Libros Históricos

Eliseo sucede a Elías

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Segundo Libro de Reyes > Eliseo sucede a Elías (12:2:1 - 12:2:25)

Aconteció que cuando Jehovah iba a arrebatar a Elías al cielo en un torbellino, Elías venía de Gilgal con Eliseo.

Y Elías dijo a Eliseo: —Por favor, quédate aquí, porque Jehovah me ha enviado a Betel. Eliseo dijo: —¡Vive Jehovah, y vive tu alma, que no te dejaré! Entonces descendieron a Betel.

Y los hijos de los profetas que estaban en Betel salieron al encuentro de Eliseo, y le preguntaron: —¿Sabes que hoy Jehovah arrebatará a tu señor por encima de tu cabeza? El respondió: —Sí, yo lo sé. Callad.

Elías le volvió a decir: —Eliseo, por favor, quédate aquí, porque Jehovah me ha enviado a Jericó. Y él dijo: —¡Vive Jehovah, y vive tu alma, que no te dejaré! Y fueron a Jericó.

Entonces los hijos de los profetas que estaban en Jericó se acercaron a Eliseo y le preguntaron: —¿Sabes que hoy Jehovah arrebatará a tu señor por encima de tu cabeza? Y él respondió: —Sí, yo lo sé. Callad.

Luego le dijo Elías: —Por favor, quédate aquí, porque Jehovah me ha enviado al Jordán. Y él dijo: —¡Vive Jehovah, y vive tu alma, que no te dejaré! Fueron, pues, los dos.

Y llegaron cincuenta hombres de los hijos de los profetas y se pararon al frente, a lo lejos. También ellos dos se pararon junto al Jordán.

Entonces Elías tomó su manto, lo dobló y golpeó las aguas, las cuales se apartaron a uno y a otro lado; y ambos pasaron en seco.

Y sucedió que cuando habían pasado, Elías dijo a Eliseo: —Pide lo que quieras que haga por ti, antes que yo sea arrebatado de tu lado. Eliseo dijo: —Te ruego que pase a mí una doble porción de tu espíritu.

El dijo: —Has pedido algo difícil. Si me ves cuando sea arrebatado de tu lado, te será concedido; si no, no.

Aconteció que mientras ellos iban y conversaban, he aquí un carro de fuego con caballos de fuego los separó a los dos, y Elías subió al cielo en un torbellino.

Eliseo, al verlo, gritó: —¡Padre mío, padre mío! ¡Carro de Israel, y sus jinetes! Nunca más le vio. Y agarrando sus ropas, las rasgó en dos partes.

Entonces Eliseo recogió el manto de Elías, que se le había caído, y regresó. Luego, deteniéndose a la orilla del Jordán,

tomó el manto de Elías que se le había caído, golpeó las aguas y dijo: —¿Dónde está Jehovah, el Dios de Elías? Y cuando él también golpeó las aguas, éstas se apartaron a uno y a otro lado; y Eliseo cruzó.

Lo vieron los hijos de los profetas que estaban en Jericó, al otro lado, y dijeron: —¡El espíritu de Elías reposa sobre Eliseo! Entonces fueron hacia él, se postraron ante él en tierra,

y le dijeron: —He aquí, con tus siervos hay cincuenta hombres valerosos. Que vayan ellos y busquen a tu señor; no sea que el Espíritu de Jehovah lo haya levantado y lo haya arrojado en alguna montaña o en algún valle. El dijo: —No los mandéis.

Ellos insistieron hasta que sintiéndose él avergonzado, dijo: —Enviadlos. Entonces enviaron a cincuenta hombres, los cuales lo buscaron durante tres días, pero no lo hallaron.

Cuando volvieron a él, que se había quedado en Jericó, les dijo: —¿No os dije que no fueseis?

Entonces los hombres de la ciudad dijeron a Eliseo: —He aquí, el lugar de esta ciudad es bueno, como lo ve mi señor; pero las aguas son malas, y la tierra es estéril.

Entonces él dijo: —Traedme una vasija nueva y poned en ella sal. Se la trajeron.

