo dijo: —Traed harina. La esparció en la olla y dijo: —Sirve a la gente para que coman. Y ya no hubo nada malo en la olla.

Entonces vino un hombre de Baal-salisa, trayendo en su alforja alimentos de primicias para el hombre de Dios: veinte panes de cebada y espigas de grano nuevo. Y Eliseo dijo: —Da a la gente para que coma.

Y su criado respondió: —¿Cómo voy a poner esto delante de 100 hombres? Pero él volvió a decir: —Da a la gente para que coma, porque así ha dicho Jehovah: “Comerán, y sobrará.”

Entonces él lo puso delante de ellos. Y comieron, y sobró, conforme a la palabra de Jehovah.

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Eliseo y Naamán

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Segundo Libro de Reyes > Eliseo y Naamán (12:5:1 - 12:5:27)

Naamán, jefe del ejército del rey de Siria, era un hombre muy importante delante de su señor y tenido en gran estima, porque por medio de él Jehovah había librado a Siria. El hombre era un guerrero valiente, pero leproso.

Los sirios habían salido en incursiones y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual servía a la esposa de Naamán.

Ella dijo a su señora: —¡Ojalá mi señor se presentase al profeta que está en Samaria! Pues él lo sanaría de su lepra.

Naamán entró y habló a su señor, diciendo: —Así y así ha dicho la muchacha que es de la tierra de Israel.

El rey de Siria le dijo: —Anda, vé, y yo enviaré una carta al rey de Israel. Partió, pues, llevando consigo 10 talentos de plata, 6.000 siclos de oro y 10 vestidos nuevos.

También llevó la carta para el rey de Israel, la cual decía así: Ahora, cuando esta carta llegue a ti, sabrás que yo te he enviado a mi servidor Naamán, para que lo sanes de su lepra.

Y sucedió que cuando el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras y dijo: —¿Acaso soy yo Dios, para dar la muerte o dar la vida, y para que éste me envíe un hombre, a fin de que yo lo sane de su lepra? ¡Considerad, pues, y ved cómo él busca ocasión contra mí!

Pero sucedió que cuando Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestiduras, envió a decir al rey: “¿Por qué has rasgado tus vestiduras? ¡Que venga a mí, y sabrá que hay profeta en Israel!”

Entonces Naamán llegó con sus caballos y su carro, y se detuvo ante la puerta de la casa de Eliseo.

Y Eliseo le envió un mensajero que le dijo: —Vé, lávate siete veces en el Jordán, y tu carne te será restaurada, y serás limpio.

Naamán se enfureció y se fue diciendo: —He aquí, yo pensaba que seguramente él saldría, que puesto de pie invocaría el nombre de Jehovah su Dios, y que moviendo su mano sobre el lugar, sanaría la parte leprosa.

¿No son los ríos de Damasco, el Abana y el Farfar, mejores que todas las aguas de Israel? ¿No podría yo lavarme en ellos y ser limpio? Y dando la vuelta, se iba enojado.

Pero sus siervos se acercaron a él y le hablaron diciendo: —Padre mío, si el profeta te hubiera mandado alguna cosa grande, ¿no la habrías hecho? Con mayor razón si él te dice: “Lávate y serás limpio.”

Entonces él descendió y se sumergió siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios. Y su carne se volvió como la carne de un niño pequeño, y quedó limpio.

Luego Naamán volvió al hombre de Dios, él con toda su comitiva. Llegó y se detuvo delante de él, y dijo: —¡He aquí, yo reconozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel! Ahora pues, acepta, por favor, un presente de parte de tu siervo.

Pero Eliseo dijo: —¡Vive Jehovah, a quien sirvo, que no aceptaré nada! Naamán le insistió para que lo aceptase, pero él rehusó.

Entonces Naamán dijo: —Si no, por favor, sea dada a tu siervo una carga de esta tierra, que pueda ser llevada por un par de mulas; porque de aquí en adelante tu siervo no ofrecerá holocausto ni sacrificio a otros dioses, sino sólo a Jehovah.

Pero Jehovah perdone esto a tu siervo: Cuando mi señor entre en el templo de Rimón para adorar allí, y él se apoye en mi brazo y yo me incline en el templo de Rimón (cuando yo tenga que inclinarme en el templo de Rimón), que Jehovah perdone esto a tu siervo.