Y salió al manantial de las aguas, echó dentro la sal y dijo: —Así ha dicho Jehovah: “Yo saneo estas aguas, y no habrá en ellas más muerte ni esterilidad.”

Y así fueron saneadas las aguas hasta el día de hoy, conforme a las palabras que Eliseo pronunció.

Después fue de allí a Betel; y cuando subía por el camino, salieron unos muchachos de la ciudad y se burlaban de él diciéndole: —¡Sube, calvo! ¡Sube, calvo!

Volviéndose hacia atrás, los vio y los maldijo en el nombre de Jehovah. Entonces salieron dos osas del bosque y despedazaron a cuarenta y dos de aquellos niños.

De allí fue al monte Carmelo, y de allí volvió a Samaria.

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Reinado de Joram de Israel

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Segundo Libro de Reyes > Reinado de Joram de Israel (12:3:1 - 12:3:3)

Joram hijo de Acab comenzó a reinar sobre Israel en Samaria, en el año 18 de Josafat, rey de Judá; y reinó 12 años.

El hizo lo malo ante los ojos de Jehovah, aunque no como su padre y su madre, porque quitó la piedra ritual de Baal que había hecho su padre.

Sin embargo, persistió en los pecados de Jeroboam hijo de Nabat, quien hizo pecar a Israel, y no se apartó de ellos.

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Eliseo predice la victoria sobre Moab

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Segundo Libro de Reyes > Eliseo predice la victoria sobre Moab (12:3:4 - 12:3:27)

Mesa, rey de Moab, que era ganadero, pagaba al rey de Israel como tributo 100.000 corderos, más la lana de otros 100.000 carneros.

Pero sucedió que cuando murió Acab, el rey de Moab se rebeló contra el rey de Israel.

Entonces el rey Joram salió de Samaria y pasó revista a todo Israel.

También fue y envió a decir a Josafat, rey de Judá: —El rey de Moab se ha rebelado contra mí. ¿Irás conmigo a la guerra contra Moab? El respondió: —Sí, iré. Yo soy como tú eres; mi pueblo es como tu pueblo, y mis caballos son como tus caballos.

—Y añadió—: ¿Por qué camino iremos? Joram respondió: —Por el camino del desierto de Edom.

Partieron, pues, el rey de Israel, el rey de Judá y el rey de Edom, y dieron un rodeo de siete días, hasta que les faltó agua para el ejército y para los animales que les acompañaban.

Entonces el rey de Israel dijo: —¡Ay! ¡Jehovah ha traído a estos tres reyes para entregarlos en mano de los moabitas!

Y Josafat preguntó: —¿No hay aquí algún profeta de Jehovah, para que consultemos a Jehovah por medio de él? Uno de los servidores del rey de Israel respondió diciendo: —Aquí está Eliseo hijo de Safat, el que solía verter agua en las manos de Elías.

Y Josafat dijo: —La palabra de Jehovah está con él. El rey de Israel, Josafat y el rey de Edom fueron a él,

y Eliseo dijo al rey de Israel: —¿Qué tengo yo que ver contigo? ¡Vete a los profetas de tu padre y a los profetas de tu madre! Pero el rey de Israel le respondió: —No, porque Jehovah ha convocado a estos tres reyes para entregarlos en mano de los moabitas.

Entonces Eliseo dijo: —¡Vive Jehovah de los Ejércitos, a quien sirvo, que si yo no tuviese respeto por Josafat, rey de Judá, no te atendería ni te miraría.

Pero ahora, traedme un músico. Sucedió que mientras el músico tañía, la mano de Jehovah vino sobre Eliseo,

y éste dijo: —Así ha dicho Jehovah: “Haced varios diques en este valle.

Porque así ha dicho Jehovah: No veréis viento ni lluvia, pero este valle se llenará de agua; y beberéis vosotros, vuestros animales y vuestro ganado.”

Esto es poca cosa a los ojos de Jehovah; él también entregará a los moabitas en vuestra mano.

Y destruiréis toda ciudad fortificada y toda ciudad importante. Derribaréis todos los árboles buenos, cegaréis todos los manantiales de agua y arruinaréis con piedras todo campo fértil.

Aconteció que por la mañana, a la hora en que se suele presentar la ofrenda vegetal, he aquí que llegaron las aguas por el camino de Edom, y la tierra se llenó de agua.

Cuando todos los de Moab oyeron que los reyes subían para combatir contra ellos, convocaron a todos, desde los que apenas podían ceñirse las armas en adelante, y se situaron en la frontera.

Cuando se levantaron temprano por la mañana y el sol resplandeció sobre las aguas, los de Moab vieron desde lejos las aguas rojas como sangre.

Entonces dijeron: —Esto es sangre. Sin duda, los reyes han peleado entre sí, y cada uno ha dado muerte a su compañero. ¡Ahora pues, Moab, al botín!

Pero cuando llegaron al campamento de Israel, se levantaron los israelitas y atacaron a los de Moab, los cuales huyeron ante ellos. E invadieron el país, matando a los de Moab

y desolando las ciudades. Cada uno echó su piedra en todas las tierras fértiles, y las llenaron. También cegaron todos los manantiales de agua y derribaron todos los árboles buenos, hasta que sólo Quir-jaréset quedó con sus piedras, pero los que tiraban la honda la rodearon y la atacaron.

Cuando el rey de Moab vio que la batalla se le hacía demasiado difícil, tomó consigo a 700 hombres que sacaban espada, para irrumpir contra el rey de Edom; pero no pudieron.

Entonces él tomó a su hijo primogénito, el que había de reinar en su lugar, y lo ofreció en holocausto sobre el muro. Y hubo gran ira contra los israelitas, quienes se retiraron de allí y regresaron a su tierra.

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El aceite de la viuda

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Segundo Libro de Reyes > El aceite de la viuda (12:4:1 - 12:4:7)

Entonces una mujer, que fuera esposa de uno de los hijos de los profetas, clamó a Eliseo diciendo: —Tu siervo, mi marido, ha muerto. Tú sabes que tu siervo era temeroso de Jehovah, pero el acreedor ha venido para llevarse a mis dos hijos como esclavos suyos.

Y Eliseo le preguntó: —¿Qué puedo hacer por ti? Dime qué tienes en casa. Ella respondió: —Tu sierva no tiene ninguna cosa en casa, excepto un frasco de aceite.

El le dijo: —Vé y pide prestadas vasijas de fuera, de todas tus vecinas, vasijas vacías; no pidas pocas.

Luego entra, cierra la puerta detrás de ti y de tus hijos, y vierte el aceite en todas esas vasijas. Y cuando una esté llena, ponla aparte.

Ella se apartó de él y cerró la puerta detrás de sí y de sus hijos. Ellos le traían las vasijas, y ella vertía el aceite.

Y sucedió que cuando las vasijas estuvieron llenas, dijo a un hijo suyo: —Tráeme otra vasija. Y le respondió: —No hay más vasijas. Entonces el aceite cesó.

Luego ella fue y se lo contó al hombre de Dios, quien dijo: —Anda, vende el aceite y paga tu deuda, y tú y tus hijos vivid de lo que quede.

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Eliseo y la sunamita

Biblia cristiana > Antiguo Testamento > Libros Históricos > Segundo Libro de Reyes > Eliseo y la sunamita (12:4:8 - 12:4:37)

Aconteció que cierto día pasaba Eliseo por Sunem. Y había allí una mujer importante, quien le invitó insistentemente a comer. Y sucedía que cada vez que él pasaba, entraba allí a comer.

Entonces ella dijo a su marido: —He aquí, yo sé que este hombre que siempre pasa por nuestra casa es un santo hombre de Dios.

Hagamos un pequeño cuarto en la azotea, y pongamos allí una cama, una mesa, una silla y una lámpara para él, a fin de que cuando venga a nosotros, pueda quedarse allí.

Aconteció que cierto día él llegó por allí, subió al cuarto y se acostó allí.