Y le dijo: —Vé en paz. Cuando Naamán se alejó de él y había recorrido cierta distancia,

Guejazi, criado de Eliseo, el hombre de Dios, pensó: “He aquí que mi señor ha eximido a este sirio Naamán y no ha tomado de su mano las cosas que él trajo. ¡Vive Jehovah, que ciertamente correré tras él y conseguiré de él alguna cosa!”

Guejazi siguió a Naamán; y cuando Naamán vio que venía corriendo tras él, se bajó del carro para recibirle y le preguntó: —¿Está todo bien?

Y él respondió: —Sí, pero mi señor me envía a decir: “He aquí, en este momento han llegado a mí dos jóvenes de los hijos de los profetas, de la región montañosa de Efraín. Te ruego que des para ellos un talento de plata y dos vestidos nuevos.”

Entonces Naamán dijo: —Dígnate aceptar dos talentos. El le insistió y ató en dos bolsas dos talentos y dos vestidos nuevos. Y los entregó a dos de sus criados para que los llevasen delante de él.

Cuando llegaron a la colina, él los tomó de sus manos y los guardó en casa. Luego despidió a los hombres, y se fueron.

Entonces él entró y se puso de pie delante de su señor. Y Eliseo le preguntó: —¿De dónde vienes, Guejazi? Y él respondió: —Tu siervo no ha ido a ninguna parte.

Entonces Eliseo le dijo: —¿No estuvo allí mi corazón cuando el hombre volvió de su carro a tu encuentro? ¿Es ésta la ocasión de aceptar dinero o de aceptar ropa, olivares, viñas, ovejas, vacas, siervos y siervas?

Por tanto, la lepra de Naamán se te pegará a ti y a tus descendientes, para siempre. Entonces salió de su presencia leproso, blanco como la nieve.

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Eliseo hace flotar el hacha

Imagen Eliseo hace flotar el hacha 1

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Segundo Libro de Reyes > Eliseo hace flotar el hacha (12:6:1 - 12:6:7)

Los hijos de los profetas dijeron a Eliseo: —He aquí que el lugar en que habitamos contigo es demasiado estrecho para nosotros.

Permite que vayamos al Jordán, que tomemos de allí cada uno un tronco y que nos hagamos allí un lugar donde podamos habitar. El dijo: —Id.

Luego uno dijo: —Por favor, dígnate venir con tus siervos. Y él respondió: —Yo iré.

Entonces fue con ellos; y cuando llegaron al Jordán, cortaron los árboles.

Pero sucedió que cuando uno de ellos estaba derribando un tronco, se le cayó el hierro del hacha al agua, y dio voces diciendo: —¡Ay, señor mío! ¡Era prestada!

El hombre de Dios preguntó: —¿Dónde cayó? Le mostró el lugar. Y él cortó un palo, lo echó allí e hizo flotar el hierro.

Entonces dijo: —Tómalo. Y él extendió la mano y lo tomó.

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Eliseo y los sirios

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Segundo Libro de Reyes > Eliseo y los sirios (12:6:8 - 12:6:23)

El rey de Siria estaba en guerra con Israel, y tomó consejo con sus servidores, diciendo: —En tal y tal lugar estará mi campamento.

Pero el hombre de Dios mandó a decir al rey de Israel: “Guárdate de pasar por tal lugar, porque los sirios van a descender allí.”

Y el rey de Israel enviaba gente al lugar que el hombre de Dios le indicaba y advertía, de modo que tomaba precauciones allí, no una ni dos veces.

Entonces el corazón del rey de Siria se turbó por esto, y llamando a sus servidores les preguntó: —¿No me declararéis vosotros quién de los nuestros está de parte del rey de Israel?

Entonces respondió uno de sus servidores: —Ninguno, oh mi señor el rey; sino que el profeta Eliseo, que está en Israel, le declara al rey de Israel las palabras que hablas en tu dormitorio.

Entonces él dijo: —Id, mirad dónde está, y yo enviaré a capturarlo. Le informaron diciendo: —He aquí, está en Dotán.

Y el rey envió allá gente de a caballo, carros y un gran ejército, los cuales llegaron de noche y rodearon la ciudad.

Cuando el que servía al hombre de Dios madrugó para partir y salió, he aquí que un ejército tenía cercada la ciudad con gente de a caballo y carros. Entonces su criado le dijo: —¡Ay, señor mío! ¿Qué haremos?

El le respondió: —No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos.

Entonces Eliseo oró diciendo: —Te ruego, oh Jehovah, que abras sus ojos para que vea. Jehovah abrió los ojos del criado, y éste miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo y carros de fuego, alrededor de Eliseo.

Y cuando los sirios descendieron hacia él, Eliseo oró a Jehovah y dijo: —Te ruego que hieras a esta gente con ceguera. Y los hirió con ceguera, conforme a la palabra de Eliseo.

Luego Eliseo les dijo: —Este no es el camino, ni ésta es la ciudad. Seguidme, y yo os guiaré a donde está el hombre que buscáis. Entonces los guió a Samaria.

Y sucedió que cuando llegaron a Samaria, Eliseo dijo: —Oh Jehovah, abre los ojos de éstos para que vean. Jehovah abrió sus ojos, y miraron; y he aquí que se hallaban en medio de Samaria.

Cuando el rey de Israel los vio, preguntó a Eliseo: —¿Los mato, padre mío? ¿Los mato?

El le respondió: —No los mates. ¿Matarías a los que tomas cautivos con tu espada y con tu arco? Pon delante de ellos pan y agua para que coman y beban, y se vuelvan a su señor.

Entonces les hizo un gran banquete. Y cuando habían comido y bebido, los dejó ir; y se volvieron a su señor. Y las bandas armadas de Siria no volvieron a hacer incursiones en la tierra de Israel.

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Eliseo y el sitio de Samaria

Imagen Eliseo y el sitio de Samaria 1

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Segundo Libro de Reyes > Eliseo y el sitio de Samaria (12:6:24 - 12:7:20)

Aconteció después de esto que Ben-hadad, rey de Siria, reunió todo su ejército, y subió y sitió a Samaria.

Y he aquí que mientras la tenían sitiada, había mucha hambre en Samaria, tanto que la cabeza de un asno era vendida por 80 siclos de plata, y la cuarta parte de un cab de estiércol de paloma por 5 siclos de plata.

Sucedió que cuando el rey de Israel pasaba por el muro, una mujer gritó diciéndole: —¡Socórreme, oh mi señor el rey!

El dijo: —Si no te socorre Jehovah, ¿de dónde te he de socorrer yo? ¿De la era, o del lagar?

—El rey añadió—: ¿Qué quieres? Ella respondió: —Esta mujer me dijo: “Entrega tu hijo para que lo comamos hoy, y mañana comeremos el mío.”

Cocimos, pues, a mi hijo y lo comimos. Al día siguiente yo le dije a ella: “Entrega tu hijo para que lo comamos.” Pero ella ha escondido a su hijo.

Sucedió que cuando el rey oyó las palabras de la mujer, rasgó sus vestiduras y pasaba así por el muro. Entonces el pueblo miró, y he aquí que debajo llevaba cilicio sobre su cuerpo.

Imagen Eliseo y el sitio de Samaria 2

Luego dijo: —¡Así me haga Dios y aun me añada, si la cabeza de Eliseo hijo de Safat queda hoy en su lugar!

Eliseo estaba sentado en su casa, y los ancianos estaban sentados con él, cuando el rey envió a uno de sus hombres. Pero antes que el mensajero llegase a él, Eliseo dijo a los ancianos: —¿Veis cómo este hijo de homicida envía para que me quiten la cabeza? Mirad, pues, y cuando llegue el mensajero, cerrad la puerta e impedidle la entrada. ¿No se oye tras él el ruido de los pasos de su señor?

Mientras él estaba hablando con ellos, he aquí que el mensajero descendía hacia él y dijo: “¡Ciertamente este mal proviene de Jehovah! ¿Qué puedo aún esperar de Jehovah?”

Entonces Eliseo dijo: —Oíd la palabra de Jehovah: Así ha dicho Jehovah: “Mañana a estas horas, en la puerta de Samaria, se venderá una medida de harina refinada por un siclo, y dos medidas de cebada por un siclo.”