Entonces dijo a Guejazi, su criado: —Llama a esta sunamita. Cuando la llamó, ella se presentó delante de él;

y Eliseo dijo a Guejazi: —Dile: “He aquí, tú te has preocupado de nosotros con todo este cuidado. ¿Qué se puede hacer por ti? ¿Necesitas que hable por ti al rey, o al jefe del ejército?” Pero ella respondió: —Yo habito en medio de mi pueblo.

Eliseo preguntó: —¿Qué, pues, haremos por ella? Y Guejazi respondió: —A la verdad, ella no tiene hijos, y su marido es viejo.

Entonces Eliseo dijo: —Llámala. El la llamó, y ella se detuvo a la puerta.

Entonces él dijo: —El año que viene, por este tiempo, tú abrazarás un hijo. Ella dijo: —¡No, señor mío, hombre de Dios! ¡No engañes a tu sierva!

Pero la mujer concibió y dio a luz un hijo al año siguiente, por el tiempo que Eliseo le había dicho.

Cuando el niño creció, sucedió cierto día que fue a donde estaban su padre y los segadores.

Y dijo a su padre: —¡Mi cabeza, mi cabeza! Y el padre dijo a su criado: —Llévalo a su madre.

Lo tomó y lo llevó a su madre. El niño estuvo recostado sobre las rodillas de ella hasta el mediodía; luego murió.

Entonces ella subió, lo acostó sobre la cama del hombre de Dios, cerró la puerta y salió.

Después llamó a su marido y le dijo: —Te ruego que me mandes uno de los criados y una de las asnas, para que yo corra hacia el hombre de Dios y regrese.

El preguntó: —¿Para qué vas a verle hoy? No es luna nueva ni sábado. Y ella respondió: —Paz.

Después hizo aparejar el asna y dijo a su criado: —Toma la rienda y anda. No te detengas por mí en el viaje, a menos que yo te lo diga.

Ella se marchó y llegó a donde estaba el hombre de Dios, en el monte Carmelo. Y sucedió que cuando el hombre de Dios la vio de lejos, dijo a su criado Guejazi: —He allí la sunamita.

Ahora, por favor, corre a su encuentro y pregúntale: “¿Te va bien? ¿Le va bien a tu marido? ¿Le va bien a tu hijo?” Y ella respondió: —Bien.

Cuando ella llegó al monte, al hombre de Dios, se asió de sus pies. Guejazi se acercó para apartarla, pero el hombre de Dios le dijo: —Déjala, porque su alma está en amargura. Jehovah me ha encubierto el motivo, y no me lo ha revelado.

Ella dijo: —¿Acaso pedí yo un hijo a mi señor? ¿No te dije que no me llenaras de falsas esperanzas?

Entonces él dijo a Guejazi: —Ciñe tus lomos, toma mi bastón en tu mano y anda. Si encuentras a alguien, no le saludes. Si alguien te saluda, no le respondas. Y pon mi bastón sobre la cara del niño.

La madre del niño dijo: —¡Vive Jehovah, y vive tu alma, que no me apartaré de ti!

Entonces él se levantó y la siguió. Guejazi se adelantó a ellos y puso el bastón sobre la cara del niño. Pero éste no habló ni reaccionó, de modo que Guejazi volvió al encuentro de Eliseo y le dijo: —El niño no se ha despertado.

Cuando Eliseo llegó a la casa, he aquí que el niño estaba muerto, tendido sobre su cama.

Entonces entró, cerró la puerta detrás de ellos dos, y oró a Jehovah.

Después subió y se echó sobre el niño, su boca sobre su boca, sus ojos sobre sus ojos, y sus manos sobre sus manos. Así se tendió sobre él, y el cuerpo del niño entró en calor.

Luego se volvió y se paseaba por la casa de un lado a otro. Después subió y se tendió sobre el niño, y el niño estornudó siete veces. Luego el niño abrió sus ojos.

Entonces Eliseo llamó a Guejazi y le dijo: —Llama a esta sunamita. El la llamó, y cuando ella entró, Eliseo le dijo: —Toma a tu hijo.

Cuando ella entró, se echó a los pies de él, y se postró en tierra. Después tomó a su hijo y salió.

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