El comandante, en cuyo brazo se apoyaba el rey, respondió al hombre de Dios y dijo: —He aquí, aun cuando Jehovah hiciese ventanas en los cielos, ¿sería esto posible? Y él dijo: —¡He aquí que tú lo verás con tus ojos, pero no comerás de ello!

Había cuatro hombres leprosos a la entrada de la puerta de la ciudad, los cuales se dijeron unos a otros: —¿Para qué nos quedamos aquí hasta morir?

Si decimos: “Entremos en la ciudad,” el hambre está en la ciudad, y moriremos allí; y si nos quedamos aquí, también moriremos. Ahora pues, vayamos y pasemos al campamento de los sirios. Si nos conceden la vida, viviremos; y si nos matan, moriremos.

Al anochecer se levantaron para ir al campamento de los sirios. Y cuando llegaron a un extremo del campamento de los sirios, he aquí que no había nadie allí.

Porque el Señor había hecho que en el campamento de los sirios se oyera el estruendo de carros, el estruendo de caballos y el estruendo de un gran ejército, y se dijeron unos a otros: “He aquí, el rey de Israel ha contratado contra nosotros a los reyes de los heteos y a los reyes de los egipcios para que vengan contra nosotros.”

Así que se habían levantado y huido al anochecer dejando sus tiendas, sus caballos, sus asnos y el campamento intacto. Y habían huido para salvar sus vidas.

Cuando estos leprosos llegaron al extremo del campamento, entraron en una tienda, comieron y bebieron y tomaron de allí plata, oro y ropa; y fueron y los escondieron. Luego regresaron y entraron en otra tienda; también de allí tomaron, y fueron y lo escondieron.

Luego se dijeron unos a otros: —No estamos haciendo bien. Hoy es día de buenas nuevas, y nosotros estamos callados. Si esperamos hasta la luz de la mañana, nos alcanzará la maldad. Ahora pues, vayamos, entremos y demos la noticia a la casa del rey.

Entonces fueron y dieron voces a los porteros de la ciudad, y les informaron diciendo: —Fuimos al campamento de los sirios, y he aquí que no había nadie, ni la voz de nadie, sino sólo caballos y asnos atados; y las tiendas estaban intactas.

Los porteros lo proclamaron y lo anunciaron dentro de la casa del rey.

Entonces el rey se levantó de noche y dijo a sus servidores: —Yo os diré lo que nos han hecho los sirios: Ellos saben que tenemos hambre y han salido de sus tiendas para esconderse en el campo diciendo: “Cuando salgan de la ciudad, los prenderemos vivos y entraremos en la ciudad.”

Entonces intervino uno de sus servidores y dijo: —Que se tomen cinco de los caballos que han quedado en la ciudad (a los que quedan les sucederá como a toda la multitud de Israel que ha quedado en ella; les sucederá como a toda la multitud de Israel que ya ha perecido), y mandemos a ver.

Tomaron, pues, dos carros tirados por caballos; y el rey envió mensajeros tras el ejército de los sirios, diciéndoles: —Id y ved.

Fueron tras ellos hasta el Jordán, y he aquí que todo el camino estaba lleno de prendas de vestir y equipo que los sirios habían arrojado en su apresuramiento. Los mensajeros volvieron e informaron al rey.

Entonces el pueblo salió y saqueó el campamento de los sirios. Y sucedió que se vendía una medida de harina refinada por un siclo, y dos medidas de cebada por un siclo, conforme a la palabra de Jehovah.

El rey puso a cargo de la puerta de la ciudad a aquel comandante en cuyo brazo se apoyaba. Pero el pueblo lo atropelló junto a la puerta; y murió, conforme a lo que había dicho el hombre de Dios cuando el rey fue a él.

Sucedió, pues, tal como el hombre de Dios había hablado al rey, diciendo: “Mañana a estas horas, en la puerta de Samaria, se venderán dos medidas de cebada por un siclo y una medida de harina refinada por un siclo.”

Aquel comandante había respondido al hombre de Dios y había dicho: “He aquí, aun cuando Jehovah hiciese ventanas en los cielos, ¿sería esto posible?” Y Eliseo le había dicho: “¡He aquí que tú lo verás con tus ojos, pero no comerás de ello!”

Y así le ocurrió, porque el pueblo lo atropelló junto a la puerta, y murió.

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